El que llora se desahoga

 

TENÍA 17 AÑOS y al escuchar el silbato del árbitro dando fin al partido estalló en lágrimas, en llanto de felicidad: Brasil era campeón del mundo, él era campeón del mundo. No lo sabía pero desde ese omento había dejado de ser tan solo Edson Arantes do Nascimiento y desde aquella tarde en los cinco continentes lo llamarían Pelé. Tampoco sabía – ¿o acaso sí?- que unos años más tarde sería consagrado rey, Rey del Fútbol, un soberano en cuyos reinos, como en los de Felipe II, nunca se pondría el sol.

Pelé había debutado en el fútbol profesional apenas dos años antes del Mundial de Suecia, en el Santos FC de Sao Paulo. Si bien su primera temporada fue poco productiva en goles, para el cuerpo técnico del club, hinchas y periodistas, quedó claro que se trataba de un futbolista nato, inteligente y creativo. En 1957, siendo apenas un adolescente, fue el máximo goleador del torneo que disputaban las ligas de Sao Paulo y Río de Janeiro, por entonces los torneos de mayor nivel futbolístico de Latinoamérica. En 1958 la Confederacao Brasileira de Futebol, CBF, nombra a Vicente Feola entrenador de la Selecao, ya clasificada para el mundial. Tan pronto asumió el cargo, Feola se vio ante uno de los más envidiables aprietos que podía tener un entrenador: contar con demasiados jugadores excelentes en todos los puestos. Tras el Maracanazo había surgido una generación que, en pocos años, se consolidó como la más completa y virtuosa de todos los tiempos. Vavá, Didí, Garrincha, Zagallo, Mazzola, Nilton Santos, el portero Gilmar, y un largo etcétera, era objeto de admiración, respeto, e inspiraban confianza en la hinchada brasileña que, a diferencia de la que provocó la traumática experiencia de 1950, ahora veía en su representativo nacional no solo gran calidad, sino además arte y belleza en el juego que practicaban.

Por eso, la convocatoria de Pelé a la Selecao causó gracias, y se la tomó como un capricho inocuo del nuevo entrenador, un gordo querendón pero también exigente y de gran olfato para detectar talentos. Nadie criticó la decisión de Feola pues, a fin de cuentas, Pelé había sido mayor goleador de la temporada precedente y se reconocía en él dotes para el balompié; la sola interrogante que algunos se planteaban era qué iba a hacer ese chiquillo en medio de tantos jugadorazos. A pesar de ello, Pelé fue acogido con gran simpatía por todos esos formidables deportistas cuajados y que eran ya estrellas conocidas y reconocidas en todo el país. Pelé era un muchacho carismático, de trato agradable, su persona irradiaba una cierta elegancia, y era cordial y respetuoso con sus compañeros; pero también daba la impresión de una cierta fragilidad, pues por entonces era flaquito.

Cuando empezaron las cosas serias, en Suecia, Feola no hizo jugar a Pelé en los primeros partidos que Brasil disputó, en el grupo 4, acaso para tratar de asegurar desde el inicio el paso a a siguiente ronda: el 8 de junio, en el estadio Rimmersvallen de Uddevalla, la Selecao se impuso con un claro 3-0 a Austria. Tres días después, en Göteborg, se enfrenta a Inglaterra, que venía de empatar 2-2 con la Unión Soviética; brasileños e ingleses se neutralizan recíprocamente y el partido termina empatado 0-0. Por su parte, Unión Soviética derrotó 2-0 a Austria. Era en la tercera y última tanda de partidos donde se definiría cuáles serían las dos selecciones del grupo 4 que continuarían en Suecia. Inglaterra se presentaba como favorita a ser de ellas, pues tenía dos puntos y todo hacía prever que derrotaría a Austria, ya sin posibilidades de pasar a la segunda ronda. Ambos partidos, Brasil-URSS e Inglaterra-Austria, se jugarían el mismo día, a la misma hora.

