El referéndum, principio de la democracia participativa

 

La jornada del domingo, que tiene el significado de consulta ciudadana, merece interpretarse como una respuesta del pueblo a este nuevo período de crisis de democracia que vive el país. Los problemas generados por la desastrosa gestión del Consejo Nacional de la Magistratura (CNM), el manejo de dineros de procedencia ilícita para financiar las campañas electorales, la pésima actuación de los congresistas integrantes del Parlamento Nacional y la ausencia de la bicameralidad en la representación nacional, forman parte del malestar que existe en la población. Merece por tanto una respuesta de la inteligencia política de la colectividad, respuesta que seguramente nos llevará por nuevos caminos democráticos, adecuados a las realidades de nuestro tiempo.

Se trata, en suma, de partir de una consulta válida que nos llevará al logro de la democracia que quiere el pueblo y no como piensan quienes, por su miopía política no alcanzan a comprender que las reformas constituyen un paso adelante, en ese anhelo popular de sentar las bases para una mejor gobernabilidad y, por eso mismo, de un futuro distinto para la nación.

El pretexto de que la presencia de nuevas hornadas ciudadanas en los Poderes del Estado, privará al país de la concurrencia de quienes tienen experiencia en la administración legislativa, es una falsedad mayúscula. Una lectura de la historia del Congreso Nacional demuestra lo contrario. El referéndum no significa suprimir o sustituir la democracia. Ayudará más bien a transparentar, adecentar, tanto la función legislativa como la administración de justicia.

Tampoco se trata como dicen unos pocos, de retornar a fórmulas o modelos de democracia experimentados en el pasado y que ya se revelaron incapaces de atender correctamente las nuevas aspiraciones de la población o de resolver los actuales problemas básicos de la comunidad.

La historia no puede volver atrás. Las nuevas condiciones de vida colectiva exigen nuevas soluciones. Esa tarea no se ha logrado, precisamente porque tanto en el Parlamento como en el Poder Judicial, teníamos y tenemos todavía sujetos que lejos de cumplir con su deber, han aprovechado los cargos para enriquecerse o enriquecer a terceros y hasta de convertirse en secuaces del crimen organizado. Las pruebas son de dominio público.

Si hubiera que conceptuar el cumplimiento del referéndum, podríamos, entonces, afirmar que la concurrencia ciudadana ha logrado abrir un camino posible, abierto para la reflexión y para el trabajo ético, moral, de nuevas generaciones de hombres y mujeres que se involucren en la función pública. Me animo a asegurar que se trata del comienzo, aunque todavía tímida,  de una democracia participativa, la misma que puede ser caracterizada como un modelo fundado no solo en la “representación” popular, sino sobre todo en la “participación” organizada y activa de la población en los asuntos de su interés.

Estamos en el comienzo de lo que puede ser mejor más tarde, para bien de todos. Ojalá que la consulta popular se perfeccione para apoyar, estimular y organizar la participación de todos los sectores de la población en los diversos planos de la vida política y social.  No hay que olvidar que el ciudadano de hoy, va tomando conciencia de que no es un simple “espectador” pasivo de la historia, sino su “agente”. Tiene conciencia de la historia y seguramente irá por más, mediante una trasformación prodigiosa, una actitud completamente nueva del ciudadano respecto de su propia historia, que ya no soporta pasivamente los acontecimientos, que ya no cree en la fatalidad, sino que toma en sus manos la propia historia, procurando hacerla y dominarla.

La experiencia del referéndum, más allá de las reformas constitucionales que se busca, tiene un código guardado que hay necesidad de descifrar. Lleva un mensaje dirigido hacia  quienes de forma hipócrita se han opuesto a este escrutinio. Me refiero a los cultores de la hipocresía, que sueñan con que el manejo político se quede tal cual ocurre en estos tiempos y que han demostrado que son verdaderos artistas de amordazar la dignidad, que tal como ya se ha escrito “ocultan sus intenciones, enmascarando sus sentimientos, que esquivan la responsabilidad de sus acciones, son audaces en la traición y frágiles en la lealtad, escamotean vocablos ambiguos, alaban con reticencias ponzoñosas y difaman con afelpada suavidad”.

 

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