Barcelona vs Sevilla (5-4): prensa dice que el resultado fue cruel castigo

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No pudo ser. Y no fue por falta de ganas, de fe y de casta. El Sevilla hizo la ejemplificación perfecta del “dicen que nunca se rinde”. Hizo una primera parte muy mala unida a una perfecta de Lionel Messi y la final pareció perdida.

El 3-1 al descanso daba poco a pie a pensar en la remontada. Y menos todavía cuando nada más comenzar la segunda parte el Barcelona hizo el 4-1. Pero el gen competitivo del Sevilla llega a límites insospechados y, cuando cualquier equipo hubiera bajado los brazos, él dio una lección de superación.

Fue capaz de empatar el partido con una segunda parte casi perfecta, con baño táctico incluido de Emery a Luis Enrique. Llegó a la prórroga y estuvo a punto de hacerlo a los penaltis, pero Pedro apareció en el minuto 115 y puso por delante a los culés.

Coke tuvo de nuevo el empate en su cabeza, pero su remate se marchó fuera. Lo mismo que el de Rami. Y ya no hubo tiempo para más. El Sevilla se quedó con la miel en los labios tras volver a demostrar a todo el mundo que es un grande de Europa.

El comienzo fue inmejorable. El guión del partido cambió a los dos minutos. Los experimentos en defensa por las bajas quedaron en un segundo plano cuando Éver Banega marcó un golazo de falta directa.

No había dado tiempo casi para que los espectadores se sentaran y el argentino ya había mandado el balón a las redes de la portería del Barcelona. El primer paso para dar la sorpresa ya estaba dado, pero apenas duró la alegría.

Enfrente estaba el mejor jugador de la historia. Lionel Messi llegó antes de las vacaciones porque está obsesionado con batir récords. Y el primero que quiere es el de conseguir su segundo “sexteto”.

El argentino cogió el testigo de su compatriota y a los 7 minutos ya había empatado el encuentro gracias a un lanzamiento de falta perfecto. Pero no se sació. Ocho minutos después, y otra vez a balón parado, puso por delante al Barcelona, aunque en esta ocasión contó con la colaboración de Beto, quien pudo hacer bastante más.

El partido cambiaba radicalmente por dos chispazos de falta, pero la lectura no se puede quedar ahí. Y es que el Sevilla no estuvo bien. Los de Nervión pierden mucho sin Krychowiak en el centro del campo y tampoco es que ganen demasiado con el polaco de central.

La necesidad obligó a Emery a tirar de este recurso, pero el técnico debió realizar algún cambio con el paso de los minutos. Porque el Barcelona se sintió muy cómodo con un centro del campo que era incapaz de parar las acometidas catalanas.

Ni Krohn-Dehli ni Banega supieron para la salida de balón de los culés, mientras que Iborra estuvo totalmente perdido. Así era difícil que llegaran balones de arriba, de modo que lo normal era ver a Gameiro perdido, como así ocurrió. Reyes y Vitolo lo intentaron, pero tampoco estuvieron bien durante la primera mitad. Y, para colmo, hubo errores atrás. Si de por sí al Barcelona es difícil defenderlo, hacerlo con fisuras lo convierte casi en una quimera.

El 3-1 al borde del descanso fue el varapalo que ya dejó tocado a un Sevilla que veía cómo se le escapaba una nueva Supercopa de Europa.

Y las cosas no mejoraron precisamente en la reanudación. Porque nada más comenzar la segunda parte parecía que el Barcelona sentenciaba el encuentro. Luis Suárez aprovechaba un error garrafal de Tremoulinas para hacer el 4-1.

Cualquier equipo habría bajado los brazos en ese momento, pero si el Sevilla se caracteriza por algo es por la casta. Con todo en contra, los de Nervión se vinieron arriba.

Comenzaron a correr más, a adelantarse a las jugadas de los rivales y a salir con velocidad a la contra. Y así llegó el 4-2 de José Antonio Reyes que daba pie a la esperanza.

Vitolo fue el que corrió la banda izquierda para servir al utrerano, que no perdonó dentro del área pequeña. Pero hubo más. Y tanto. El Sevilla se metió de lleno en el encuentro gracias a un penalti.

Gameiro no perdonó desde los once metros con veinte minutos por delante, los suficientes para meterle miedo a un Barcelona desquiciado. Los cambios de Luis Enrique no surtieron efecto y el Sevilla fue a más. A mucho más. A tanto que empató el encuentro a diez minutos del final a través de Konoplyanka. Los de Nervión, en una reacción prodigiosa y con una fe digna de elogio, volvían a tener todo de cara para llevarse un nuevo título europeo. Porque el Barcelona estaba muerto.

 Así se llegó a la prórroga. El miedo a perder se apoderó entonces de los dos equipos. Luis Enrique intentó arreglar el baño táctico que le había dado Emery en la segunda parte y recompuso al Barcelona con la salida de Pedro por Mascherano. Pero el físico ya no daba para mucho. La intensidad bajó y comenzaron a desaparecer jugadores determinantes por parte de los dos equipos.

Sólo en un error o en una jugada aislada podía llegar el tanto y la victoria para alguno de los dos, y así fue. Una falta al borde del área lanzada por Messi acabó con un rechace que recogió Pedro dentro del área pequeña para enviar el balón al fondo de la red.

El castigo más cruel para un Sevilla que ya no tuvo tiempo para reaccionar y que vio cómo se le escapaba un título cuando ya lo tocaba con las manos.

Por Ramón Román (Sevilla.abc.es)