Antuca y Moisés

 

En pleno conflicto bélico entre el Perú y Ecuador y durante la batalla de Zarumilla (julio de 1941), se produjeron diversos actos heroicos. Uno de ellos fue la toma peruana del Puesto de Casitas.

Ese punto estratégico parecía muy difícil de capturar. La artillería del país del norte se había concentrado allí y era un obstáculo insalvable que ya había causado cuantiosas bajas entre los peruanos. Como se sabe, la batalla duró 8 días sin fin.

Cada mañana era anunciada por el tableteo certero de esas ametralladoras y de un cañón del Ecuador. Diversos intentos de acallar las ráfagas de la muerte habían sido intentados desde los flancos laterales, pero ninguno había tenido éxito.

En esas circunstancias, un joven oficial peruano se decidió al todo por el todo. Esperó a tener el sol en la espalda y se lanzó corriendo hacia el enemigo. Nadie podía imaginarlo ni preverlo. Los artilleros ecuatorianos disparaban contra el inesperado agresor, pero la luz solar los cegaba y no daban con él. A pocos metros de distancia, el subteniente Moisés Díaz Cabrejo se detuvo y rodilla en el suelo, comenzó a disparar.

Dos ametralladoras cedieron. La otra continuaba infatigable. Entonces, Moisés que medía cerca un poco más de un metro noventa corrió de nuevo y de un salto se puso tras del cañón. En pocos momentos, había conseguido silenciarlo. El resto de los peruanos logró avanzar y poco después estaba tomado el puesto de Casitas.

Me lo relató el propio héroe hará diez años en Salem, Oregon. Creo que fue un año antes de que él falleciera, y lo cuento en este momento porque, hace pocas horas, se ha producido el deceso, a los 95 años, de Antuca, su compañera de toda la vida.

En Zarumilla no terminó la batalla de Moisés. Herido seriamente tuvo que pasar varios meses en el hospital de Talara peleando por su vida. Una noche en que los dolores parecían haber cesado, se preguntó si eso significaba que tal vez ya estaba muerto.

Esa sensación creció cuando en las honduras de la noche escuchó la dulce voz femenina que cantaba en el jardín del nosocomio.

-Estoy muerto- se dijo el soldado- y algún ángel me está dando la bienvenida en el cielo.

Todavía le quedaban muchos años en este valle de lágrimas. A tientas, logró acercarse a la ventana y abrir los visillos. A través de ellos, pudo divisar el uniforme blanco y la silueta delgada de una joven enfermera voluntaria llamada Antuca Horna Aguinaga.

El resto no es necesario de ser contado. Semanas después y todavía cojeando Moisés contrajo matrimonio con la chica y, luego de toda una vida juntos, han sido padres de Efraín, Carlos Alberto, Nena, María Antonieta, Willy y Liliana. Supongo que ahora deben de estar celebrando bodas de titanio o de brillantes en algún lugar del universo.

Los conocí en casa de mi fraternal amigo Efraín, pintor y poeta, que es el peruano más antiguo de Oregon, y estoy contando esta historia porque, en medio de tantas noticias enojosas de la vida peruana de hoy, es preciso recordar a los mejores de nuestros compatriotas.

Ochenta funcionarios y tres ex presidentes y el mandatario actual del país han sido pedidos por la Procuradoría para responder sobre el repulsivo caso Oderbrecht, y uno de ellos ha tenido incluso el descaro de erigir para memoria suya un ídolo de plástico sobre el morro de Chorrillos…

Y sin embargo, ellos no son todos los peruanos. También hay gente como el héroe Moisés o como la dulce Antuca quien acaba de dormirse para siempre en una modesta urbanización militar. Si los lectores guardan los periódicos y cierran por un instante los ojos tal vez podrán escuchar su canto…porque todavía no hace mucho rato desde que ella se ha marchado.

 

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