Divino y profano

 

FUE EL PRIMER ARQUERO en atajar de penalti durante un mundial, lo que habría sido suficiente para que su nombre fuera retenido por la historia de los mundiales. Pero él, Ricardo Zamora, guardameta de la selección de España, hizo más, quiso más, antes, durante y después de aquel mundial, el de Italia 34. Lo llamaban el Divino aún hoy, cuando se habla de él, se habla del Divino Zamora.

Había nacido en Barcelona, la capital de Cataluña, en 1901, en el seno de una familia acomodada, por lo que desde chico supo lo que eran los buenos modales y el buen vestir. Por aquel entonces era raro ver a un retoño de la burguesía catalana interesante seriamente en el fútbol, pues el fútbol no se comparaba ni se vendía, los mercaderes aún no la habían secuestrado. Sus padres querían para él una profesión de prestigio con la que se ganara seriamente la vida: lo hicieron estudiar Medicina, para seguir el derrotero trazado para papá, el doctor Zmora. Pero Ricardo le había agarrado gusto al fútbol desde que, a los trece años, debutó en el puesto de guardameta en el Universitari SC. Más tarde, en 1919, integra el Real Club Deportivo Espanyol, donde se quedará tres años: con su metro noventa de estatura parece predestinado al puesto de portero y no tarda en volverse precozmente una vedette que daba que hablar no solo por su inusual destreza bajo el arco, sino también por su elegancia, por su temperamento egocéntrico, por sus dones de líder.

Un altercado con un dirigente del Espayol lo decide a fichar por el otro gran club catalán, el FC Barcelona, que era la negación misma del Espanyol, pues esgrimía un catalanismo antimonárquico y popular. Con Zamora en el arco, el Barca hace tres temporadas formidables: se llevó dos veces la Copa del Rey y una vez la Copa de Cataluña. Un nuevo altercado con un dirigente lo hace dejar el club azulgrana, esta vez por una cuestión de aumento de sueldo. En 1922 volvió a Espanyol, donde se quedaría ocho años, hasta firmar por el Real Madrid. Entre tanto, el Divino se había vuelto la figura más carismática del fútbol español, un arquero que inspiraba confianza y ejercía liderazgo en su equipo; sus despejes con el codo se habían hecho proverbiales. Como no podía ser de otro modo, lo convocaron a la selección que participó en las Olimpiadas de Amberes, en 1920, donde la Roja obtuvo la medalla de plata.

La crisis económica, lo largo del viaje en barco y la inestabilidad política hacen que España no participe en el mundial de 1930, en Uruguay. Es en el de Italia 34 cuando la Roja aparece por vez primera en el torneo de la FIFA; tres años antes la monarquía española se había disuelto y España había pasado a ser una república. En Italia, Benito Mussolini había impuesto el orden fascista, en Alemania los nazis estaban convirtiendo el país en una tiranía. Europa había empezado a precipitarse al fondo de una guerra sin precedentes en la historia de la humanidad.

A diferencia del mundial de 1930, en el de 1934 no hubo grupos, sino que fue un torneo de eliminación directa. España llegó a Italia con la reputación de un equipo de calidad, ofensivo y eficaz, con un arquero que era ya una leyenda viviente a nivel internacional; Ricardo Zamora, con su Jersey cuello de tortuga y su gorra se había vuelto una figura sumamente conocida y popular. España y Austria, el Equipo Maravilla, podían romper en pedazos el designio del Duce de hacer que la copa Jules Rimet se quedara en manos de la Squadra Azzurra. En su primer partido, los de la Roja se enfrentaron a Brasil, que, sin ser aún un gran país de fútbol, había participado decorosamente en Uruguay 1930, y tenía en sus filas a un delantero que era todo un artista en formación, Leonidas, prototipo del futuro futbolista brasileño, creador y de gambeta deslumbrante. España fue superior y se impuso limpiamente 3-1: el gol de Brasil fue anotado, precisamente, por Leonidas, quien, por otro lado, ejecutó un penalti que fue atajado por Zamora, que así condimentó todavía más su fama de gran arquero.

