El reloj del hombre doble

 

Decía llamarse Gino y en verdad jamás supe su apellido, o quizás lo he olvidado en la vorágine del tiempo. Lo que si puedo decir con certeza, es que no era uno, sino concretamente dos, aunque esto parezca imposible, salvo para quienes vivimos la bohemia del “Negro –Negro”, cuando el “Zambo” Cavero cantaba Bossa Nova, el maestro Tealdo deslumbraba la noche con su intelecto incomparable y Sérvulo Gutiérrez bebía puro de uva, aceptando -de cuando en vez- el desafío de ilusos que confiando en su corpulencia, terminaban noqueados en la vereda, por los certeros golpes de este pequeño gran campeón de los puños, los pinceles y la vida.

Pero volviendo a Gino, éste era un extraño personaje que transitaba la noche, ataviado con distinción extrema, que llegaba al sombrero borsalino y la bufanda de seda, sin olvidar los zapatos italianos y las corbatas ultramarinas.

Su cultura era exquisita y su conversación entretenida, fascinaba a quienes gozábamos la gracia de escucharlo, ya fuera en el “Negro-Negro”, o en el cercano “Bar Zela” de entonces, donde yo aprendía literatura, teatro y filosofía marginal, acompañado de mi hermano Felipe Buendía, que por aquellas noches, bebía su despedida de la vida.

Gino, era, además, un increíble agente publicitario, a veces contratado por algunas revistas locales, para que abarrotara sus páginas de los más costosos avisos y en tal virtud resultaba disponiendo de buenos billes para pagar sus tragos y aún para invitar a ocasionales amigos gorriones.

A mí, que era muy joven por esos años, me dedicaba una particular atención, interesándose por lo que estaba leyendo, corrigiéndome algunas cosas que empezaba a escribir y -desde luego- asombrándome con historias de autores a los que sólo llegué a conocer andando el tiempo y fatigando bibliotecas.
De pronto, una tarde, el misterio interrumpió mi caminar. Una voz cavernosa surgió de un antro de borrachos llamándome por mi nombre. Volví la cara y quedé petrificado al contemplar a un tipo miserablemente trajeado, arrastrándose por el piso y estirando la mano, como quien pide una limosna.

Estaba, además, cubierto de escrófulas, con la barba crecida y aparentando no haberse bañado jamás. Increíblemente, era Gino.

En tal momento supe lo que era quedar mudo de asombro y en un supremo esfuerzo, pretendí preguntar qué le había pasado, pero él cortó mis palabras gimiendo: “Plata…dame plata”.

-Sin salir de mi asombro, le di unas monedas, pero él, me exigió: “más…dame más”, por lo cual, casi cataléptico, le entregué un par de billetes, para seguir mi camino, sin salir plenamente de mi asombro.

Al anochecer, comenté el tema con algunos de mis contertulios cheleros, que, para mi sorpresa, tomaron con naturalidad tal narración, precisándome: “así es Gino”- y nada más.

En seguida hube de sumergirme en diversos tratados psiquiátricos, para resultar averiguando la existencia de un fenómeno definido como “trastorno de la personalidad múltiple”, que en sus variadas facetas determina el protagonismo de vidas paralelas y a veces contrapuestas, a quienes tienen la desgracia de padecer dicha alteración de la conducta.

A partir de entonces, conversé muchas veces con Gino, -en su faceta de dandy- y cuando traté de abordar la existencia de su “otro yo”, me disuadió con un elegante gesto de su enjoyada mano, remarcando, además que yo era un muchacho inteligente y que solo debía dedicarme a “leer, escribir y vivir”, conforme habían hecho en su etapa formativa, los más grandes escritores del mundo.-“Algún día serás famoso y entonces, me comprenderás”, – solía decirme cariñosamente.

Muchas veces más me topé con Gino. Con el mendigo y con el elegante caballero. Así llegué a entender que él no era uno, sino dos, aunque aún ahora me resulte difícil explicarlo, o comprenderlo plenamente.
De pronto, el gobierno militar del 68, irrumpió en nuestro país y nuestras vidas, afectando ambos temas, de diversas maneras. Y cierta tarde, Gino -elegantemente vestido- me sorprendió en plena Plaza San Martín para decirme: “Yo no he nacido para esto. Me voy a Europa”.- Acto seguido, me entregó un viejo reloj de bolsillo sin cadena.-“Cuando puedas, me lo devuelves en París”,-remató jocosamente y se alejó rumbeando con aire distinguido, al parecer, directo a El Callao y, a Europa en barco, desde luego.
Meses más tarde, un cable de EFE, informaba que en una de sus excentricidades geniales, Gino, había dado en cheque falso y “de propina”, un millón de pesetas al mesero de una tasca madrileña.

Quién sabrá nunca porqué, el administrador del sitio, llamó a la policía y a los pocos días, un Tribunal de Vagos y Maleantes, condenó a Gino a cinco años de cárcel “por conducta criminal”.-

Los diarios limeños comentaron brevemente el caso y yo me quedé aguardando a que la vida me lleve a París, donde tal vez encuentre a Gino, para devolverle su reloj. Ignoro si para tal fecha, -él, o su fantasma- me abrazará con la distinción de un atildado british gentleman, o me sonreirá siniestro animando la sombra surrealista de un mendigo de cuento ruso. Pero su reloj –que por ahora es mío- sigue andando implacable, como el tiempo mismo. Como la extraña vida que a veces no entendemos. Ni en este, ni en nuestro “otro” tiempo,-de príncipes o mendigos- que también existe, aunque lo soñemos en secreto solamente….como ilusión, o…pesadilla.

 

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