El mundo al revés

 

Érase una vez un príncipe pobre, una bruja hermosa y un pirata honrado. Así cantaba el gran Paco Ibáñez en los setenta. Todas esas cosas había una vez cuando yo vivía un mundo al revés. Aplicable al Perú donde hoy vemos a los fujimoristas predicando moral y anticorrupción y a Alejandro Toledo, que lideró la lucha contra la corrupción fujimontesinista, con orden de captura para ingresar a la cárcel en cuanto sea habido. Y leemos tuits de gente sospechosa, de santos y santones de todas las tiendas, incluida la izquierda, que con actitud farisea, gritan al ladrón cuando saben que tienen lo robado en el bolsillo.

Justicia divina dicen algunos pero lo que tenemos es vergüenza ajena e inmensa pena por la élite dirigente. Cuatro gobiernos seguidos, dos presidentes en cárcel, otros que podrían estar a la puerta, es el saldo de la última década del siglo pasado y tres lustros del presente siglo. Sin contar funcionarios medianos y menores que consideraban la coima como una forma aceptada de hacer negocios.

Aceptar o hacerse pagar sobornos es robar al país. Es traicionar al pueblo que confió en los gobernantes elegidos para personificar a la nación. El mayor orgullo posible es representar a gente sacrificada, trabajadora, imaginativa, que lucha día a día para ganar el sustento. Que no merecen la gran estafa moral de preferir el delito rentable a la historia.

Nadie parece salvarse pero el pueblo sí se salva. La buena fe no se penaliza. A pesar de que han menudeado golpes de Estado a nombre del saneamiento moral para darnos gobiernos también salpicados por la corrupción y otros latrocinios. La actual debacle encuentra un pueblo lacerado pero no impotente. Nos duele la corrupción de la gente en que confiamos pero a contracorriente hay dignidad y esperanza de que al haber tocado fondo la moral pública pueda resurgir saneada como el ave fénix. No se vislumbra todavía dónde está o estará la reserva moral que renovará la ilusión, la que no traicionará.

Por eso toca tener cuidado para no generalizar, para no tirar al bebe con el agua sucia, para no incriminar a todo lo que se mueve. Por eso el clamor es que las investigaciones del Ministerio Público se basen en pruebas, que las decisiones y sentencias del Poder Judicial se fundamenten, contra lo que su imagen sugiere, en la honestidad y no en las presiones políticas y económicas.

Sobre todo porque cuando se echa barro indiscriminadamente puede resultar manchada gente honorable como la impecable primera ministra Beatriz Merino con quien trabajé o Henry Pease o Luis Solari o los funcionarios y asesores con quienes fundamos el Foro Democrático como Fernando de la Flor, César Rodríguez Rabanal, Alberto Borea, Angel Delgado o Juan de la Puente. O el ahora apesadumbrado ex directivo de Perú Posible Luis Thais. Condolencias compartidas.

Que la congresista fujimorista Úrsula Letona pida que todos los ministros del gobierno de Toledo sean investigados y den un paso al costado en la actual gestión de gobierno, es un exceso y un abuso. La presunción de inocencia es garantía universal de justicia. A la que se une cada trayectoria personal como indicador de solvencia ética.

No podemos dejar de reiterar que el saneamiento de la moral pública requiere un cambio radical en la manera de hacer política, a comenzar por las formas de llegar al poder. Nadie logra la Presidencia de la República o la representación en el Congreso sin gastar grandes cantidades de dinero que irrigan candidaturas obligadas a conseguir financiamiento hipotecando conciencias y futuras gestiones.

Esto habría sucedido con la campaña de Ollanta Humala financiada desde el exterior, con dineros brasileños y venezolanos. O con el presidente Santos laureado con un Nobel de la Paz hoy sospechoso de la contribución para nada inocente de Odebrecht. O con el presidente panameño que pide distinguir entre soborno y contribución electoral en una línea para nada sutil que encierra una estrategia para ocultar el escándalo. Y mucho más.

 

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