Gratitud a la mujer, hecha madre

 

Este domingo, segundo de mayo, nos encuentra con el alma quebrada en dos. Pendientes del homenaje a la madre, pendientes de la existencia propia y ajena. Todo en un mundo globalizado por una pandemia, que nadie nos supo advertir a tiempo. Ni siquiera la ciencia mundial. Tan avanzada ella, pero distante cuando, con inmediatez, más se le necesita. ¿Tenemos vacuna que nos inmunice ahora?¡No! ¡Tienen razón, entonces, quienes renegamos de tal descuido!…por decir lo menos.

Pero así y aunque mucho más fuera de tremenda la adversidad, no hay disculpa que nos lleve a caer en el olvido, el recuerdo de la fecha emblemática, de gratitud, a la mujer, hecha madre, que nos dio la vida. Y con ella, la luz extraordinaria para compartir entre nosotros, con ellos y todos los demás, ese sentimiento que emociona, que nos llena de esperanzas, que no se agota en su convocatoria diaria de solidaridad. Por la razón excelsa de sabernos seres humanos, venidos del vientre de una mujer.

En el Perú, las estadísticas nos dicen que subsisten aproximadamente 9 millones de madres de familia. Más del 80 por ciento habita, en medio de las mayores desigualdades sociales y económicas, en los barrios urbanos del territorio nacional. Otro 20 por ciento, igualmente, dentro de la mayor precariedad, se encuentra en las zonas rurales. La pobreza viste la existencia de la madre peruana que, en gran número, el 34 por ciento, tiene solamente educación primaria o carece de nivel educacional. Y que, además, tienen algo cierto en común: la abrumadora mayoría trabaja en el hogar y en la calle, en ocupaciones formales pero por lo general, en labores informales, olvidadas de esa hermosa expresión, casi una leyenda, que se llama protección social.

Una libertad que no teme a la pandemia

A ellas, existencias redivivas de quienes les antecedieron en tan noble misión, debemos rendirles homenaje de gratitud, trayendo al recuerdo que, ayer nomás, nos brindaron lo mejor de su existencia, que igual nos dieron maternal consejo y, con frecuencia, no les supimos escuchar, que con entrega amorosa nos acunaron con desvelo y no correspondimos con debió haber sido. Sin embargo, no creo que sea tarde, cualquiera sean nuestras circunstancias, para repetir con sincera devoción : ¡ Gracias, gracias, madre que me has dado vida y me enseñaste a ser humano. Tampoco puede vencernos la distancia y el tiempo para acercarnos a ella y, así como Carlos Oquendo, recitar emocionado :”Tu nombre viene lento como las músicas humildes …”. O acaso, si no podemos estrecharla y escuchar su voz, consolarnos ante su lejanía física, repitiendo con Vallejo : ” Hay golpes en la vida tan fuertes, yo no sé”.

 

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