“El hombrecito” no tiene sangre en la cara

 

En estos días resulta incómodo tener el nombre de César y el apellido Acuña. Al respecto entre quienes son tocayos y colombroños del candidato presidencial, la gran mayoría ciudadanos de a pie, existe incomodidad, preocupación y malestar. Muchos requintan que en mala hora haya esa coincidencia, que da lugar a confusiones nada gratas. Entre otros las cosas van por otro camino: es insoportable que los comparen con el chotano, una suerte de delincuente por haber sorprendido la fe pública con falsas autorías de obras intelectuales. Y lo que es peor, que la experiencia vivida en el actual proceso electoral, quede como un mal recuerdo de alguien que apostó a jugar mañosamente con la confianza ciudadana.

No son pocos los que se llaman César Acuña en nuestro país. Una mirada a la guía telefónica, por ejemplo, revela que casi medio centenar de residentes en la Ciudad de Lima, se encuentran en ese trance tan complicado. Ahora imagínense cuántos más habrán en el resto del país que sufren las consecuencias de lo que está aconteciendo. Para ellos no queda otro camino que pedirles a quienes los conocen que los identifiquen con sus nombres completos, así tengan el de Edom, Herminio, Natividad, Clemente, Encarnación, Gil u otro parecido, por feliz iniciativa de sus progenitores cuando los inscribieron en la Registros Civiles o los llevaron a la Pila Bautismal. O en caso contrario, unir fuerzas y voluntades, para que a la manera de las manifestaciones de los recordados “pulpines” , procedan a reclamar públicamente que cuando alguien hable del seudo autor de tesis y de libros, lo mencionen como Acuña Peralta y que, del mismo modo, la prensa, radio, televisión e Internet, cumpla con ese cometido y no simplemente como Acuña. Sería una suerte de reparación civil y hasta un castigo moral a quien se atrevió desde muy joven a engañar y realizar trámites nada santos para obtener títulos y grados académicos que de acuerdo a lo expuesto por sus acusadores, no le corresponden.

La suerte y el destino quizás les acompañen en esta aventura, que tiene mucho de reivindicativa. Porque, piensen, qué duro debe ser que alguien por el hecho de llevar tal nombre y tal apellido, sea maltratado en plena vía pública, como si él fuera el culpable de lo ya conocido hasta el hartazgo. Digo esto, porque hace pocos días observando el pleito a puño cerrado, entre dos jovenzuelos, aparentemente postulantes a licenciados en una universidad, intercambiaban fieramente el “toma que te doy”, por el hecho de que uno de ellos llamó al otro “César Acuña” debido a que descubrió que había plagiado en su proyecto de tesis lo escrito por autores conocidos.

Creo que al verdadero César Acuña Peralta, sin apelativos ni antifaz alguno, ya le han dicho de todo. Indecente, inmoral, despreciable, faltoso, delincuente, desvergonzado, basura, cacique, altanero, extorsionador, patancito, falsario ideológico, perverso, racista, desfachatado, indigno, etc, etc, lo califica un columnista guerrero del viejo diario de la calle La Rifa, en un articulo publicado el pasado lunes 8 de febrero. Al cargamontón se suman otros del mismo medio. Pero igual ocurre en otros cotidianos de la capital y de las provincias. Pese a ello “el chato”, que es como le llaman sus conocidos, se mantiene firme como una roca. Es que no tiene sangre en la cara señalan objetivamente quienes están cerca de él y que saben que es tan testarudo que no dará marcha atrás en sus pretensiones de ser Presidente de la República y nada menos que “salvador” de tanta corrupción que hay en este sufrido país.

Vaya que el hombrecito sí que sabe gastar. No en vano tiene “plata como cancha”. Pero esta vez ha abierto las bóvedas donde guarda sus millones, para una travesía que choca con los más sagrados intereses de la Nación. Ese es el quid del problema. El hecho de haber pasado piola, cuando en la Universidad Nacional de Trujillo, el Decano de la Facultad de Ingeniería Masehiro Ywanaga Angulo, presentó pruebas en la década de los ochenta del siglo pasado reciente, que lo descalificaban para postular al título de ingeniero químico y que más adelante el Diario “La Primera”, descubriera años antes que “El Comercio”, que se había proclamado coautor y después autor del libro que realmente pertenece al profesor Otoniel Alvarado Oyarce, no pueden ser aceptados como precedentes válidos para que Acuña Peralta le juegue sucio a los electores. Alguien debe poner término a esta farsa. El Perú debe aprender a curar sus males y si se trata de un cáncer avanzado con mayor razón. Ojo que esto corre con cargo para otros candidatos que no tienen limpia ni la sombra que los acompaña.

 

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