Encierro no es entierro

 

Los antecedentes históricos de los encierros no siempre son favorables; se piensa que el procedimiento de “lavado de cerebros” tenía como base encerrar a las personas. En la segunda guerra mundial, desconectar de todos los estímulos, incluso la luz y los sonidos, provocaba una desconexión total de prisioneros y espías en la guerra mencionada.

Las prisiones convencionales también son encierros; algunas veces, por toda la vida. Este confinamiento cambia la personalidad, la autoestima y los valores de la persona; las historias de violencia en las prisiones, son bastante conocidas. Los especialistas afirman que ni en las prisiones mejor organizadas y con recursos existe una verdadera rehabilitación de las personas. Por el contrario, las características negativas de su personalidad pueden intensificarse.

La excepción de los encierros sería el que corresponde a los religiosos llamados de “clausura”, que voluntariamente toman esta decisión para dedicar su vida a profundizar su dedicación al ser supremo. No hay mayor información de la evolución psicológica de estas personas, pero se dice que encuentran una especie de felicidad mística que el resto de personas ni siquiera imaginamos.

El momento actual de pandemia, por un virus muy contagioso, ha derivado en el llamado confinamiento, que, si bien no es igual a los encierros anteriormente mencionados, merece un análisis. Las personas, en general, necesitan de un contacto social que no se restringe solo a la familia. Los círculos sociales tienden a ser más amplios, pero han estado disminuidos; y esa energía, ese intercambio social se ha visto restringido, tal vez provocando una frustración social, una disminución de la comunicación social y menos probabilidades de interacción con la inteligencia emocional.

Afecta esta restricción a los niños que están en una etapa muy importante de su socialización; han perdido mucho tiempo para conectarse con otros niños, por no asistir a la escuela y otras interacciones pertinentes. Afecta a los adolescentes que están en plena afirmación de su sociabilidad, en plena etapa de descubrir el amor y fortalecer el proceso de identidad. Afecta a los adultos que, definitivamente, se mueven en un mundo social – laboral asociado a su interacción económica. Afecta a los adultos mayores, porque, precisamente, una indicación para su evolución y mejor conservación es que socialicen permanentemente.

Algún daño evolutivo nos puede haber provocado esta restricción de socialización; un encierro relativo en la medida que teníamos a nuestra familia con nosotros.  Pero de todas maneras nos llevará algún tiempo recuperar nuestra socialización, todo ello sin contar los efectos de ansiedad, miedo y depresión que la restricción social también ha generado. Finalmente, podríamos ver casos de “claustrofobia reactiva”, como una reacción al momento que hemos vivido y que son casos que van a requerir tratamiento especializado.

 

 

 

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