El criminal “derecho de piso” en Hollywood

 

Ir al cine es un placer que este columnista de opinión respeta y ejecuta religiosamente, además de intentar fomentarlo entre sus lectores. Películas como Shakespeare Enamorado, Pandillas de Nueva York, Pulp Fiction-Tiempos Violentos, Kill Bill o El Discurso del Rey, son de mis favoritas. Todas ellas llevan la rúbrica del productor cinematográfico Harvey Weinstein, el mismo que en los últimos días se ha visto involucrado en una serie de denuncias de abuso sexual.

La conocida “novia de Iron Man” y actriz de carácter Gwyneth Paltrow fue una de las víctimas del pervertido Weinstein, quien quiso obligarla a masajearlo en un recinto íntimo. Ella, recién debutante en aquellos años 90 se negó a caer en sus redes. Angelina Jolie también logró salir de su acoso sexual. Cara Delevinge contó que Harvey Weinstein le ofreció participar de un trío. Sin embargo, otras como la italiana Asia Argento sí sufrieron de una violación sexual, mientras Rossana Arquette estuvo muy cerca de sufrir el mismo suplicio. Rose McGowan perdió su trabajo por atreverse a levantar la voz, y hay muchos otros casos más que van surgiendo en las últimas horas.

Lo que llama la atención es el silencio de una industria del espectáculo que no se la piensa dos veces antes de enrumbar (con toda justicia) contra el Presidente Donald Trump. Pero, ante un escándalo que, según parece, era bastante conocido por los pasillos de Hollywood, apenas y se hicieron unas cuantas insinuaciones como las del comediante Seth MacFarlane en la entrega de los Oscar del 2013. Otra muestra de que las costumbres delictivas de Weinstein no eran “desconocidas” es la inusitada rápida reacción de los monumentales organismos de la meca del cine como la Academia de Cine de Hollywood que lo expulsó, y hasta su propia empresa lo despidió.

A este periodista le suena a complicidad, quizás escudada en el honor de las víctimas, pero que era plausible de permitir nuevos abusos a otras jóvenes actrices. Veamos, hasta la esposa de Harvey Weinstein le ha pedido el divorcio. Aquí se sabía mucho, y mucho antes de que saliera a la luz. El caso de Bill Cosby, tan deleznable como difundido, no me resulta peor que el de este corrupto productor cinematográfico, porque en Cosby siempre he podido sospechar de una conducta obsesiva y que bien podría ser motivo de algún examen psicológico. Por supuesto, esto último no excusa al famoso comediante.

Recaemos en una vieja tradición del mundillo de la actuación: “pagar derecho de piso”. En palabras más precisas, los castings que sólo se aprueban con favores sexuales, de productores que muy risueños dicen con un guiño de ojo “a esa actriz yo la descubrí”, y ven su crimen coronado con la celebración de los degenerados que lo rodean y avalan. Estamos en pleno siglo XXI, y algunos ingenuos o permisivos “expertos”, se atreven a decir que esas eran cosas del pasado. Pues no, sucede y bastante, y seguirá sucediendo hasta que nos acostumbremos a no ser cómplices ni alcahuetes de personas que ostentan poder (en cualquier esfera laboral, no sólo la actuación) y que cometen abusos a mansalva. Las costumbres y tradiciones delictivas y abusivas deben ser castigadas.

Aquí tampoco existen o deberían existir frases estúpidas como “hay que entender que ese señor pertenece a otra generación, todo el mundo lo hacía en su época”. Primero porque es una mentira, no eran mayoría, pero se rodeaban de otros abusadores como ellos para paliar sus consciencias. A estos que pretenden pasar por agua tibia sus depravaciones, hay que ponerlos al día, exponerlos y que se acostumbren a oír bien fuerte lo que son: violadores y acosadores. Esas mismas palabras que hoy truenan en la cabeza y el entorno de Harvey Weinstein.

 

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