El 15 de junio de aquel 1958, es una fecha clave en la historia de fútbol: en Göteborg, Pelé juega por vez primera en un mundial. Se Consideraba un partido de antemano difícil, pues la URSS era entonces una de las mejores selecciones de Europa, que tenía como arquero a una leyenda viva: Lev Yashin. Brasil optó, desde el inicio, por un ataque sostenido, y a los dos minutos Vavá abre el marcador. Los soviéticos no se rindieron, pero tampoco pudieron superar aquellos once artistitas del balón; a los veinte minutos del segundo tiempo Vavá vuelve a anotar y el partido concluye 2-0. Pelé, si bien no convirtió gol, mostró que tenía talla de mundialista, que podía tratarse de tú a tú con cualquier grande de balón. Brasil pasó a octavos de final, junto a la URSS, que en el encuentro de desempate de puntos derrotó 1-0 a Inglaterra que, sorpresivamente, no pudo ganarle a Austria.

A partir de ese momento, partido perdido equivalía a regresar a casa. El 19 de junio Brasil se enfrentó a Gales, sin tener que dejar Göteborg. Feola le reiteró su confianza a Pelé y lo hizo jugar desde el pitazo inicial: no solo no lo lamentó, sino que fue Pelé quien marcó el gol del triunfo que permitió a la Selecao continuar en la brega. Llegaba la hora de las semifinales.

El 24 de junio, en Estocolmo, Brasil con Pelé en sus filas se encontró con la selección de Francia, equipo que se había ganado muchas simpatías por su juego fino y por el carisma de sus delanteros Just Fontaine y Raymond Kopa; Francia acababa de dejar fuera de carrera a Irlanda del Norte al derrotarla con una goleada de 4-0. Se trataba nuevamente de un partido considerado de antemano difícil, pero a los dos minutos de juego Vavá abre el marcador; y aunque los franceses, mediante Fontaine, igualan siete minutos después, Didí, al minuto treinta y nueve, logra el 2-1. En el segundo tiempo los Bleus salieron a la cancha a jugarse el todo por el todo, pero no tuvieron nada: a los siete minutos Pelé se introduce con el balón en el área francesa y anota; doce minutos después vuelve a anotar y once minutos más tarde marca una vez más. Fue su consagración: el partido terminó 5-2 sin que nadie se diera cuenta de que Francia había marcado un segundo gol. Todas las miradas seguían a Pelé. La final sería ante el país anfitrión; algunos decían que la final la jugaba Suecia contra Pelé.

El partido se disputó el 29 de junio, en el estadio Rasunda, en las afueras de Estocolmo ante cincuenta mil espectadores. La Selecao tuvo que dejar su casaquilla amarilla y vestir la alterna, azul, pues Suecia era local y el amarillo era también su color. El árbitro fue el francés Maurice Guigue. Por entonces corría una creencia en torno a la final de cada mundial: la selección que marcaba el primer gol perdía el partido. Era una superstición sin valor estadístico en la que los suecos no creían, por eso no se inquietaron cuando a los cuatro minutos Liedholm abre el marcador. La alegría escandinava no duró mucho, pues Vavá, que parecía haberse especializado en marcar dos goles por partido, iguala y luego aumenta para Brasil a los nueve y a los treinta y dos minutos. Al término del primer tiempo la superioridad de los sudamericanos saltaba a la vista, Pelé destacaba en un equipo en el que todos destacaban.

En el segundo tiempo la Selecao se convirtió en una aplanadora. A los diez minutos Pelé marca el 3-1 y a los veintitrés Zagallo el 4-1. Suecia hacía tiempo que había perdido el partido, pero no las ganas de querer bien con sus hinchas ni las de perder con la frente alta; logra entonces un segundo gol a los 35. La Selecao era una fiesta. Era el minuto noventa. Maurice Guigue se dispone a soplar su silbato, Pelé se adentra con el balón en el área sueca, mira al arquero, patea, marca el 5-2, el árbitro da por finalizado el partido, Brasil es campeón del mundo, Pelé es campeón del mundo.

En las tribunas hinchas brasileños y del mundo entero saludan esa victoria neta, brillante, admirable. En la cancha los de la Selecao corren hacia Pelé para saludarlo por su gol, por el triunfo. Pelé, de pronto entre Didí y Gilmar que lo abrazan, estalla en llanto: del chiquillo de un barrio humilde convertido en estrella internacional, llanto que da gracias a la vida como en una canción, llanto de felicidad de saberse grande junto a esos grandes del balón que admira, respeta y quiere. Desahogo necesario con el que Pelé empieza a forjar un nombre que en el mundo será pronto sinónimo de fútbol, el nombre de Pelé.

 

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