Cada peruano tiene su pollo a la brasa

 

Cada peruano tiene su pollo a la brasa. Su pollería en todo caso. Pollería es la institución de la jamancia popular. Más que el partido político de uno, es su club y su divisa. Escribí una crónica al respecto hace un tiempo y casi me matan. Había olvidado de citar algunas pollerías: “Se salió el pollo” por ejemplo en Chucuito a la entrada de La Punta. A los días me mandaron un anónimo: “Cumpa, cuida tu esqueleto, te atorarás”, firmado por la falange chalaca “Los sin papa”. Y por no recordar “El dragón” de Lince casi me mandan la moto. La pollería así resulta pasional y un buen pretexto para tratar un catastro del sabor en Lima.

En estos días la periodista Paola Miglio de la web “El trinche” cita a Claudia Breña quien había escrito un texto sobre la pollería Primos Chicken Bar en el corazón de San Isidro. Destaca Breña que el pollo pesa kilo y medio y que no lleva Aji no moto. Buen aporte pero ya antes, el columnista Mirko Lauer, escribía que el pollo de marras se ubicaba a medio camino entre la comida rápida y la lenta. Amén que sustentaba un eficaz modelo de negocios. Que cada vez más impulsa prósperas cadenas de establecimientos, y es en esa forma que se ha impuesto en los EEUU, generalmente como Peruvian roasted chicken.

El pollo a la brasa es hito porque es casi imposible prepararlo en casa. Es entonces carne de mitos y leyendas. Que transpira industria, más que artesanía. La fórmula en el fondo es una sola, y no hay realmente virtuosos de la preparación. En una entrevista para Gourmet el célebre Paul Bocuse dijo que su mejor plato era el pollo a la brasa, y luego explicó: “era la manera como él mismo lo alimentaba”. Otros advierten que la leyenda no es tan cierta. Aquella de que sus orígenes fue en Chaclacayo al Este de de Lima donde el suizo Roger Schuler fundador del restaurante La Granja Azul junto con Franz Ulrich inventaron y registraron la patente de la máquina. En todo caso, el pollo a la brasa peruano es un pretexto también para escribirles.

En otras crónicas he advertido que mi infancia tiene aroma a Pollo a la brasa y no al Ministerio de Cultura (1). El Perú desde mediados de los apachurrantes años cincuenta, también. Hablar del presidente Manuel A. Odría es referirse, claro que sí, al origen del potaje nacional de bandera. Aquel pichón de gallo, calato como cualquier peruano, en cueros adobados, derramando aceites deleitosos y girando sobre el fuego de esa máquina artesanal que los naturales de las estribaciones del valle del Rímac llamaba ‘rotombo’ y que sin proponérselo, habían fundado ese bocado de la sapidez patriótica: el Pollo a la brasa. Cierto, el suizo Franz Ulrich, socio de su paisano Roger Schuler, apenas modificó la máquina luego. ¿Suizos? Sí, habían llegado al Perú a capturar la vida –y los pollos– pero el ataque japonés a Pearl Harbor y el inicio de la Segunda Guerra Mundial impidió que regresen a su país y aquello coincidió con el feliz hallazgo.

En el edificio recién inaugurado de la avenida Primavera, vivíamos en ese entonces sobre la emblemática pollería La Cumbre en el leyendoso Surquillo. El amor empalaga a veces, los pollos jamás. Y mucho menos aquellos que se presentaban con elegancia huancaína, en coquetas canastas como esa de mimbre chúcaro que los naturales suponían habían abandonaron al pequeño Moisés. La Cumbre pertenecía a Mauro Pelayo, un mozo tránsfuga que había militado en los años cincuenta en las huestes del restaurante campestre La Granja Azul de los suizos, en los extramuros de Lima, camino a Los Cóndores de Chaclacayo, al fondo de las huertas de la hacienda Santa Clara.

Pelayo aceptaba a regañadientes que el ciudadano suizo Roger Schuler era el iluminado inventor del ya solicitado Pollo a la brasa. Schuler vivía en Lima con un grupo de hoteleros suizos buscando “hacerse la América”. Un domingo de campo, Roger y su conciudadano Mario Bertoli Demarchi fueron testigos del acto supremo de una matrona allá en Santa Clara, ensartando a los pollos bebés y de leche por su justo medio en un hierro de más de un metro y haciéndolos girar sobre las brasas de la leña del molle lugareño, preparar un manjar propio de los dioses alquimista de la comarca pre inca de Puruchuco.

En ese instante nació el Pollo a la brasa. Suizos y peruanos, en la síntesis de un mestizaje inmarcesible, prensil y casual como la mayoría de mestizajes. Cierto, aquel detalle de las ensaladas -sólo lechugas y tomates frescos del campo- con una vinagreta alpina eran de su cosecha, mas el ingrediente tutelar de las papas fritas quedó como el aporte nacional de nuestro tubérculo de bandera gracias a la resistencia del laborioso Pelayo.

A La Granja Azul llegaban los regios y familia. Aquellos pertenecientes al remanente social limeño, en ese tiempo, ya en fuga, que trepados en sus potentes Chevrolets Caravans o los centelleantes Forts Blueman bajaban en tropel a devorar las tiernitas aves aún de corral dando cuenta, de acuerdo a su entraña jurásica, a sus bajos instintos que los trastornaba a tal punto que se permitía coger las presas con las manos y a dentelladas, desgarrar las presas acarameladas con ajíes silvestre, muña y vinagres para terminar eructado a margaritas sobre los bien cuidados links del campo de golf. Ofíciese y regístrese.

