El pesimismo de los “abogados de la muerte”

 

En estos meses de lucha infatigable y sacrificada contra el coronavirus, somos protagonistas y testigos a la vez, de una inconcebible campaña iniciada por ciudadanos pesimistas y la actitud serena de ciudadanos optimistas. Los primeros hacen los mayores esfuerzos por bajar la moral de un pueblo como el nuestro que, día a día, toma conocimiento doloroso de la muerte diaria de cientos de connacionales. Los segundos expresan la voz de aliento que nos llevará a derrotar a tan terrible mal, al mismo tiempo que señalan el camino a seguir para cumplir las disposiciones de las autoridades sanitarias, que tienen por finalidad salvar la vida de todos, sin exclusión, ni marginación.

Los pesimistas que todo lo ven de color oscuro, se autoidentifican por una extrema desconfianza de la gestión gubernamental. Reconocen que existe una pandemia grave y global, pero sin pudor alguno acusan al gobernante de pasear por un jardín primaveral, en lugar de adoptar “decisiones rápidas y firmes en los cuatro campos más sensibles de la crisis: el sanitario, el social, el económico y el político”. No hay tiempo que perder, reclaman y exigen que se desprenda de su actual gabinete ministerial. Para ellos, tales ministros no han hecho nada. Casualidad o coincidencia tienen el mismo verbo de una reiterada candidata derrotada a la presidencia de la República y, recientemente, puesta en detención domiciliaria por estar supuestamente en peligro de contagio del Covid-19.

Entre estos no faltan quienes lucen un ropaje funebrero. Para ellos todo es mentira, fantasía, desconocimiento de la realidad. Vaticinan que la cuarentena terminará ocasionando miseria, hambre, “un desborde social de consecuencias incalculables”. Consideran que todo lo actuado forma parte de una estrategia, con interés político. Los infectados y fallecidos de ahora, pasarán a la cuenta del gobierno. Y los muertos por el hambre y las enfermedades a futuro, acompañados del desborde social, será achacado al pueblo violento y de bajos instintos.

La respuesta a ellos viene de personas que viven la realidad, identifican la causa de los males y señalan el camino a seguir, sin ánimo derrotista. Son los optimistas. Uno de ellos, Elmer Huerta Ramírez, médico peruano residente en los Estados Unidos. Gente así, conocedora de lo que afecta a la población, precisa que es factible solventar el problema, que existen factores positivos, que se puede encender la luz de la esperanza y salir adelante. “Es momento de refundar la patria a partir de la salud pública, que nos haga ver la próxima pandemia con otros ojos”. Con la experiencia de experto en la materia, apunta: “Yo le digo a la gente que el esfuerzo de la mayoría ha ayudado muchísimo. Lo que hemos ganado es no haber perdido tanto. Hemos perdido una guerra, pero eso no nos ha diezmado”.

El optimista no niega la existencia del problema. Lo enfrenta con decisión y espíritu constructivo. Bien dice aquel joven escritor, también peruano, con referencia a la decantada “nueva normalidad” que en boca de algunos se está poniendo de moda: “Hagámoslo sin olvidar que hemos sido testigos de un cambio de siglo y ahora somos notarios de un cambio de era. Esa es nuestra marca. La llevaremos siempre. Si algo no se borrará, será eso”.

Concluyo la nota, acercándome a Nicola Abbagnano, quien define en su diccionario de filosofía, que pesimismo “en general, (es) la creencia en que el estado de las cosas, en alguna parte del mundo o en su totalidad, es el peor posible”. El término fue utilizado en Inglaterra a inicios del siglo XIX, como antítesis de optimismo. Agrega que se habla de pesimismo también en un sentido más limitado y parcial, cuando se presenta, cuando menos la siguiente tesis: “En la vida humana los dolores superan los placeres y la felicidad es inalcanzable. En esta forma defendió el pesimismo, el cirenaico Hegesías, denominado “el abogado de la muerte”.

 

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