Gracias, recordados maestros

 

Yo no fui un estudiante ejemplar, ni siquiera estuve nunca encabezando las calificaciones. Siempre, mi espíritu travieso, me llevó a explorar la cultura, la historia y el “buen decir”, explorando la Biblioteca Nacional, cuya sección “infantil”, marcaba entrada por la calle “estudios”, que para mí, era, a los doce años, el acceso maravilloso a la sabiduría y a todo lo espléndido que podían ofrecer los libros. Por eso, podría decirse que gran parte de mi formación -que hasta hoy no cesa- me calificaría como “autodidacta”, por el hecho de haber iniciado mis estudios universitarios en “Pre-Médicas”, desafiado por los misterios de la mente – de hecho- la mayoría de mis condiscípulos de ese lejano ayer, se titularon -a su tiempo- como psiquiatras, algunos de ellos, de muy brillante trayectoria.

En cambio yo, migré a letras y en su momento, descubrí mi verdadera vocación por el periodismo, que ha sido la verdadera razón de mi vida, a lo largo de los últimos sesenta calendarios. También me ha sido grato, trasmitir mis conocimientos y mi variadísima experiencia  a los jóvenes universitarios, enamorados de la aventura de vivir, que han centrado sus sueños, en “el oficio más lindo del mundo”, de acuerdo a la calificación del Premio Nobel, Gabriel García Márquez, mi extrañado hermano ausente, siempre vivo en algunas historias que alguna vez compartimos, sobre todo, en Centroamérica y, más directamente, a través de lo escrito, en nuestra vida entera.

Sin embargo, jamás he olvidado a ciertos maestros que me brindó la suerte, en las para mí no siempre gratas aulas de primaria y secundaria y en las inolvidables horas de San Marcos que me ilustraron decisivamente.

Esta mañana, una audición radial, me sorprendió emitiendo la  balada “Penélope”, compuesta por el poeta y pensador, Joan Manuel Serrat y en ese instante, mi memoria materializó en voz e imagen al profesor Málaga de mi segundo año de primaria (jamás hice el primero, porque llegué a la “Escuela de Pedagogía”, sabiendo leer y escribir correctamente, además de dominar las cuatro operaciones fundamentales, para asombro del Hermano Anselmo de la Orden Lasallista, que era el Director de dicho Centro Escolar, para niños “no pitucos”). Y recordé a ese gran profesor, el Sr. Málaga, que sobrepasando las exigencias programáticas, nos enseñaba -Dios bendiga su recuerdo y su vocación magisterial- las maravillas de la Mitología Griega, la increíble Odisea de Ulises, y la monumental lealtad de su esposa Penélope, que tejía de día y destejía de noche, desencantando pretendientes, que daban por hecho, que su ausente esposo, había muerto en su loco empeño… hasta que Ulises volvió, convertido en mendigo, al punto de sólo ser reconocido por otro ejemplo de lealtad, su perro Orión, que también vive en mi recuerdo.

Ese mismo profesor, me encantó decisivamente con la narrativa, pues, sin que el programa oficial se lo exigiera, se daba el trabajo de leernos hermosos capítulos de “Las Mil y Una Noches”, joya universal -e inolvidable- de la narrativa, gracias a la cual, por lo menos a mí, me convirtió en “Narrador de Cuentos”, en el buen sentido del término. Un millón de gracias, Señor Profesor Málaga, donde quiera que se encuentre.

Largo tiempo después, cursando el primero de secundaria, la gracia de Dios me bendijo, asignándome como profesores de Castellano, a los doctores Carlos Gadea Crespo y José Carrillo Huici, dos eminencias culturales, que llevaron su misión educativa, mucho más allá de cualquier programa, explicándonos, desde “la raíz etimológica ancestral” , de la expresión idiomática que nos hermana, hasta el simbolismo etimológico de cada palabra , rematando con la ilustración de “La Métrica o “Medida de los Versos”, que convirtió en poetas amateurs a casi todos los muchachones del Primero “A” del “Alfonso Ugarte”. Y cuando “todo el mundo” profetizaba que yo sería un notable abogado, irrumpió en escena un  “Profesor de redacción y correspondencia”, cuyo nombre por ingrata desgracia no recuerdo, el mismo que luego de tomarme algunas pruebas, proclamó triunfalmente: “este muchacho, será periodista y… de los muy buenos”. Muchas gracias profesor, por sus generosas intenciones. Por lo menos, periodista si llegué a ser. Lo demás, lo dirá el tiempo.

Años más tarde, ya en San Marcos, conocí a otro gran profesor, el sabio Honorio Delgado, pionero de la psiquiatría peruana y corresponsal de Sigmund Freud, nada menos. El Dr. Honorio, nos enseñaba, además de elementos de  psicología, temas referidos a “La ecología y tiempo anímico”, que es algo así como la filosofía biológica, que comprende a todos los seres vivos. De vez en cuando, este casi genial maestro, impartía sus “clases magistrales”, a toda la barra universitaria. Recuerdo que quienes cometíamos el despropósito de llegar tarde a dichos eventos  didácticos, terminábamos colgados de las rejas externas, para de ninguna manera perdernos esos grandes  dictados de sabiduría extrema. Como anécdota, que deseo trasmitir a mis alumnos de periodismo, voy a regalarles una de las tantas frases del Dr. Honorio, como solíamos llamarlo reverentemente sus afortunados alumnos. Y dice así: “El médico clínico, algo sabe y algo puede. El cirujano, no sabe nada… pero puede mucho… En tanto, el psiquiatra sabe más que Dios, pero… no puede nada”.

Queda a cargo de mis amables  lectores, analizar el alcance de estas señeras palabras, de un sabio profesor de prestigio mundial.

Yo recuerdo y rindo homenaje, tanto a los citados profesores, como a aquellos, a los cuales mi ingrata memoria no evoca nominalmente. Ellos y los libros que leí con interés sumo y que aún son parte de mi vida, me enseñaron a leer, escribir  y… vivir INTENSAMENTE, LAS TRES COSAS, como planteaba un célebre filósofo, desafiando a todos aquellos que se animaran por el periodismo o la literatura.

En cuanto a maestrías y honores, los más valiosos para mí, están representados por mi carrera, mi desempeño como padre y profesor y la valiosísima “Orden José Carlos Mariátegui”, con la cual ha tenido a bien honrarme el Colegio de Periodistas de Lima,  importante condecoración que he compartido con algunos colegas contemporáneos y muy importantes para nuestra profesión. Pero no quiero olvidar a personas tan responsables para mis logros profesionales como los muy eficientes periodistas: Carlos “Coco” Meneses, Bernardo Ortiz de Zevallos, Luis “Lucho” Loli”, Guillermo Cortez Nuñez, Juan José Vega Bello y todos aquellos que compartieron mis aventuras, en el riesgoso arte de convertirme en -como dicen que soy- “autodidacta”, término que  consignaré honrosamente en mi hoja de vida, si acaso me invitara “alguien” a postular al Parlamento en la antesala de las próximas elecciones, con lo cual pondré punto final a esta prolongada aventura que ha significado mi vida.

Con un abrazo, sobre todo, a mis alumnos, que actualmente me enseñan a enseñar.

 

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