Aunque usted no lo crea

 

Algún día compilaré todas -o casi todas- las cosas raras que me ha tocado ver en mis andanzas y quizás lo haga en un libro a titularse: “Reportaje a la vida”, que de un modo u otro, empezaré a resucitar, partiendo de esas metas de la existencia, a las cuales solemos llamar cementerio… y… ¡Son la muerte!

Lo juro por los seis capiteles de “La Mezquita Azul”, a cuya sombra, en determinadas fechas de esta “hégira”, suele aparecer abstraído y desencantado, el fantasma de Kemal Ataturk, que en cierto lejano día, alucinó redimir a los pobres, en un país  nacido para subyugarse a los ricos. En fin.

Cada cementerio tiene sus fantasmas, y no hay por qué creer, que, por ejemplo, el “Museo Cementerio Presbítero Matías Maestro” – que tantas historias alberga- resulte siendo una excepción a tan escalofriante regla.

Sé que no van a creerme, pero, para reconciliarse con la verdad, les sugiero inscribirse en uno de esos paseos “Claro de Luna”, que  suele  organizar la Sociedad de Beneficencia.

Si así lo hiciereis, descubriríais, por ejemplo, que existe un desolado espacio que alguna vez fue “Pabellón de los Suicidas”, destinado a ser última morada de aquellos a quienes la Santa Madre, en tiempos pre republicanos negaba solemnemente el derecho a reposar post mortem en tierra consagrada.

Ya sólo queda de este predio para desamparados de la esperanza, un modesto espacio semejante a una salita media mampara nomás. Lo curioso del asunto, es que en tiempos muy recientes, compraron -y a muy buen precio- un final sitiecito, el diplomático Javier Pérez de Cuéllar, despreciando – quién sabrá nunca por qué- un rumboso mausoleo financiado por la orgullosa dama que pudiera haber sido su viuda y ahora duerme silenciosa en un fúnebre monumento sin compañía. ¡Cosas de la vida!

El otro candidato a morar para siempre en el desolado Pabellón de los Desesperados, fue nada menos que el ex Presidente Alan García, quien adquirió tan sombrío predio final, mucho antes de sentirse acosado hasta los extremos del balazo en la sien. ¿Siniestra premonición, o calculado final trágico de una clamorosa carera entre el fervoroso  aplauso y las nunca probadas acusaciones?  No sé de nadie que le lleve flores o le ofrezca el humilde homenaje de un Padrenuestro. “Señor… ¿Por qué tan solos se quedan los muertos?”

Parodiando un verso cantado, podríamos decir: “La vida, es una historia absurda”. En fin.

Casi a la entrada del “Presbítero”, está enterrado de pié, cual fue su último deseo,  ”El Cantor de América” José Santos Chocano, glorioso rimador de vida contradictoria, que asesinó de un balazo al joven periodista que se atrevió a despreciarlo y tiempo después, murió asesinado por un loco, que lo apuñaló sorprendiéndolo a bordo de un tranvía en Santiago de Chile. Quedó en suspenso, la leyenda urbana referida a un fabuloso tesoro-metálico, desde luego- que, se dice, el poeta había ofrecido al orate, mediante un extraño mapa que –falsamente- situaba la soterrada  fortuna, en algún punto del Mapocho.

Avanzando en este mundo del misterio, el paseante encontrará un monumento funerario, erigido en memoria a los caídos en la desgraciada “Guerra del Pacífico”. Y si acaso me ha leído alguna vez, evocará cierta brumosa madrugada en que Norka Rouskaya, “bailarina “rusa”-más bien argentina- ensayó unos pasitos de presunto “deshabillé”, a los acordes de la “Marcha Fúnebre de Saint Sainz”, ejecutada por el Primer Violín de la Sinfónica Nacional, ante los ojos bohemio pecadores, de  José Carlos Mariátegui y un afiebrado elenco de nuestra crema intelectual, hasta que llegó la aguafiestas Benemérita, que levantó a la “cana”, tanto a la artista, como a su cafichesco “manager” y al selecto “publicates”, que pasó las de Caín, para liberarse, en tanto la irreverente “bailatriz” se embarcó a su Buenos Aires Querido, donde cuentan que murió años más tarde, en medio de los delirios de paraísos artificiales. “Haya paz sobre su danza”, escribí alguna vez. Y volvería a hacerlo, conforme prometí cierta noche al maestro Alfonso Tealdo, cuando me presumió de haber retado a su habitual “sparring”, el poeta Jorge Pool, diciéndole: “Vayamos donde el buen Sérvulo y llevémosle aquello que tanto le gustaba”. Y así, puro de Ica en ristre, ambos artistas, viajaron hacia el “Presbítero, donde luego de escalar a medianoche, la reja, llegaron a la tumba del gran pintor, ex campeón de box y bebedor impenitente, para “copear” con él, vertiendo sobre su lápida, el generoso néctar, hasta que –repitiendo una añeja historia llegó la policía, que al parecer, ayer como hogaño, siempre ha carecido del “sentido poético de la vida”, como diría mi llorado hermano ausente, Arturo “Apa” Morales, hoy en el más allá, brindando con el patriarca Noé, que según cuentan, inventó el vino y solía guarachar al calatayud, cuando se le subía al coco su genial descubrimiento.

 

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