Estamos perdiendo la moral y la sensatez en este siglo XXI

 

¿Será que todavía sentimos alguna emoción cuando nos dicen que el 20 de febrero fue el Día Mundial de la Justicia Social? ¿Nos sentimos relacionados en forma significativa con estas palabras claves y nos sacude la conciencia al mencionarlo?.

¿O es que hemos perdido el sentido de la sensibilidad social, y estamos definitivamente entrampados en la visión de la acumulación y concentración de la riqueza en pocas manos y en pocos países?… ¿Tiene valor para nosotros la verdad y la solidaridad?.

Si es verdad que nuestro principal anhelo es conquistar la felicidad personal, familiar y social y construir la paz universal, ¿será posible ignorar que sin justicia social no la podremos lograr?.

¿Y qué sociedad libre y qué democracia real, es la que podemos articular sin justicia social?

Sin Justicia Social no habrá paz y sin paz no habrá futuro. Debe ser por eso que el gran filosofo español Ortega y Gasset nos decía con vehemencia lo siguiente:

“El presente y el pasado existen en nombre del futuro y de cara a él. Es el futuro el que confiere a nuestro ser tensión, el que determina nuestra disciplina y nuestra moral. Sin futuro se hunden los hombres, igual que los pueblos que renuncian a la moral”

Todo indica que la lucha por el tener, el placer y el poder están marcando los pasos de nuestras vidas y que lo decisivo es la tarea infernal de acumular y concentrar riqueza en pocas manos, en pocos bolsillos, en fondos buitres, y en pocos paraísos fiscales.

Estamos perdiendo la moral y la sensatez en este siglo XXI.

Es entonces que podemos acudir al Papa Francisco para comprender mejor el drama de nuestro tiempo. El nos dice en su Pastoral Evangelli Gaudium (“La Alegría del Evangelio”) lo siguiente:

“Poco a poco nos acostumbramos a oír y ver a través de los medios de comunicación social, la crónica de la sociedad contemporánea, y presentada casi con un perverso regocijo… el drama está en la calle, en el barrio, en nuestra casa, y porqué no, en nuestro corazón. Convivimos con la violencia que mata, que destruye familias, aviva guerras y conflictos en tantos países del mundo… el sufrimiento de inocentes y pacíficos no deja de abofetearnos, el desprecio a los derechos humanos de las personas y de los pueblos más frágiles no nos son ajenos, el imperio del dinero, con sus demoníacos efectos como la droga, la corrupción, la trata de personas –incluso niños-, junto con la miseria material y moral, son moneda corriente. La destrucción del trabajo digno, las migraciones dolorosas y la falta de futuro se unen también a esta sinfonía”. Y luego afirma:

“No a una economía de exclusión – No a una idolatría del dinero. No a un poder dominio – El poder es servicio. No a la inequidad social”. “Que no haya necesidad de ser explotado para trabajar”.

Y que más inequidad que la injusticia social, los conflictos sociales agravados y las guerras que siguen matando gente y produciendo la vergüenza mayor de nuestro tiempo: La dolorosa migración y los refugiados que no tienen dónde vivir ni dónde morir.

Y ni hablar de los desempleados y de los pueblos que pasan hambre. El escenario de los trabajadores del sector público, privado y social, lo confirman dolorosamente.

El 20 de febrero en sí mismo nos hace un llamado: Necesitamos cambiar para rescatar la justicia social de las manos de los mercaderes, que necesitan nuevamente ser expulsados del templo, como lo hizo Cristo.

Y Francisco nos reitera la denuncia de que “el individualismo postmoderno y globalizado, favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares”.

La OIT nos dice que el trabajo no es mercancía y que un gran objetivo es la lucha por la justicia social si queremos una verdadera democracia.

No podemos morir en la batalla por competir a muerte para hacernos ricos explotando a los demás. Es necesario recrear la conciencia de la fraternidad, de la cooperación, de la solidaridad, de la igualdad de oportunidades, de la justicia social y de la paz universal.

Necesitamos crecer en la conciencia del compartir. Aprender de nuevo a compartir.

Una vez más estamos llamados a adoptar “La opción preferencial por los pobres”, y entonces podemos entonar la canción de la Guantanamera compuesta por el Apóstol de la Libertad José Martí: “Con los pobres de mi tierra quiero yo mi suerte echar”.

 

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