#IDAHOT17

 

El 17 de mayo se celebra el “Día internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia” (IDAHOT por sus siglas en inglés). Busca generar conciencia en contra de la violencia que sufren las personas con estas características. Efectivamente, es necesario acabar con cualquier forma de discriminación o violencia, no sólo física, sino también verbal o psicológica a las que se les pueda someter. Para un católico, además, debe ser así, pues en la medida en que sea practicante y busque ser coherente con el contenido oficial de su fe, no puede soslayar lo que afirma el Catecismo en su número 2358: “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas… Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta”.

Es de alabar que gracias a iniciativas de este tipo, las personas homosexuales, transexuales y bisexuales sean cada vez más aceptadas y comprendidas en el seno de la sociedad. En efecto, una persona es mucho más que sus inclinaciones sexuales o su forma de vivir la sexualidad, y su dignidad no depende de su vida sexual, al contrario, es anterior a esta y permanece intangible sea cual sea el modo en que la ejercite.

Es decir, antes de ser homosexuales, transexuales o bisexuales, son personas, seres humanos, y el contenido de ello es mucho más amplio y profundo que la simple sexualidad. En cierto sentido, esa toma de conciencia es una necesidad y de alguna forma una deuda que la sociedad tiene con estas personas, pues tradicionalmente se las menospreciaba, o su condición era motivo de burlas. Con estas celebraciones de alguna forma la sociedad paga una deuda histórica con estos colectivos y se vacuna para que no vuelva a suceder.

Esta toma de conciencia mundial no ha conseguido aún alcanzar plenamente sus objetivos, pues culturalmente muchas veces siguen sufriendo vejaciones, e incluso en algunos países la homosexualidad continúa siendo penada. En los casos más radicales con pena de muerte, y algunas veces de forma ignominiosa, como se vio recientemente en el así llamado Estado Islámico, que optó por tirar personas homosexuales desde techos de edificios. Es decir, todavía hay mucho por hacer en lo que a la percepción de estas personas se refiere y en las legislaciones donde está tipificada como delito.

Ahora bien, sentado todo lo anterior, hay que decir también con firmeza, que una realidad equivocada o mala no se arregla con otra igualmente mala o equivocada. El efecto péndulo frecuentemente produce graves injusticias. Evitar la discriminación o la violencia hacia estas personas no equivale a privilegiarlas, o a penalizar a quienes no estén de acuerdo con ellas y todas sus demandas. Es decir, el “día contra la homofobia” no anula el principio de que “todos somos iguales ante la ley”. De otra forma, estaríamos de frente a un nuevo tipo de “nobleza”, es decir, al reconocimiento de facto e incluso legal de que algunas personas tienen más derechos que otras.

La honorable y justa campaña no legitima tampoco el admitir como eslogan una mentira: “La homosexualidad no es una enfermedad, la homofobia sí”. El problema es que no está nada claro que sea “homofobia”, y muchas veces funciona como un sambenito o especie de letrero maldito con el que pueden etiquetarte y condenarte al ostracismo, la muerte social o pública. Entonces, no es que la gente ya no sea “homofóbica”; sigue pensando lo de siempre, pero ahora tiene miedo de las consecuencias de expresar libre y respetuosamente su opinión. Otros en cambio, sin que le preocupen los homosexuales, los utilizan como carta política o mediática para obtener ventajas y privilegios.

No discriminar no equivale a privilegiar. Pero cuando busco imponer leyes que penalicen los crímenes contra estas personas, les estoy otorgando de hecho un estatus privilegiado. Si alguien me mata a mí por ser sacerdote (la violencia física y verbal contra religiosos es mucho más frecuente hoy en día que contra homosexuales, si no pregúntenle al sacerdote recientemente degollado en la catedral de México) tendrá menos penalidad que si alguien mata a un homosexual. ¿Por qué va a tener mayor pena la violencia contra los homosexuales que contra los heterosexuales?, ¿no es una forma de introducir una discriminación injusta en la sociedad? La violencia está mal, sea quien sea el que la realice y debe ser castigada igualmente, independientemente de la inclinación sexual de la víctima o el victimario.

 

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