El mundo de los tercos

 

Hasta donde yo sé, el campeón mundial de los tercos, fue el sabio Galileo, quien además de inventar el telescopio, cuando nadie creía posible ver de cerca  las estrellas, de puro toscano cabeza dura, se apellidaba “Galilei”, duplicando así su identidad. Además, cuando los angelicales curitas inquisidores, lo llevaron, a punta de latigazos y fierros calientes, a pedirle perdón  de rodillas a “Tata Lindo” por la terrible blasfemia de haber afirmado que “la Tierra se mueve”, el pata -terco cual periodista antiguo- dijo caletita nomás y por lo bajetón:  “e pour si muove”, lo cual en moderno chamullo, quiere decir: “Y sin embargo, se mueve”-como nadie ha podido discutir- salvo un pariente mío, cuyo nombre es mejor olvidar, ya que dicho feligrés podría pelearle la “tercorona” de los necios al mismísimo “Galileo”, en fin. Sucede en las mejores familias. Yo, por mi parte, le puedo dar la razón a quien de veras la necesite.

Pero, eso si, asimilando un sensacional consejo del genial Ray Bradbury. Hace rato, que lo sigo, a fin de vivir tranquilo, aunque sea sin plata. Y dice así, como diría Nicomedes: “Huye de quien no te valoriza”- cosa que modestamente recomiendo a mis seguidores y carretas de todos los pesos. Digan lo que digan, tal premisa, ha alentado a muchos de los sabihondos, responsables del disparo a Marte de un fabuloso, que hará historia de todas mangas, por más que nadie esté en condiciones de afirmar en serio, el destino final del citado artefacto que ha costado una millonada al estado gringo, que a lo peor deja viudas a una docena de sufridas damas, matrimoniadas con los heroicos –y tercos- astronautas.

Al tío Sigmund, la terquedad le hizo un gol de huacha, pero algunos de sus seguidores, como el que escribió: “Del Yo, Al Nosotros” Renegando del genial descubridor del psicoanálisis-Adler, se apellidaba, ahora que me acuerdo.

Este psico-gringo que a la par de otros paisanos suyos y el franchute Lacan se han hecho millonarios por la vía del diván, sostiene en muchas de sus carísimas parrafadas, que “la terquedad, es un síndrome esquizoide”… y afirma haber comprobado  que quienes terquean hasta la tercera edad, inevitablemente debutan en la esquizofrenia, oyendo veces del más allá y -a veces- ejecutando horrendas órdenes de “espíritus superiores”, como se ha comprobado en el caso de “Shiram” el asesino de Robert Kennedy, por ejemplo.

El sabio Dr, Adler, ha llegado por su propio –y costoso-camino a una certeza que yo adquirí a fuerza de esquivar “cuasi genios” del periodismo, tercos de antología y otros versos que optaron por el rumbo de negar  la obvio, lo absoluto y lo lógico de la certeza diaria, o el resultado del lógico raciocinio . Y eso, me trae a la memoria, el caso de cierto ilustre periodista, que solía proclamar en sus escritos: “ser más terco que mula de Cayma”. Y lo decía con orgullo.

Su terquedad de antología, bloqueó y  hundió en el mar de las confusiones, un célebre asesinato, que en su momento, Ernesto Chávez y yo, atribuimos al desenlace de un chantaje nazi. Y el buen colega de nuestro recuerdo, no sólo negó la validez de nuestras pistas y comprobaciones, sino que nos calificó de “delincuentes del periodismo”, afirmando  que habíamos inventado una “pista fantasiosa”, lo cual favoreció el derrumbe de la investigación y la fuga del principal asesino, apoyado por algunos “tagarotes” que lo juzgaron por su cuenta, como: Un militar que cumplió órdenes en tiempo de guerra, aludiendo a sus tristes hazañas durante la ocupación de Francia durante la Segunda Guerra Mundial.

Pero, oiga usted. Según un sabio bohemio de mis inicios en el periodismo: “Hay un juez y verdugo, que se llama El Tiempo”.

Y cuando un comando de la “Sureté”, llegó a La Paz-Bolivia, donde se escondía el tenebroso Klaus Altman, para levarlo extraditado a París, por sus crímenes de guerra, la policía, paceña, resultó encontrando entre los papeles del villano, nada menos que el croquis de la residencia donde se produjo el asesinato en Lima y otros documentos que explicaban el “iter críminis”, de nuestra “pista fantasiosa”.

Así podemos ver el daño que puede hacer un solo terco, al esclarecimiento de la verdad.

Y no es que fuéramos brujos sino que (conforme aconsejo a mis alumnos, jóvenes que serán periodistas), “la gasolina de esta profesión es la lectura” y quien quiera hacer periodismo policíaco, debe empezar leyendo  a los grandes de “La Novela Negra”, especialmente al maestro francés, Simenón. Así descubrirían que “todo crimen, beneficia a “alguien”, que quedará en evidencia cuando el delito se descubra. En otros casos: “el crimen se comete, para ocultar “algo”. Y en el ocultamiento, suele participar “alguien”, policía, juez o… periodista”, lo cual es clamorosamente cierto y lo hemos comprobado.

Hay que leer también a los criminalistas, como el que inventó “El retrato hablado” que hasta hoy,  es estrella de peligrosas investigaciones. También resulta útil leer las novelas de “Sherlock Holmes”, para aprender a razonar y esclarecer, partiendo de  lo “elemental, mi querido Watson”, sin olvidar un proverbio francés que sentencia:

“Cherchez la famme” (Buscad a la mujer). Siempre por algún motivo o conexión, hay por lo menos una en el motivo, planeación o consecuencia.

Gracias a Dios -o a las musas- yo leo, desde muy pequeño y hasta ahora conjuro el insomnio, leyendo hasta muy tarde.

Y esto me valió un halago volador y una enemistad que hasta hoy perdura.

Trabajaba yo, en cierta prestigiosa institución bancaria. En imagen y  relaciones públicas, desde luego, cuando un gerente de la sección provincias, desesperado por los sufrimientos de un mal respiratorio -y otros problemas íntimamente personales- se pegó un balazo.

Y resulta que un jovenzuelo dizque periodista, enaltecido a jefe de policiales de un prestigioso diario, empezó a hilvanar una novelita, duplicando los días finales del gángster “Dillinger”. Ya había inventado su “Mujer del Vestido Rojo” y otras tangas “folletinescas”. Y entonces, en cumplimiento de mi deber, fui comisionado a “destejer la trama que podría resultar despretsigiando al banco que me empleaba”. Y en eso -“sincrodestino” diría Chopra- pasó por ahí (sin comer maní),un joven miembro de la familia propietaria, que había alternado conmigo por diversos temas periodísticos y, como solía intercambiar bromas conmigo, le gritó: “Oye. Fulano. Hazle caso a César Augusto. Ese, sabe más policiales que tú”, y soltó la carcajada antes de seguir su camino.

En ese momento. no lo supe, pero acababa de ganarme un enemigo irreconciliable que hasta ahora, me persigue con timoratas  indirectas y otras coqueterías.

Bueno. Y por ahora, me despido, con la esperanza de haberlos entretenido. Es una terca pretensión que anima mis horas de veterano periodista magazinesco.

 

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