¿Dictadura de género?

 

Con Phillip Butters fuera de Radio Capital podemos dar por sentado que, de hecho, en el Perú vivimos una “dictadura de género”, en la cual la libertad de expresión ha devenido en letra muerta, proclama vacía, por más que supuestamente esté garantizada en los documentos fundamentales del país. Despedir a Butters puede considerarse como el punto de inflexión, el punto de partida de dicha dictadura. En efecto, característica básica de toda dictadura que se precie es controlar los medios de comunicación. En una dictadura normalmente uno puede decir lo que quiera, excepto, claro está, aquello que vaya en contra de ella misma. En el Perú podemos decir lo que queramos, excepto si vamos en contra del “género”; allí ya no somos libres de opinar lo que nos parezca oportuno.

La situación es delicada. Los periodistas demostrarían una auténtica miopía, cuando no cobardía, si dejaran pasar el hecho, condenándolo al ostracismo y al olvido. Estarían aceptando tácitamente el establishment dictatorial. Serían, en cierta forma, cómplices, pues aceptarían que, de facto, carecen de la libertad para opinar según su conciencia, debiéndose en cambio plegar dócilmente a los requerimientos del poder establecido, en este caso, del poder mediático, económico y político del género. Se descalificarían a sí mismos como espejos de la sociedad, como garantes de la información, como una voz auténticamente crítica dentro del país. Pasarían a formar parte del grupo de los sometidos, los comprados, los cobardes. Es fundamental, en consecuencia que, independientemente de que estén de acuerdo con no con Butters, manifiesten abiertamente su apoyo al periodista injustamente despedido, y su repudio del control de los medios de comunicación mediante sanciones económicas. Deben defender la autonomía de los medios, la libertad de los periodistas, y el derecho de los ciudadanos a escuchar opiniones divergentes.

Como es sabido, el linchamiento de Butters ha sido causado por su valiente intervención en la multitudinaria marcha “#conmishijosnotemetas”. Allí ha catalizado la voz de más de un millón de personas a lo largo y a lo ancho del país. Cualquiera puede ver el video y darse cuenta por sí mismo, de que no incita al odio o a la violencia. Es verdad que habla con energía, dice cosas fuertes, pide la renuncia de la Ministra de Educación, interpela a Keiko Fujimori para que, si no se quita a la ministra o no se elimina a la ideología de género de la curricula escolar, ejercite el liderazgo de su partido en el congreso para deponerla. Uno puede estar de acuerdo o no con sus peticiones, pero el que las haga es su derecho, un derecho que todos los peruanos tienen (¿tenían?) de expresar su opinión en materia política. Sancionarlo por expresar su opinión es firmar la sentencia de muerte de la libertad política y la libertad de expresión en el país.

Obviamente, quienes han promovido la campaña para echarlo fuera negarán estos extremos. Efectivamente hacen un hábil y manipulador uso del lenguaje. Dirán que incitaba a la violencia o difundía el odio. Lo curioso es que para ellos violencia y odio es sinónimo de estar en desacuerdo con sus propuestas. Además, hacen una estudiada manipulación de la información. Es curioso observar cómo, una y otra vez, en los diferentes debates públicos que precedieron a la marcha, los que representaban los derechos de los padres de familia dejaron en silencio a quienes defendían la curricula escolar. Es decir, quedó de manifiesto su adecuada preparación intelectual. En cambio, a la hora de cubrir la información sobre la marcha, buscaron estudiadamente la opinión de la gente más sencilla para ridiculizarla. Este hecho muestra de forma fehaciente el carácter tendencioso de muchos medios, y el desprecio que sienten por la inmensa mayoría del pueblo peruano, situándose ellos en una supuesta superioridad intelectual, que no han sabido demostrar en los debates previos a la marcha.

Del programa educativo, también tendencioso y confuso, se discutía sobre si era o no ideología, afirmando sus autores que se trataba solo de “perspectiva de género”. La salida de Butters de Radio Capital confirmaría cabalmente, sin embargo, que no se trata ni de perspectiva, ni de ideología de género, sino de una auténtica dictadura de género.

 

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