En el partido siguiente España tuvo que hacer frente a Italia. El 31 de mayo, en el estadio Giovanni Berta de Florencia, ambas selecciones disputaron no un partido de fútbol, sino una batalla campal en la que el árbitro pasó por alto varias agresiones arteras de los locales, por los españoles, por instinto de supervivencia, tuvieron también que responder de manera virulenta. Los ataques italianos era persistentes, al punto de descuidar su defensa; al minuto treinta, Regueriro abre el marcador para los ibéricos y empieza entonces una arremetida a mansalva; el Divino Zamora jugaba el mejor partido de su vida y se había vuelto una barrera infranqueable para los ataques rivales. Al minuto cuarenta y cuatro, Ferrari avanza y aprovecha el momento en que Schiavo derribaba violentamente a Zamora sin ser sancionado por el árbitro. Al minuto noventa, el partido terminó empatado, por lo que se jugó una prórroga que también concluyó empatada. El encuentro de desempate tuvo lugar al día siguiente. Seis españoles no estaban en condiciones físicas de jugar de nuevo, entre ellos Zamora. Italia se impuso 1-0. Se dice que el Divino recriminó ásperamente a sus dirigentes por no haber presentado una reclamación ante la FIFA contra Italia y contra el árbitro.

La España que Zamora encontró luego del mundial estaba inmersa en la efervescencia política, se había vuelto un país en el que era imposible no tomar partido por una opción de izquierda u otra de derecha. Se reintegró al Real Madrid, pues los torneos de fútbol no se habían interrumpido. Pero todo se trastoca en 1936, cuando estalla la Guerra Civil y el conflicto de las hostilidades Zamora es dado por muerto: se Trató en realidad de una patraña orquestada por los nacionalistas para restarle importancia al hecho de que hubiera fusilado al poeta Federico García Lorca y, al mismo tiempo, hacer creer que los republicanos no respetaban la vida de nadie. Zamora no estaba muerto, pero se encontraba prisionero en Madrid, arrestado por los milicianos, quienes lo creían vinculado a los monárquicos por su colaboración con el diario Ya y haber jugado por el Madrid, club estrechamente identificado con la derecha española. Sin embargo, el Divino no gozaba de muchas simpatías en el bando nacionalista, pues le reprochaban haber aceptado una condecoración de Manuel Azaña, presidente de la República, y haber observado una actitud descortés frente a los jugadores de la selección de Alemania, cuando esta disputó en 1934 un partido amistoso en Barcelona frente a la Roja. Lo sospechaban ser simpatizante de izquierdas.

Gracias a la ayuda del escritor Pedro Luis Gálvez y a la intervención de la embajada de Argentina, Zamora se exilia en Francia, donde es contratado como entrenador del OGC Nice. En 1940, ya finalizada la Guerra Civil, aunque comenzada desde hacía un año la Segunda Guerra Mundial, el Divino vuelve a España. Su regreso, sin embargo, no le evitó complicaciones pues la dictadura franquista desconfiaba de él y, si bien Ricardo Zamora era una figura de fama internacional, no pudo evitar que lo investigara la policía política para dejar en claro cuál había sido su grado de compromiso con el Gobierno de la República: no había ninguno. Sin embargo, la desconfianza hacia él persistió, y, para ser bien visto por los que entonces mandaban en el país, Zamora aceptó el puesto de entrenador del Atlético Aviación, club dependiente del Ejército español. En 1950 fue condecorado por Franco.

El Divino Zamora renació y fue más divino que nunca, pues sabía que su figura no pasaba desapercibida. Su fuerte personalidad, su elegancia, su conocimiento del fútbol, hicieron de él un personaje inevitable, ya no solo en el deporte, sino también en la sociedad de aquella España monocorde y gris del franquismo de posguerra en la que no le fue difícil brillar. Entrenó a varios clubes, incluso fue entrenador de la selección nacional; actuó como protagonista en ¡Campeones! (1943), película que fue un éxito de taquilla a despecho de su guion simplista, de su contenido edificante, según la moral del franquismo.

Murió en 1977, dejando como persona el recuerdo de un individuo controvertido y oportunista. Tuvo un hijo, fruto del matrimonio contraído en 1930 con Rosario de Grassa, muchacha de la alta burguesía catalana de la que se enamoró a primera vista, de la bailarina Pilar Galdeano, con la que mantendría una larga relación extramatrimonial y con quien se casaría en 1967, tras la muerte de Rosario de Grassa: el divorcio no existía en el régimen de Franco.

En fin, Ricardo Zamora fue republicano cuando había que ser republicano, fue nacionalista cuando había que ser nacionalista. Pero dejó sobre todo el recuerdo de un gran portero, el primero en crear un estilo de juego, una forma de vestir en la cancha; el primero en aparecer con frecuencia en la prensa o dar que hablar en la radio. Daba todo por su equipo; cada partido era para él una cuestión de honor, de justicia. Fue el primer guardameta en atajar un penalti en un mundial. Fue divino, fue profano y venal. Fue humano, acaso demasiado.

 

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