Carta a Fidel

 

Hace 50 años estuve en La Habana. Coincidí allí con un compatriota mío que se quejaba de no haber sido un héroe debido a no haber llegado a una cita con usted.

Amigo suyo, Ernesto Che Guevara lo había invitado a una reunión en la que un grupo de cubanos encabezado por usted planeaba invadir la isla e iniciar una insurrección de las montañas.

“No fui”, me confesó Juan Pablo Chang porque el escenario de la reunión era un café del Distrito Federal. “Deben de ser revolucionarios de café”, se dijo nuestro querido “Chino”, y no fue.

“Si no hubiera dudado, habría estado con Fidel y acaso habría muerto gloriosamente con la gente del “Gramma”, se lamentaba.

Sin embargo, muy poco después de que me lo contara, Juan Pablo aparecería combatiendo en las montañas de Bolivia con el comandante Guevara y compartiendo con él el mismo destino heroico.

Ese enero de 1966 y en la circunstancias, conocí en La Habana a un muchacho que tenía la misma edad que yo, pero que ya era un héroe. Le dije que yo también quería serlo y le pregunté cuál era su secreto:
“Aprendamos de Fidel”, me dijo. “Aprendamos de cuando fue derrotado en el cuartel Moncada y logró llegar a la Sierra Maestra. Hemos comenzado a vencer, proclamó, en lugar de sentarse a esperar a que llegaran las condiciones objetivas.” Y agregó que: “Fidel nos enseña que el secreto del heroísmo es esperar siempre en la desesperanza”.

Se llamaba Luis Turcios Lima y había nacido en Guatemala. Tres cuartas partes de su país estaban en poder del frente guerrillero que comandaba.

Por fin, y en esa misma conferencia, el compañero Salvador Allende me explicó por qué no creía en las derrotas, incluso en las que pudieran inflingirle:
“Cuando usted tenga más años, compañero, se dará cuenta de que los vencidos tienen un papel determinante en la historia. Los combates por la liberación se inspiran en el padecimiento de los pueblos arrasados, en el sacrificio de las generaciones derrotadas, en el altruismo de los mártires que marcharon a cumplir su destino. Cristo es el primero de una larga lista”.

Estoy hablando de tres héroes a quienes conocí en la Conferencia Tricontinental, de tres compañeros a quienes el nombre de Fidel Castro les sirvió siempre para dar una lección de historia, o más bien para escribirla.

Gracias a usted, mi recuerdo es un recuerdo vivo y mi socialismo es, más allá de los partidos, una convicción moral y una lección de decencia que recibo todos los días. Ellos, usted y don Quijote me han enseñado que los héroes pueden morir y ser escarnecidos y derrotados muchas veces pero lo que nunca muere son los principios que hacen hombre al hombre y dignifican la condición humana. Por eso, esta mañana, no creí en la noticia funesta. Más bien, recordé esta carta, levanté el puño en alto y proclamé: Gracias, gracias para siempre, compañero Fidel.

 

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