Ganar elecciones y más para cambiar las cosas

 

En el Reino de España este último trimestre del 2015 será campaña electoral permanente, porque en diciembre habrá elecciones generales. Cargadas de interrogantes, por cierto, y en algún lugar de Internet he leído al respecto que en este país ante nuevas elecciones las encuestas detectan la recuperación del bipartidismo, llegan las elecciones y… el bipartidismo se hunde. Los resultados de las últimas elecciones europeas y los de las recientes municipales y autonómicas parecerían abonar esa convicción. Sin embargo, la situación no es tan optimista ni maravillosa como así se sueña. No está tan cerca el fin del bipartidismo

Sí es cierto que las elecciones europeas del 2014 mostraron la crisis del régimen monárquico bipartidista del 78. El inicio, no el final. Pues es preciso ser conscientes de que acabar con el bipartidismo no será fácil. Al sistema le va de perlas el bipartidismo en varios países. En España, el adversario a derrotar no es propiamente el bipartidismo, que ha sido medio, herramienta. Hay que sustituir el régimen monárquico del 78 que, con larga cambiada, nos enjaretó el tocomocho de la transición modélica a la democracia. Y treinta y pico años después comprobamos que buena parte es espejismo, truco de ilusionista o mañas de prestidigitador. Como dice el constitucionalista Fernando Pérez Royo, “lo que se restauró en 1978 no fue la democracia con forma monárquica y parlamentaria. Lo que se restauró fue la monarquía con forma parlamentaria”. Que no es lo mismo. Por eso esta democracia cojea. Y mucho.

Dice también Pérez Royo que, puesto que el objetivo real era la restauración monárquica, a su servicio se diseñó una democracia sin riesgos. Como se comprueba en la “continuidad en las constituciones de 1845, 1876 y 1978, vigentes durante casi toda la historia constitucional de España, presididas las tres por la desconfianza hacia el protagonismo de la ciudadanía”.

Los hechos muestran que centrarse solo en la política electoral no basta, como parecen hacer algunos adanistas recién llegados a la acción política. Por importantes que sean las elecciones, no habrá verdadera victoria política que permita cambiar las cosas y construir una democracia de verdad en tanto no se logre la victoria cultural que indica Gramsci.

Porque no estamos cerca de esa victoria cultural, porque no hay convicción mayoritaria en las mentes ni mayoría absoluta de los valores democráticos y republicanos en la gente, los protagonistas del bipartidismo se recuperan electoralmente. Lentamente, pero se recuperan. Y la gran esperanza que parecía Podemos parece haberse estancado en un techo de 14% de votos. Y con el 14% de votos no se cambia un país. Un país con tres cuartas partes de clase trabajadora en el que una nutrida mayoría de esa clase se considera clase media tiene los valores de quienes los explotan y saquean. Y así hay bipartidismo para rato.

Pero, ¿acaso no indica el fin del bipartidismo el triunfo de la candidaturas municipales unitarias en capitales de provincias e incluso en alguna autonomía? No es el fin sino la apertura de una crisis. Aparte de que hay que ahondar más en la unidad popular que no puede ser sólo electoral. En Madrid, por ejemplo, la victoria de la candidatura Ahora Madrid fue posible en gran medida por un tenaz trabajo de aterrizaje en los barrios de trabajadores para explicarse y escuchar a la gente. Para reducir la habitual abstención de los barrios obreros, porque la abstención en los distritos de clase trabajadora ha propiciado no pocos triunfos de la derecha.

Hace unos años se extendió la expresión “paso de política” que concretaba lo que analistas cursis y poco rigurosos denominan desafección de la política. Abundó la gente que decía pasar de la política, ingenuos y desconocedores de que la política nunca pasa de ellos. Porque para cambiar las cosas no solo hay que ganar elecciones. Disculpen la obviedad, pero para cambiar las cosas hay que construir poder popular y organizar la movilización ciudadana para oponerse al régimen monárquico neoliberal y ofrecer una alternativa sólida. Pues sólo con poder social un gobierno de unidad popular podrá poner a las personas y sus derechos por encima de todo.

El camino del cambio verdadero es largo y la primera condición es saber que es así.

 

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