Fue leal a sus ideales y tiene lugar en la historia

 

No necesitó llegar a los 100 años de existencia física para ser reconocido como el político consecuente con sus ideas respecto a la liberación económica y social de los pueblos de América Latina. No tuvo urgencia alguna en llegar al medio siglo de gobernanza de Cuba, su país, para afirmar su nacionalismo y hacer el esfuerzo supremo de desafiar a su poderoso vecino del norte del continente. El reciente viernes 25 falleció Fidel Alejandro Castro Ruz y ha pasado ahora a la posteridad, dejando escrita su obra con tinta indeleble en las páginas de la historia. Fue un nonogenario que desde muy joven entregó su vida a una causa que jamás abandonó y que supo liderar la marcha de su país durante 47 años.

A partir de este hecho que ha dado lugar a que muchos lloren su desaparición y otros tantos aprovechen de la oportunidad para lanzarle todo tipo de agravios, lo cierto es que Fidel Castro se ha ido dejando el recuerdo imborrable de haberse constituído en un verdadero símbolo de dignidad y lealtad con un proyecto que era considerado como sinónimo de lucha contra el colonialismo y el imperialismo. Equivocado o no, lo real es que hizo cuánto se pudo por construir una sociedad en donde se alcanzaran los medios necesarios para darle dignidad a la vida humana. La heredad en educación y salud de calidad, universal y gratuita que ha recibido su pueblo, es una muestra de ese inmenso propósito. Propósito que, sin embargo, ha dejado huellas de opacidad con graves violaciones a los derechos humanos, entre ellos el derecho a la libertad de expresión.

La ida de Fidel Castro cierra un capítulo de la historia latinoamericana y abre, al instante, uno nuevo. Las primeras páginas han comenzado a escribirse, aunque con excesos de una y otra parte, que tratan de explicar las varias y diferente naturaleza de las causas que hacen que las naciones de la región sean consideradas, unas más que otras, como subdesarrolladas, tercermundistas. El debate tiene como punto de apoyo la realidad actual y una de ellas afirma que una primera y propiamente estructural es precisamente el subdesarrollo, entendido éste no solamente como un signo de atraso, sino de serias deformaciones, como la forma en que funciona y en un sentido más profundo como la manera de ser del capitalismo. Es decir un capitalismo que significa bajo nivel de las fuerzas productivas y profunda desigualdad de las relaciones de producción, una base económica endeble y todavía insuficientemente diversificada, baja e inestable tasa de inversión, debilidad en la producción de bienes intermedios y sobre todo de capital, rezago tecnológico en la mayor parte de la economía, insuficiencia de ciertos recursos e incapacidad para utilizarlos de manera medianamente racional, bajos niveles de organización, de productividad y de articulación interna; inadecuada preparación de la mayor parte de la fuerza laboral, extrema desigualdad en el reparto de la riqueza y el ingreso y una dependencia estructural, que a su vez resulta del intercamio desigual, del desfavorable lugar que un país como el nuestro ocupa en la división internacional del trabajo y del hecho de que, bajo el capitalismo del subdesarrollo, las clases dominantes son, a su vez, dominadas e incapaces de hacer posible un desarrollo nacional independiente.

¿Compartía Fidel Castro apreciaciones como la señalada? ¿Había que ser necesariamente partidario de su ideología para asumir el mismo concepto anotado? Esas son interrogantes que hacen ver que el desaparecido político tuvo cercanías y acercamientos no tanto en el enfoque, sino en las causas, entre otras del subdesarrollo latinoamericano. Pero igual se podría decir en cuanto al pensamiento de quienes se declaraban sus adversarios. En su gran mayoría, alentados por un común denominador encuadrado en la importancia del discurso propalado desde la isla cubana, con raíces inspiradas en el mensaje dejado por José Martí.

De otra manera no se podría comprender porqué otros personajes del mundo entero, derechistas e izquierdistas, le vienen rindiendo homenaje, entre ellos, por ejemplo, Mariano Rajoy, jefe de gobierno español, quien ha dicho “desaparece una figura de gran calado histórico”, el exalcalde de Londres, Ken Livingtone, que lo califica como “un gigante del siglo XX” y “un faro de luz en el continente americano”, el ministro de Relaciones Exteriores de Francia, que ha agregado “Su fallecimiento da vuelta a una página en la historia del siglo 20, marcada por la esperanza de la emancipación y la decepción con un sistema que no respeta los derechos humanos”. Punto aparte merece la palabra del Papa Francisco, quien ha considerado como “triste la noticia del fallecimiento de su querido hermano…” o del presidente de México Enrique Peña Nieto, al lamentar el deceso de quien considera “líder de la revolución cubana y referente emblemático del siglo XX” o Dilma Rousseff que lo muestra como “un visionario que creyó en la construcción de una sociedad fraterna y justa, sin hambre, sin explotación, en una América Latina unida y fuerte”.

¿Palabras de ocasión? No, todo lo contrario. Estamos ante las palabras de quienes saben lo que es honrar y no denostar y que, con esa actitud, enaltecen el valor del ser humano. El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, lo acaba de demostrar al lamentar la muerte de Fidel Castro, acompañar a su hermano Raúl y a su familia en este momento y expresar su solidaridad con el pueblo cubano, al mismo tiempo que el gobierno del presidente argentino, Mauricio Macri, que en un comunicado señala que el extinto líder cubano “ha tenido un rol relevante en la historia del siglo XX”, frases que coinciden con otras llegadas desde muy lejos, como la manifestada por el estadista sudafricano Jacob Zuma, quien ha subrayado que nunca olvidará la solidaridad de Cuba en la etapa de lucha contra el apartheid, o por lo señalado por Narendra Modi, primer ministro de la India, lamentando el fallecimiento de “una de las personalidades más emblemáticas del siglo XX” o por el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, quien acompaña sus condolencias, reconociendo haberse sentido impresionado por “la pasión con que hablaba de la situación internacional”.

Fidel Castro tenía que morir algún día. Es un hecho del que nadie se escapa. Pero antes de ello, no se puede obviar que supo sortear, fiel a sus ideas, con fuerza moral los 638 atentados, entre 1958 y 2000, que sus enemigos políticos planificaron, organizaron y llevaron a la práctica, con resultados negativos. Por eso, y mucho más, la historia le ha reservado un lugar especial.

 

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