Cuando El Diablo Juega

 

Lo conocí en una recepción de Embajada. Su pinta de galán agringado, enmarcada en su uniforme de aviador, lo hacían sumamente atractivo para las miradas femeninas. Y si a eso, se añadía su gran sentido del humor, no cabía duda de que era un candidato ideal para jugar al “Póker del Diablo”, que empieza a repartir cartas, en cuanto el jugador se deja encandilar por la vanidad y alucina que puede burlarse de todos y de todas, hasta que una noche de esas, comprueba que las cartas están marcadas, que la apuesta es muy alta y lo que está en juego es su propia vida y quien sabe, alguito más, mi estimado.

El hombre, era, por descontado, un jugador nato y haberse casado tempranamente con una reina de belleza, no había agotado en modo alguno su afán aventurero, si bien la propia vanidad, le hacía suponer que en su destino figuraba un póker de ases como cierre triunfal de toda las partidas.

Y así parecía ser, hasta que conoció a María Luisa. Ella, no era nada del otro mundo, en lo que a belleza se refiere. Pero si de manipulación hablamos, tendríamos que cambiar de baraja, pues la flaquita era de cuidado como mi amigo Tenorio habría de comprender muy pronto.

Ella le obligó a tomar un depa en un edificio que se ha hecho sombrío por la leyenda de su amor prohibido y cada vez que lo contemplo al pasar, me llena la memoria de viejos fantasmas.

El amor de contrabando fue echando raíces cada vez más hondas y exigiendo definiciones a quien creía ir de broma, mientras hacía dribling contra los poderes del Infierno.

Un día, María Luisa se aburrió de los faroles del piloto y decidió jugar sus cartas por cuenta propia. Coludida con un idiotón que les servía de mandadero, emboscó a la legítima esposa, mediante un telefonazo anónimo, denunciando una falsa cita del piloto infiel, “con otra mujer”, en un paraje desolado.

Cuando la doña se animó a hacer “el gran descubrimiento”, vio en efecto, el coche de su marido y al interior, dos sombras que parecían jugar al viejo chape de todos los agarres.

Cuando se acercó, la verdadera amante, ayudada por el forzudo idiota, la introdujo al coche, donde María Luisa se despojó de la careta y presionó a la dama, para que lo más pronto posible, concediera el divorcio al galán de la película, a fin de que éste -claro- se casara con “la otra” en menos de lo que canta un búho.

La señora se negó en redondo y así firmó su sentencia. María Luisa hizo un rápido ademán y el verdugo que aguardaba en el asiento posterior, se lanzó al cuello de la infeliz esposa, presionándolo manualmente hasta que cesó el respiro.

Al día siguiente estalló la bomba a cinco columnas de los tabloides de entonces. Y el piloto jugador, pretendió bailar a la poli, hasta que entendió que el círculo se iba cerrando y entonces, se jugó el todo por el nada, robando un avión que abordó con su mujer prohibida, para emprender un vuelo que cesó en Tacna, donde El Diablo habría de sellarle el pasaporte haciendo envite final de su jugarreta maligna.

El piloto escribió a sus camaradas de armas, una despedida parodiando un tango y luego enfiló la nueve milímetros al pecho de una sorprendida María Luisa que se había dado tiempo para describir también su despedida, pero no para morir, sino para seguir viaje con su amante. Sonó el primer balazo y luego otro, que perforó el cráneo del galán trágico, precipitándolo a una cruel agonía de 24 horas.

Entre tanto, yo corría una aventura parecida, pero sólo perdí mi automóvil y me gané unas cuantas magulladuras.

Y es que quién sabe, aquella noche el Diablo no se dio tiempo para cobrar dos apuestas sumamente altas.

Total, yo resucité en una cama de hospital y mi amigo el jugador desapareció para siempre ahogado en un torbellino de crónica roja. A María Luisa, -difunta ya- la perdonó su familia. Al piloto, sólo lo acogió la fría fosa común, sin bendición ni responsos. Así cobra El Diablo sus apuestas…y el resto, es cuento, mis amigos.

 

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