César Hildebrandt: El Congreso es una porquería. Sí, una porquería

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César Hildebrandt y su aguda descripción del “peor Congreso de las últimas décadas”. Tal como lo describe en su columna Matices del semanario “Hildebrandt en sus trece”.

Estamos amenazados.

El sistema anticorrupción es el blanco de una mafia que está dispuesta a todo con tal de desmantelarlo.

Y como se demuestra en Tacna o en Lunahuaná, el sistema anticorrupción es lo único que nos permite seguir llamándonos país civilizado. Es lo único que parece funcionar.

La mafia es la infección que trata de invadirlo todo. El sistema anticorrupción es el auxilio antibiótico que nos mantiene socialmente viables.

En el mundo de los Hinostroza, los García y los Fujimori, no hay norma que sobreviva ni límite que no se cruce.

Y el Congreso es una porquería. Sí, una porquería. No es el primer poder del estado. Es la primera chaira del bandidaje. Es el Congreso que protege a Donayre, que expele una ley que rebaja las penas para el lavado de dinero, que arropa un proyecto para favorecer a Fujimori, el ladrón patriarcal. Es el peor Congreso de las últimas décadas. Cerrarlo y convocar a elecciones parlamentarias sería una victoria de la prevención sanitaria. ¿O me van a decir que la democracia se sostiene en Mamani, Bartra, Velásquez Quesquén? No me hagan reír. Si la democracia pasara por el Congreso que tenemos, habría que pensar en la solución romana para periodos de anarquía.

Y en el mundo del hampa de nuestra política, el Apra vuelve a su viejo papel. Como cuando mataban militares, cuando escarmentaban a golpes a sus disidentes, cuando robaban a manos llenas desde el poder apenas lo saborearon. Ahora acusan al gobierno de seguimientos maliciosos cuando fueron ellos quienes pidieron al Ministerio del Interior protección policial para su líder. Las interceptaciones no se hacen desde coches con matrículas oficiales y a la vista, como bien lo sabe García, amigote de los espías telefónicos que hicieron estallar el escándalo de los petroaudios. ¿Recuerdas, Alan, cómo fue que desaparecieron centenares de pruebas del expediente Business Track? ¿Recuerdas cómo los jueces, tan supremos como impresentables, los que estaban al alcance de tu bolsillo o tu influencia, te volvieron a salvar?

Uruguay le dijo que no a este siem­pre inminente reo. Costa Rica lo man­dó a rodar. Su prontuario impidió la generosidad de Tabaré Vázquez. Y su chaleco favorito salió a decir, después de derrota tan neta, que García está dispuesto a colaborar con la justicia.

¡Darían risa si no dieran asco!

El asunto es que ahora vivimos la contraofensiva de la mafia. Los que hicieron de la política el estercolero que es hoy van a usar todas las armas a su alcance ejecutando un plan cuyo objetivo central es fortalecer a Pedro Chávarry en la Fiscalía de la Nación, sacar a José Domingo Pérez de los casos Alan García y Keiko Fujimori, cambiar el Tribunal Constitucional llenándolo de anuentes con rabo de paja, asegurarse de que en la nueva composición del Poder Judicial regresen algunos de sus cómplices, se­guir dando leyes con nombre propio para atenuar las penas de los delitos perpetrados por sus “operadores financieros”. Mientras tanto, se ganan un sencillo gordo favoreciendo a los casinos, clientes del estudio Torres y Torres Lara, ¿verdad, Miguelito?

La ley sobre el financiamiento ilegal de partidos políticos, aprobada a trompicones por la banda de delincuentes que se ha apoderado del Congreso, no puede pasar. Está hecha para que Keiko Fujimori, Alan García y Ollanta Humala puedan exigir mañana -y así lo harán de ser promulgada- ser juzgados por “financiamiento ilegal” y no por la­vado de activos. La pena menor por “financiamiento ilegal” puede ser, según lo aprobado, de tres años. Es decir, que Keiko Fujimori y Alan García ni siquiera tendrían que pisar una comisaría.

El debate sobre el proyecto de estos delincuentes que siguen haciéndose pasar como congresistas fue particularmente vergonzoso. La discusión del dictamen ni siquiera estaba en agenda. Mauricio Mulder, discípulo del Toto Riina de la avenida Alfonso Ugarte, no sabía que el micrófono estaba abierto cuando le ordenó al pobre diablo de Segundo Tapia: “¡Pide exoneración del acta y levanta la sesión!”. Y la sesión fue levantada. Esa es la crónica, no desmentida, que hizo “La República”.

Estamos, pues, ante una maquinaria de guerra en la que la mafia que ha podrido la política se juega la vida. Frente a esto, sólo cabe luchar. Luchar y apelar al sistema linfático del país para que libremos juntos esta batalla decisiva. ¿Salir a la calle? ¡De eso se trata! ¿Gritar la ira delante del Congreso hediondo? ¡No estaría mal! ¿Defender a José Domingo Pérez de la avalancha excrementicia que pre­tende asustarlo? ¡Eso! ¿Seguir denunciando a Chávarry, amigo de los cuellos blancos? ¡Exactamente!

Nos jugamos la vida en esto. Si la mafia de García y los Fujimori vuelve a triunfar, habremos desperdiciado una inmensa oportunidad para sanearnos, para limpiar la casa, para jalar la cadena, para empezar un nuevo contrato social desde bases cualitativamente diferentes. Las ex­cretas quieren imponerse otra vez.

¿Se imaginan qué tipo de mina seríamos si García saliera, con su séquito, a decimos por enésima vez que todas las pruebas fueron anuladas, los testimonios desdichos, los giros andorranos desconocidos? ¿Se imaginan qué sería del Perú si Jaime Yoshiyama volviera invicto y nos dijera que él tuvo que mentir para salvar a su sobrino y que, en efecto, él jamás tuvo que ver con el financiamiento del fujimorismo? ¿Se imaginan a José Domingo Pérez acusado de presiones indebidas, chantaje, coacción para obtener colaboraciones? ¿Se imaginan al juez Concepción Carhuancho acusado de prevaricato y destituido de modo humillante? ¿Se imaginan al sistema anticorrupción roto en mil pedazos y al señor Chávarry, sonrien­te, entrevistado por Chema Salcedo en la radio?

Yo sí me lo imagino. Y no quisiera seguir viviendo en un país así de autodestructivo y así de sucio. Hay que pelear con todas las voces que podamos. Hay que seguir peleando con toda la fuerza de nuestra indignación.

César Hildebrandt: Aquí le recuerdo todos sus delitos, señor Alan García