El goleador chistoso

 

AL LLEGAR AL MUNDIAL DE FRANCIA como delantero de la selección de México, Cuauhtémoc Blanco se encontraba en lo que para un futbolista es la flor de la edad: los veinticinco años. Era un ídolo en el fútbol de su país y, ya entonces, era considerado como uno de los mejores jugadores mexicanos de todos los tiempos; le admiraban su estilo, su destreza, sus quites, sus pases, sus goles, su dribbling, sus fintas, su reacción, su desenfado. Para Cuauhtémoc Blanco jugar un partido de fútbol era cosa seria, pero él la seriedad no excluía pasar un buen momento en la cancha, reírse de un rival burlado, hacer muecas extravagantes o adoptar poses inauditas ante el entrenador propio o extraño tras haber marcado un gol.

Había debutado con El Tri, como llaman los mexicanos al combinado nacional, en 1995, aunque su primer mundial fue el de Francia. Sin ser petulante, se notaba que se sabía talentoso y que era consciente de sus capacidades. El partido inicial de México fue frente a Corea del Sur, selección a la que sus rivales gustan desdeñar a pesar de saber que, si bien no es una de las potencias mundiales de fútbol, tampoco es ninguna Cenicienta de balompié. Por eso no extrañó que para los mexicanos el partido no resultara del todo fácil ni que a los veintiocho minutos Ha Seok-Ju abriera el marcador para los asiáticos. Por suerte para los aztecas, la ventaja coreana no duró mucho. Dos minutos después de haber anotado, Seok-Ju es expulsado y Corea altera radicalmente su estrategia: opta por un juego extremadamente defensivo que, a la postre, le costaría caro. En el segundo tiempo viene el empate y otro gol mexicano gracias a un certero pase de Cuauhtémoc Blanco. Se vendría luego un tercer tanto del Tri, pero antes el mismo Cuauhtémoc Blanco decide regalarse una de sus diabluras: la “cuauhteminha”.

El barrio de Tepito, en el Distrito Federal de México, es considerado como un reducto de malhechores, de vendedores de drogas blandas y duras, de mercadeo de DVD pirateados, de comerciantes para los que el impuesto general a las ventas es una humorada de los políticos, de atracadores solitarios o en banda para quienes el único cantante realmente macho es José Alfredo Jiménez, solo o con mariachis. Barrio pobre, mal famado, donde el que no corre vuela, alberga, junto a gentes del mal vivir, a familias honradas y trabajadoras, como la familia Blanco, que se instaló allí porque el alquiler de las viviendas era barato. Cuando los Blanco llegaron a Tepito, Cuauhtémoc, nacido en 1973, no tardó en comprender con infantil intuición que su escuela verdadera iba a ser la calle, y su materia preferida, el fútbol. Todas las tardeas, tras salir del colegio fiscal poniendo cara de malo para hacerse respetar, iba a las polvorientas canchas de Tepito a divertirse seriamente jugando al fútbol. Un animador barrial, que era también entrenador, le propone un día formar parte del equipo de una asociación juvenil, y en poco tiempo Cuauhtémoc deja en claro que el fútbol era lo suyo. El entrenador, sabiendo que tenía una joya en bruto en su equipo, lo hace soñar y luego de un tiempo puliendo algunas asperezas lo que lleva a que lo prueben en el más popular de los clubes de México, el América.

Como todo muchacho que sueña despierto con triunfar en el fútbol, se prepara con ahínco para su cita. La noche previa no pudo dormir. Recordó de pronto la imperfección que marcaba su físico, una ligera joroba que, sin ser como la del Cuasimodo de Notre Dame de París, podía ser un freno a sus aspiraciones de hacer carrera como deportista; pero no solo era eso, pues, si bien mide casi un metro ochenta, su contextura era similar a la de un oso, su cabeza y su tronco parecían no estar separados por un cuello. Tras las pruebas, el América lo toma, y en él se haría grande y hará grande al América.

Cuauhtémoc se encontraba lejos de la jugada, aunque cerca del área coreana, cuando recibe un largo pase cruzado y de inmediato es cercado por Lee Sang Yoon y Lee Min-Sung, quienes le impiden pasar la pelota a un compañero, le impiden avanzar, le impiden retroceder, le impiden el ir a derecha, le impiden ir a la izquierda, le reducen el espacio. Cuauhtémoc Blanco, como lo había hecho ya en los partidos del torneo mexicano, atenaza la pelota con los pies y salta con ella los dos coreanos que se quedan un instante mirándolo atónicos antes de darse cuenta de que habían sido burlados. La “cuauhteminha” fue vista por primera vez en todo el mundo.

Cuauhtémoc Blanco padecía una suerte de desdoblamiento de la personalidad, era un doctor Jekyll y un señor Hyde al mismo tiempo. En la cancha y con todo lo relacionado con el fútbol se mostraba dicharachero, provocado, divertido, respondón. Pero luego parecía más bien tímido, respetuoso, amante de la soledad. Quienes en Tepito lo frecuentaron guardan de él un recuerdo marcado por ello aprecio y la simpatía. Su trayectoria futbolística no fue espectacular: desde el primer momento le costó afirmarse. Pero en 1998 había encontrado ya su senda, su marca de identidad futbolística. México logró pasar a la etapa siguiente, tras dos empates 2-2, primero ante Bélgica, partido en el que Cuauhtémoc Blanco anotó un gol, y luego ante Holanda; en la fase de eliminación directa México cae 1-2 ante Alemania y concluye así su participación en Francia 98.

Cuauhtémoc Blanco participó en dos mundiales más, el de Corea del Sur-Japón 2002 y el de Sudáfrica 2010. Jorge Lavolpe, entrenador de la selección de México, decidió no convocarlo para el mundial de Alemania 2006, debido, según se dice, a la abierta antipatía que había entre ambos.

Se retiró del fútbol en 2010, tras idas y venidas al América. Como los grandes, solo se retiró del fútbol para volver al fútbol, y se dio el capricho de jugar, por un sueldo risible, en un club de tercera división. Todos le pedían que les enseñara a hacer la “cuauhthemina”. Hasta que se retiró de verdad, se metamorfoseó socialmente e incursionó en política con el Partido Social Demócrata: en 2015 fue electo presidente municipal de Cuernavaca. Durante la campaña electoral muchos de sus futuros electores le pedían que simulara la “cuauhteminha” que había hecho en Francia 98.

 

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