Aquel señor…

 

Llegó encanecido por el tiempo, con la mirada brumosa que se perdió en lejanías, ansioso por contar su historia, con la barba plomiza descuidad y un éxito que arrastraba al caminar tranqueando apoyado en sus dos jóvenes hijos.

Uno de ellos, lo ayudó a trepar al podio, que solo abordó para llorar al hermano que se le perdió en el camino de la vida.

Ensayó un discurso balbuceante que finalmente arrancó los aplausos comprensivos de un público ansioso por disfrutar la cena.

De sus amores no dijo nada. Solo hizo un recuento enumerador de la modesta prole, sonriendo engreidor al referirse a sus biznietos.

Claro. Ahora, tiene 83 años, murmura sin embargo con orgullo, que se llama Felipe y añade que se sigue sintiendo un niño, esta noche que la vida, lo ha traído de regreso al albergue de chicos olvidados, que lo acogió cuando aún no entendía lo que le estaba pasando.

“Mis padres me dejaron cuando tenía cuatro años”-relata sin explicar mucho,mientras el fantasma de su hermano bailotea en su memoria y él trata de abrazarlo como hace mucho, en medio de ente que aligera la noche con un par de heladas copas.

-“A mí nadie me visitaba”- me dice peleando a la brava con dos tremendos lagrimones que centelleaban como dos luceros rebeldes, sobre el firmamento gris de su trajinada cara.

-“Los domingos, a la hora de la visita, yo me iba a palomillar con los otros solitarios. Claro. Me acompañaba también mi hermano. Recuerdo que nos deslizábamos a la playa y ahí jugábamos con el tiempo como quien le corre a la tristeza. Pero, oiga amigo periodista. Nunca un montón de soledades sirven para aliviar ese abandono que nos duele. En fin. Las monjitas vicentinas, eran una suerte de madres suplentes. Dios las bendiga. Eran unas santas. Nunca nos dejaban llorar-Ahí estaban ellas, para enseñarnos canciones en idiomas extraños. Para contarnos cuentos hermosos, en los que siempre un hada buena consuela a los niños sin ternura, o los ángeles de Dios, nos ayudan a encontrar nuestro camino.

Y ahí nomás, se produjo el milagro. Una tarde de aquellas, un señor alto, delgado, con su sombrero fino, borsalino, creo que le dicen. Y se acercó a mí para preguntarme por qué no estaba en el patio de las visitas. El dolor, la bronca, todo junto, me impidió contestarle. Pero él, con sus ojos de hombre bueno, adivinó toda mi historia y me dijo: ”Tú nunca estarás solo, mientras comprendas que todos esos niños sin visita como tú, son tus hermanos. Mira cuantos tienes. Y así será en tu vida. Cuando encuentres a los que sufren, a los abandonados, a los que tienen hambre, esos son tu familia. Ayúdalos, defiéndelos, abrígalos. Esa es la familia que te regala Dios. ¿Me entiendes? Y claro que le entendí. Ese señor, era el mismísimo Doctor Augusto Pérez Araníbar, conforme comprobé en la foto que aún está ahí en el Patio de Honor del puericultorio. Claro que cuando lo ubiqué y le dije a una de las monjitas que yo había hablado con él. Me miró como si yo estuviera loco, me acarició la cabeza y me dijo: ”reza hijito. Reza mucho. Eso es lo mejor”-y me mandó a dormir. Pero para mí, fue el Doctor Pérez Araníbar el que me dio el mejor consejo que habría de recibir nunca.

Acá en el puericultorio, estuve hasta los 19, pero salí convertido en fabricante de botas y zapatos. Después, me contrató una empresa. Luego, gané una beca y recorrí casi toda la América, aprendiendo y enseñando, organizando zapaterías.

Así alcancé eso que se llama éxito. Sé que mi hermano de sangre se me perdió en el camino, pero por donde he caminado ,siempre he mirado a los más pobres, como la inmensa familia que me enseñó a querer el Dr. Perez Araníbar. Un hombre que consagró su vida a amparar a los niños…sin visita.
-Así me dijo y se perdió luego en la noche, como quien sigue buscando a su hermano, mientras remedia la soledad rodeado por la familia que, aunque es otra, sigue habitando esta casa grande que albergó largamente sus tristezas de niño solo.

Don Felipe, jamás deja de asistir a los eventos que reúne a los antiguos “internos” del puericultorio. Alberga tercamente la idea de que “una de estas noches, encontrará al hermano que perdió. Bueno, como solía repetir “Gabo” García Márquez: ” lo asombroso de los milagros…es que suceden”, oiga usted.

 

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