El arte de escribir

 

Yo he llegado a creer que nací para escribir. Y no por eso, me siento un genio, ni siquiera un talentoso escritor. Pero escritor, sí soy. Antes que nada, periodista que es como -según pienso- deberían empezar todos los escritores, poniendo alma y corazón en el empeño de transcribir la realidad, como es, para luego alimentar la novelística tratando de inventar cómo debiera ser… aunque no sea.

Claro que desde niño, fui un voraz devorador de Julio Verne y Salgari, dándome maña para conseguir sus libros, a veces, comprándolos al baratillo, y otras, intercambiándolos con otros apasionados por la lectura.

Yo, a los cinco años, escribía historias en la vieja Underwood de mi padre, en mi añorada casita de Mapiri, donde mis familiares miraban curiosamente, al “chico este, que le ha dado por escribir” y a veces, ayudando a algún vecino o vecina, que tuviera necesidad de redactar algún documento. Nunca acepté propinas o algo más que un “muchas gracias”, por hacer algo que me divertía y apasionaba al mismo tiempo.

A los siete años -no recuerdo cómo- cayó en mi manos, el voluminoso texto de “El Mundo es Ancho y Ajeno”, el mismo que habrá de releer, nada menos que siete veces a lo largo de mi adolescencia.

Mirándola desde mi actual perspectiva, esa monumental obra del gran Ciro Alegría, es periodismo puro y neto y quizás delineó en mí lo que habría de ser mi vocación definitiva. Y cuando cierta vez confesé a mi padre mi sueño de ser escritor, él me dijo incrédulo:” ¿Ah sí? ¿Y cuándo leeré tu primera obra?” Lamentablemente, “Perrocasos” reunión de mis cuentos primordiales, que increíble y generosamente, me prologó el Maestro Luis Alberto Sánchez, vio la luz, cuando mi querido padre, no estaba ya con nosotros.

Más adelante, la vida me llevó por todos los caminos, trabajando de todo un poco, viajando mucho, amando también, boxeando por afición de lucha y –quién sabe- esperando que el “sincrodestino” me orientara al periodismo que fue -y sigue siendo- el amor de mis amores-, lo cual sucedió de una manera casi increíble, cuando yo me desenvolvía como vendedor de telas en un

lujoso almacén de gente gringa.

Un vendedor de artefactos con el cual había iniciado amistad se cruzó en mi camino, así porque sí y de pronto, vi en su solapa, un curioso “pin” que retrataba la risa y el llanto, que como por entonces yo ignoraba, es el emblema universal del teatro. Y entonces, pregunté a Michel Morante -que así se llama mi hoy desaparecido amigo, qué significaba dicho emblema. Así pude enterarme, de que Michel, era aficionado al teatro y además integraba el famoso “Grupo Histrión” que ensayaba todas las noches en el pasaje García Calderón, a mitad de la avenida Bolivia. Y como si me leyera el pensamiento, me preguntó: “¿Te gustaría asistir a uno de los ensayos? -claro que sí-, contesté y a eso de las siete de la noche, ya estaba alternando con reconocidas figuras del arte teatral, con la inolvidable Lucía Irurita y el gran maestro escénico Sergio Arrau a quien recuerdo con gratitud y mucho cariño.

Para abreviar, resulta que hacía falta un “apuntador”. Es decir, ese “extra”, que va “soplando” la letra a los actores olvidadizos o despreocupados. Y como no había otro a la mano, el director -o sea el Profesor Arrau-, decidió que yo debutara en el señalado rol, que asumí con particular entusiasmo, encadenándome al “Grupo”, definitivamente. Al correr de las noches, resulté reemplazando a los histriones “faltones” y así llegué a aprenderme de memoria el libreto de “Seis personajes en busca de autor”, del genial Luigi Pirandello, nada menos. Pero hubo un detalle inesperado. Algunas de las frases trabajosamente traducidas del italiano, resultaron inadecuadas para nuestro público, en opinión del Maestro Arrau, por lo que decidió que “alguien”, las “acomodara”, al gusto peruano, por decir algo. Y entonces… ¡Adivinaron! …ese “alguien” no fue otro que “El apuntador”, que, para no hacer más misterio, resulté siendo yo mismito, que a la larga, aparecería en dicha obra como “Galán Joven”, la noche de su estreno en el Segura, mi estimado, para que se enteren mis “enemigos”.

Pero, volviendo al “arreglo de los libretos, -que parecía ser mi “fuerte”, entre los “asistentes” a la sala de ensayo, destacaba la gran actriz Rosita Wunder (infaltable en mis recuerdos), dueña de una gran voz un especial talento histriónico. Ella se acercó lentamente a ver lo que yo hacía y de pronto, exclamó, como en un “Tercer acto sublime”: ¿Te has dado cuenta de lo que estás haciendo?

¡Estás corrigiendo (aunque eso, no era exacto, claro), a Pirandello, nada menos… ¡Oye, tú tienes talento¡ ¿No te gustaría ser periodista? -¡Claro, señora. Ese es mi sueño dorado! -dije- Y sin darme tiempo a pensarlo, me llevó -de la mano casi, hasta  la cuadra siete de Baquíjano, para luego de un breve diálogo con los porteros de La Prensa, conseguir que mi gran hermano Carlos “Coco” Meneses, bajara a su llamado y tras una breve presentación, me incorporara a la sección deportes de Última Hora, querido diario, en el cual, habría de iniciar esta carrera que ya supera las seis décadas entre triunfos y contratiempos. Después, claro, retomé la universidad, que había interrumpido en el tercero de Pre-Médicas y esta vez troqué la ciencia, por Letras y, concretamente, Periodismo. Había encontrado mi camino. Desde entonces, he pasado por más de doce medios escritos y televisivos, del Perú y el extranjero. Muchos de mis viejos amigos “se han ido de gira”, como se dice entre gente de teatro, porque los verdaderos artistas nunca mueren.

Y ahora, golpeado por el tiempo, escribo de todo un poco y espero la llegada de mi hijo Willy, para lanzar “Perro Mundo: Reportaje a la vida”, que dedico en forma especial a mis alumnos universitarios. A esos valiosos muchachos-casi hijos míos que hoy toman la senda del periodismo y a los cuales trato de enseñarles lo que a mí me enseñó “El gran teatro de la vida”, además de las diversas universidades que frecuenté a su tiempo. A ellos, que despiden cada una de mis clases entre clamorosos aplausos, que celebra mi hermano espiritual Roberto Mejía, Rector de la Universidad Jaime Bausate y Meza, diciéndome que lo merezco, ya que, en cada una de mis clases, entrego parte de mi vida, a ellos, digo, quiero dedicarles con estas líneas una frase del genial Ray Bradbury, autor de “Crónicas Marcianas” y la monumental “Odisea del Espacio”. Y la cita es como sigue: “Huye de aquellos que no crean en ti”. Muchas gracias a todos. Y como dijo otro viejo y también genial periodista y escritor: “Hay un grupo de gente que me ama y me aplaude por lo que soy. Otras personas, me detestan por la misma razón. Y eso, me ha enseñado a pensar con equilibrio”. Gracias por la atención, amables lectores… amigos entrañables, todos y cada uno.

 

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