En el 2019 debe brillar el alma colectiva del pueblo

 

Se fue el año 2018 y como en otras oportunidades no queda otra cosa que esperar que el 2019 sea distinto en toda la extensión de la palabra. Denominado con exceso de optimismo como “Año del Diálogo y la Reconciliación”, no fue ni lo uno ni lo otro. La crisis política, con el acompañamiento también preocupante de la crisis económica y de la crisis social, explican que los pasados 365 días se convirtieron en otra pesada desventura para la ciudadanía. Igual que periodos pasados.

Habría que reconocer, sin embargo, que el último semestre llegó con su balón de oxígeno y volvió a inyectar nuevas dosis de esperanza a este pueblo doliente, que supo apreciar mejoras en la gobernabilidad, no suficiente por supuesto, pero promisorias, al igual que la lucha abierta y sin miramientos iniciada por una nueva generación de fiscales superiores, que han sabido enfrentarse a ese mal de males que significa la corrupción, tanto en el sector público como en el sector privado. Los nombres se conocen y los casos emblemáticos también. No voy a ser reiterativo al respecto, por una razón en especial: hay que esperar que concluya el justo proceso acusador y quienes administran justicia sancionen a quienes haya que sancionar. El anhelo ciudadano es que por fin termine el reinado de los intocables, de los blindados, ya sea porque gozan de poder político o disfrutan de poder económico.

Como es costumbre, pasado el periodo anual, se busca premiar con la distinción del mejor o de los mejores, a los personajes que se hubieran distinguido por alguna razón buena. En mi caso, no creo conveniente sostener tal escrutinio, bajo las premisas tradicionales. Yo estoy entre quienes considera que a quien habría que premiar simbólicamente, es a ese colectivo de peruanos que participaron del referéndum nacional en el que se votó por el ¡! , respaldando la consulta que permitirá la reforma constitucional sobre la conformación y funciones de la Junta Nacional de Justicia, antes Consejo Nacional de la Magistratura, la reforma constitucional que regula el financiamiento de organizaciones políticas, y  la reforma constitucional que prohíbe la reelección inmediata de parlamentarios de la República, al mismo tiempo que le dijo ¡no! a la engañosa  reforma constitucional que pretendía establecer la bicameralidad en el Congreso de la República. Esto último trajo abajo el ardid de la actual mayoría parlamentaria, por la cual se pretendía  quebrar el equilibrio que debe existir en las relaciones entre Poder Ejecutivo y Poder Legislativo.

¿Hay que esperar mucho con la llegada del Año Nuevo?. La reflexión personal de cada ciudadano es importante, en la medida en que esté dispuesto a dar de sí una actitud firme ante quienes se oponen al verdadero cambio que nos lleve de una democracia formal a una democracia participativa. Esa meditación quizás permita germinar la fuerza que inspira y crea un modo de vida y un sistema ético particular en una sociedad tan compleja como la nuestra. Estamos viviendo una hora aciaga, cuando nuestra patria podría precipitarse en un vacío de soledad y de confrontaciones inútiles si concluye por perder la fundamental comunidad de intereses, de ideales y propósitos. Los mensajes en contra de ese cambio tan anhelado, se vienen incrementando desde el Poder Legislativo, algunos articulistas y, como se esperaba, desde los despachos de quienes se consideran poderosos.

Es el año que nos convoca a ser más fuertes, sin más escudos que las propias armas que nos da la Constitución Política del Estado. La fortaleza moral que nos anima y el derecho a la palabra libre y responsable impedirá que sea roída la configuración del alma colectiva de la mayoría ciudadana con el divorcio del espíritu y de la materia y con las estériles discordias grupales y las ambiciones individualistas de caudillos y grupos partidarios que traicionan los valores y principios que justificaron su nacimiento. Tenemos que estar atentos ante un hecho real, que presentan al Perú transitando por una de las coyunturas más difíciles de su historia. “El poder anónimo del dinero, decía Emmanuel Mounier, ha ocupado todos los puestos de la vida económica, después se ha deslizado, sin quitarse el velo hacía los puestos de la vida pública, ha alcanzado finalmente la vida privada, la cultura y la misma religión”. Allí están los enemigos del pueblo, allí están los que no quieren que el pueblo alcance un tipo de vida mejor, allí están los que adoran el culto turiferario, que castra e intimida todo arresto ciudadano a un destino más digno, más armonioso, más justo.

 

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