Hechos políticos que reclaman un cambio urgente

 

Los recientes movimientos populares en Chile, Argentina, Ecuador, tienen como protagonistas a trabajadores y estudiantes en su gran mayoría. Los primeros reclaman el derecho a una vida más digna. Los segundos observan con preocupación su futuro laboral. Unos y otros coinciden en la urgencia de un cambio político, económico y social que muestran como bandera el respeto a su dignidad como seres humanos.

Las movilizaciones multitudinarias registradas en esos países han permitido exteriorizar lo que realmente piensan los ciudadanos sobre sus dolores y sufrimientos, frente a las recetas de la economía neoliberal, economía esta que no se condice con la realidad y que sus defensores, cada vez más debilitados, pretenden justificar con argumentos que no son convincentes ni racionales. El triunfo del candidato Alberto Fernández en las elecciones presidenciales de la patria de San Martín, al igual que el andar multánime a lo largo y ancho de Chile, así como la demanda colectiva en Ecuador, son dignos de una lectura mejor que redunde en una gobernabilidad que se ajuste a la demanda de los pueblos.

¿Por qué la presencia masiva de los trabajadores en estos actos históricos? La explicación es clara: El fundamento del trabajo es doble, personal y social. Como actividad del individuo y relación, el trabajo se fundamenta en la realidad de las carencias que afectan al ser humano. En efecto, para satisfacer las necesidades de diversos órdenes y para superar las limitaciones, es menester que el hombre realice ciertas actividades que tengan como fin el procurarle aquellos bienes que a tales efectos son indispensables. Esta posibilidad se pierde cuando el empleo no guarda armonía con la realidad.

Lo anterior nos lleva a tomar en cuenta que en la sociedad industrial establecida sobre la base de la ética individualista del utilitarismo burgués, el trabajo ha sido degradado en la medida en la que sus verdaderos fines han sido desplazados por otros subalternos, como la riqueza que procede de su producto, el afán de ganancia y el disfrute que aquella involucra. Por esta vía, la obra que del trabajo resulta, ha perdido su sentido de complementariedad respecto a la vida humana, para significar solamente valor de cambio, única dimensión valida en un mundo donde rige la categoría de la cantidad.

Habría que tomar en cuenta, además, que en sociedades como las que existen en América Latina, gobernadas por la voluntad de dominio, pierda el trabajo su valor y significado liberador para hacerse instrumento de opresión. Bajo el régimen de voluntad de dominio el trabajo deja de ser humano para presentarse como alienado.

Estos acontecimientos nos animan a recordar otros conceptos sobre la política desde la perspectiva del humanismo integral. En tal sentido hay q recalcar que el hombre, en razón de su irrenunciable condición social, se encuentra inmerso en un particular complejo de modos de ser y de hacer resultados de una concreta manera de organizar la vida que, siéndole antecedente, le condiciona aunque es también susceptible de recibir el aporte personal de cada cual. Este aporte puede actuar como refuerzo de los mecanismo de funcionamientos vigentes, pero puede también introducir modificaciones y hasta alterar radicalmente tales mecanismos y los comportamientos sociales concurrentes.

¿A qué viene esta explicación? Muy sencillo. La sociedad debe tener, como su razón de ser, una finalidad especifica que se llama Bien Común General, la cual incluye una garantía de posibilidad para la realización del destino propio de cada persona miembro del Cuerpo Social.  Pero el Bien Común, que no es una noción intangible y abstracta, sino que es inseparable del hecho social de cuyo acto es objeto, es, por ello mismo, una realidad eminentemente histórica, valga decir, situada en un plano espacio-temporal preciso. Evidentemente, tal situación no es estática sino esencialmente dinámica, como conviene a la totalidad de la realidad social que la fundamenta.

Los acontecimientos electorales en Argentina, las movilizaciones en Chile y Ecuador guardan armonía con esta prédica. No sería extraño que más temprano que tarde  suceda lo mismo en otras latitudes de la América morena.

 

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