El amor en tiempos del viagra (II)

 

Ayer conversábamos, acerca de los riesgos que encierra una aventurilla rosa de esas que suelen salirnos al paso y que esconden tras una sonrisa almibarada, nada menos que el fantasma de la muerte. Hoy vamos a centrarnos en “La Pastilla Azul” y sus maravillosos poderes, que al igual que los milagros, ”lo asombroso, es que suceden”, o en este caso, funcionan, mi estimado. Fe y Esperanza, o… como se llame la Candy en cuestión. El asunto es encontrarla.

La pastillita “mágica”

Pero como este modesto escribidor, algo entiende de menesteres biológicos, aquí les regala una breve plática sencilla, a fin de que los señores jubilados así como los muchachones que no patean bien al arco, se ilustren acerca de tan picante tema.

En primer lugar, el deseo sexual, nace en determinada zona cerebral que los cultileídos conocemos como” cerebro reptiliano, antiguo o primitivo”, al estímulo visual, táctil u olfativo, del sexo que nos interese en contrario.

Luego, el mensaje, “se dispara” a través del Sistema Nervioso, estimulando la circulación periférica que- si no hay inconvenientes de bloqueo arterial, frustración psicológica, trastorno nervioso, o, digámoslo de un solo quechi: vejez del cliente-inunda los senos cavernosos que rodean el pene y precipitan ese venturoso fenómeno que la ciencia denomina: “erección penetrante”.

Pero… hay algo más

Alguito más. Los hipertensos y otros feligreses que sobrellevan tratamiento cardiológico, no deben autozamparse el Viagra en cualquiera de sus versiones, sin consultar a su médico. El riesgo de infarto, es un peligro adicional al resbalón pipiléptico.

Pero, aparte de esto, si usted es ya, un muchachón de esos que ahora laman graciosamente: “adulto mayor”, o “caballo viejo”, como me dicen a mí de pura envidia, y ti ene a la mano una potranca que lo tiene “embrabascao”, tómese su pastillita una hora antes del encuentro y recuerde lo que le dijo el mendigo a Aristóteles Onassis, cundo dicho magnate iba a entrar al “Ritz” parisién, embracetado de Jacqueline Kennedy y arrojó al pordiosero chambergo del pata, un billetón de a cien dolarillos americanos.

– ¿Y qué le dijo el mendigo, mi estimado?

– ¡Que Dios se lo pare, señor!…¡ Hasta mañana!

 

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