El “encamote”

 

Cuando usted decida embarcarse en una de esas aventuras, cuya explicación no encuentre, cierre los ojos, respire profundo y no se pregunte por qué. Lo mismo, cuando no entienda la razón de su templadera por la pérfida de sus desvelos. Entonces, como soy buena gente, yo puedo alcanzarle una explicación y consolar sus tristezas de “encamotado”, apelando a mis vivencias en casos similares, envueltos ya, en “arenas que la vida se llevó”, pero antes, déjeme que le cuente un cuento, -histórico, si cabe- como solían hacer los abuelos, cuando los niños se negaban a pegar el ojo, en esas noches de inquietud sin esperanzas. De “Papá Noel”.

Hace muchos siglos, un Inka llamado “Túpac Yupanki”, a quien debiéramos tener como gran navegante y bravo entre los bravos, entrenado por indios cañaris en el arte de la navegación, fletó una escuadra que exagerados historiosos estiman en cuatrocientas balsas y tomando el pulso a las corrientes marinas, desplegó velas y se dejó llevar por el viento, haciendo rumbo -sin saberlo- a las lejanas latitudes de la Polinesia, tal como siglos más tarde, el noruego Thor Heyerdahl, repetiría a bordo de su legendaria “Kon Tiki”, para desatontar a quienes les quepa dudas.

Si algún oceanógrafo curioso, se tomara el trabajo de recorrer tal mitológica ruta, encontraría-a no dudarlo- islotes y peñascos, que aún en nuestros días, se llaman “Túpac”, o” Yupanqui”, si bien casi nadie recuerda porqué.

Pero volviendo a nuestro lejano y osado nauta cholifásico, hemos de precisar que su corte de navy infantes, incluía, además de los guerreros que ya, desde esos tiempos, gustaban de meterse en todas, a modistos, maquilladores y otros cuchifláis, cuya misión consistía, en bañar, vestir y maquillar, al precitado hijo del Sol, nada menos que seis veces al día, incinerando las vestimentas desechadas, ya que como podrá suponerse, un casi dios, al igual que Paganini, no repetía nunca, ni estilaba andarse con vejeces o huachaferías.

Bien. Volviendo al tocuen, Una mañana cálida y sensual, las balsas del “Divino” personaje, encallaron en islas polinésicas, donde toda la colle fue recibida al son de trompetas caracoleras y bongós de tronco palmerino, juzgándolos algo así como dioses, por haber venido desde “allende la puesta del Sol”.

Bueno pues, haciéndola cortina, se armó una especie de long play pachanga carnavalera, para agasajar a los visitantes, que aunque no entendían ni se hacían entender, en asuntos de lenguaje, sonreían, bailoteaban y la pasaban de película, comiendo cerditos al palo y empujándose buenos tragos de fermentos isleños, mientras tiraban lente a las preciosas “Vaitiares”, que lucían el material gracias a sus breves vestimentas.

El Inca, por su parte, matizaba el entrevero, regalando cachivache y medio, por lo general de arcilla, o-de vez en cuando- de “orégano” firmeza, eligiendo en tal caso, claro está a los más más de las islas y en especial a “la más riki riki” del bolondrón,-hija del cacique- que salió enamorándose de este poderoso señor de extraña pinta, que disparaba como “Billy The Kid” a la hora de hacer regalos, lo cual, antes como ahorita, no será galante, pero ayuda mucho, oiga usted.

Y llegado el momento, superados los chacoveos de estilo en todos los idiomas, el poderoso señor de más allá de los mares, convenció por señas al viejo cafichón, de que lo “matrimoniara” con la percanta de su hija, que ya iba entrando al tocuen al calor de la cumbiamba.

Y se celebró el casorio, con todas las de rigor, incluidos discursos de una y otra parte que naturalmente nadie entendió ni michi, ni falta que hizo, pues el Inca, con el trukini de “mostrarle sus navíos”, pegó tremenda adelantada a la luna de miel a la princesa del asunto.

Al día siguiente del “metisaca”, la feligresa -a quien, entre otras cosas, se le había aflojado la lengua- anunció al populorum, que se embarcaba con su nuevo perconchante, que la llevaba a su lejano reino, convertida “en una de sus esposas favoritas”, porque el hombre le había explicado el merengue bien a la franca, para evitar “malos supositorios”, como se diría en lenguaje del llonja coloquial.

Luego, pues, “dicen que las despedidas son muy tristes” y el Inka empalmado con la exótica princesa, ordenó a su cuchuflética flota, hacer rumbo de retorno al Tahuantynsuyo, cosa que se cumplió sin dudas ni chicharrones. Por el rumbo el enamorado Túpac, descubrió que su amada, asaba a la leña cierto encantador potaje, llamado “Kam ott”, regalo de su augusto suegro. Era, como podrá adivinarse, el riquísimo “pavito”camote asado, al cual los polinesios llamaban: “Delicia de la Tierra” Y en este punto, es donde la historia, se pone puntillosa y algo romanticona. Cuando al cabo de varios meses de navegación, la real nave, empezó a entrar por Paracas, lugar por donde siglos después, entrarían los españoles y luego, los chilenos que hasta ahora nos “J” …y no sé hasta cuándo.

Y de golpe, La real flota tropezó con una abrumadora “kamanchaka” (bruma oscura, espesa y pesada), que amenazaba ensombrecer tan putifay romance aventurero. Y entonces, la princesa, que ya manyaba algo del real runa simi, dijo a su amado:” Me has traído al reino de las sombras.- A lo cual el regio dorima respondió: “Si. Pero a partir de hoy, se iluminará con nuestro amor y tu belleza”. Según me explicara en su momento, mi hermano ausente Juan José Vega, documentadísimo historiador, eso, explicaría la forma tan calzonuda, caprichosa y terca, en que nos enamoramos, quienes – por angas o mangas-, resultamos descendientes de aquel hombre aventurero, marino y templadizo que fue Túpac Inca Yupanqui”, pariente de mi quechuhablante colega, Don Demetrio.

-Por eso, amigo, usted que es sufridazo para el castigo, no se pregunte porqué. La culpa la tiene “El Camote del Inka”. Si lo sabré yo, compadre. Si no es por mandinga, será por Inga, como dijo Don Ricardo.

 

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