El «acoplado», el tranvía llamado deseo que ruteaba desde la Plaza San Martín y hasta la playa de La Herradura, tenía sus estaciones históricas. La del Estadio Nacional y su bar El Olímpico, donde mi padre perdió el poncho. El paradero del Cine México, para empalmar con los colectivos al burdel de junto al cerro en La Victoria. La estación de Marsano, que dividía con un navajazo la estirpe de Surquillo y Miraflores y, el paradero de San Eugenio, en Lince, donde una pollería con las primeras luces de neón en Lima anunciaba a los viandantes que ahí se había instalado un templo al Pollo a la brasa.

Era de los llamadas ‘Casa de Especiales’. El establecimiento fue lo que se dice comedero monosápido y sólo atendía Pollos a la brasa. Qué duda cabe, alguien había traslado de La Granja Azul el modelo del aparato de las delicias: el ‘rotombo’. Éste, misma vía láctea, ya estaba perfeccionado, con motor y cadenas que hacían girar varios engranajes y a su vez, a los pollos un poco mayores y de mejor alzada pero igual, generosos en su líquidos, emulsiones y sabores intraducibles.

En los cincuenta, Lima ya era otra ciudad. A su nuevo tejido social le entra por las fauces este hijo del gallo. Y el pollo es dúctil de carácter, fusible de espíritu y polisémico de carnes. Así, tengo mis dudas de una encuesta de Apoyo que habla que el segundo plato en preferencia de los peruanos, después del cebiche, es el Arroz con pollo. Pamplinas. El primer plato es el Pollo a la brasa. Digo, a nivel nacional. Los he devorado en Iquitos como en Cerro de Pasco y eructé de sus entrañas en una playa de Tacna.

Existe en la memoria de los viejos limeños otros Pollos a la brasa como los aromáticos del Pío Pío del Óvalo Gutiérrez, los grasosos de El Súper Gordo de la avenida Abancay y los chiclosos de La Caravana de Pueblo Libre. Al final de cuentas, señora, de los hoy 49 distritos y 2 provincias de la Gran Lima, barrio que no tenga su pollería no es barrio. En todo caso, el boom de las pollerías es muy anterior al boom de los hostales. Así, sólo en el Perú existen instituciones del yantar nacional que no existe en otras latitudes. Solo en el Perú existen: a] La pollería. b] La cebichería. c] El chifa.

Hace un tiempo, la encuestadora IMA tuvo que aceptar que la pollería como organización ecuménica, desde el NSE A hasta el F, era el establishmen del jamar peruano. En los peldaños medios y altos ascendía a 78%, por encima de la preferencia de chifas (57%), pizzerías (37%) y fast food (16%). Existieron focos de resistencia. En el Centro histórico, en La Colmena y frente al hotel Bolívar, argentinos, italianos y francesas quisieron impedir el huayco arrasador del Pollo a la brasa.

En El Cortijo de la Plaza San Martín se lo servía con salsas insólitas. En el Bransa [el de la cocina Tavola calda] se lo obligaba a rostizarse. En El Arriero exigían al pollo peruano a chapar mariconada y se lo expendía al espiedo. Se pelaron. El pollo peruano tenía su nicho entre su casa de ladrillos y su rueda Chicago. Con papas nacionales y no como ahora, con tubérculos de Holanda y EE.UU. como ocurre en pollerías como El Dragón de Lince o en El Corralito de la Residencial San Felipe, o en los casi 50 locales de Roky’s, Chios Chicken, El Pollón, Parrilladas Dallas (San Isidro), Tip Top (Lince, Miraflores, Surco), Pardos Chicken (de la Av. La Marina) y Pollos Hikari en toda Lima Norte.

En los Norky’s –que ese es un capítulo aparte por eso de las franquicias –, las papas son de Ilave y aquello me llena de orgullo. El caso de Norky’s es singular porque impuso una tendencia. El Pollo a la brasa tipo geisha afrolatinocaribeñoamericana. Su cultor un joven profesional nikkey –no digo su nombre por eso de los secuestros– que regresó de Japón y la hizo. No tuvo más que juntar el trato primoroso nipón, una salsa hermética para que no se desprenda la piel –que le viene mal a un pollo de abolengo– del animalito, su cascada de reglamento y sus luces de un neón Pulp Ficcion. Así dominó la capital cuando aún se le tenía fe a Fujimori, y saltó a provincias, y conquistó los países vecinos y su franquicia hoy está sentada junto a Dios padre. De Rocky’s no hablaré sólo por copiones.

Así es el pollo. Generoso y patriótico. Y me disculpará mi tercera esposa: A todas las mujeres que quise les pedía siempre la prueba del pollo después de una noche ciclónica. «Amooor, ¿me haces mi sopita de pollo?». Pobre de aquellas que no acertaban con los ponderados del kión, el apio y los canutos. Para ellas nunca fue mi cielo. Por eso hoy, el pollo ¡a la brasa! ya está luchando en el TLC, invadió Chile antes que los tanques de nuestra gloriosa FF.AA. y en Japón, según Fernando Sea, acaba de desplazar al mismísimo sashimi de tiburón. Larga vida pollo de mis amores. Ahora solo falta al cuy.

(1) El Ministerio de Cultura mediante la resolución Ministerial Nº 0441-2010-AG, resolvió declarar al tercer domingo de julio de cada año como “El día del pollo a la brasa”.

 

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