Inventos que achicaron el mundo

 

Más de dos siglos de vida tuvo el telégrafo y por tanto, el telegrama, que circuló hasta finales del siglo XX. Es muy probable que Internet no llegue a vivir tanto,y tal cosa -parece improbable ahora- ocurriría si termina de saturarse la espina dorsal de la web.

El comentarista Dan Fallon del sitio web New Scientist, predice un posible racionamiento por sobrecarga de las redes y en la misma línea, el experto francés René-Jean Essiambre señala que por ahora hay un límite de cien terabytes por segundo. Se pregunta qué pasará dentro de cinco años.

¿Qué tuvo el telégrafo que internet no tiene? Una probable respuesta es que era utilitario, resolvió una necesidad. Internet no; es un alarde de tecnología cuyo uso mayoritario es el entretenimiento; todos quieren más y mayor conexión, pero nada es infinito, ni siquiera Internet.

El texto del primer telegrama de la historia fue tan prosaico como: “Si tiene éxito pronto lo cubrirá la gloria”. Estamos en Francia la mañana del 2 de marzo de 1791 junto a Claude Chappe, el científico aficionado que hizo posible la vieja idea del envío veloz de mensajes a distancia, y eso precisamente fue el telégrafo óptico.

El segundo “primer telegrama” tuvo en cambio un tono bíblico “Lo que Dios ha forjado”. Estamos en Gran Bretaña el 24 de mayo de 1844, al lado de Samuel Morse, el inventor del famoso código de líneas y puntos, simplificación genial que facilitó la llegada de mensajes a cualquier punto del planeta que estuviera conectado.

La primera worldwide web fue el telégrafo, aunque la expresión se inventaría casi 150 años después cuando apareció Internet.

Entre los dos diferentes inicios del telégrafo mediaron unos 50 años. El francés era un sistema que enviaba señales visuales a diez kilómetros de distancia, donde se las recibía, decodificaba y remitía al destinatario.El contacto visual era indispensable.

Su primera gran utilidad fue administrativa, después militar y finalmente comercial, básicamente.Las oficinas del gobierno francés lo usaban para sus fines desde que la Asamblea Nacional adoptó al invento de Chappe como su sistema oficial de comunicación.

El telégrafo fue un pequeño paso/salto gigante, y la comparación es válida vista desde la perspectiva de lo limitada que era la comunicación en el siglo XIX. De tal grado fue un avance que en 1997 la Enciclopedia Británica calificó de “maravilla tecnológica” al Telégrafo francés, ya para entonces replicado y modificado en casi toda Europa.

Una muestra de cómo estaba afincado el telegrama en la vida de la gente nos la da la literatura. Caso notable es el telegrafista Florentino Ariza, personaje principal de Gabriel García Márquez en El Amor en los tiempos del Cólera, donde lo vemos siguiendo la pista a su amor imposible a través de las estaciones del telégrafo a lo largo del río Magdalena.

Cuando el crecimiento de la sociedad había hecho olvidar la época de los tambores y las señales de humo, se empezó a echar en falta algún medio veloz para transmitir mensajes urgentes. Negocios, sucesos de la guerra, cuestiones de vida o muerte no podían seguir viajando a la velocidad limitada del galope de caballos.

Gracias a Tom Standage, editor digital en The Economist y autor del libro “The Victorian Internet”, podemos conocer todos y cada uno de los detalles asombrosos y hasta cautivadores de la historia del telégrafo y de las relaciones entre las personas al interior de ese mundo, durante sus casi dos siglos de vida.

Sabemos, por ejemplo, que en 1790, el francés Claude Chappe había estado ensayando y probando diferentes métodos, entre ellos sistemas sonoros con cacerolas de cobre, pero los vecinos son iguales en todo tiempo: No hay quien aguante cacerolazos por mucho rato.

Una nueva idea al fin prosperó, y el resultado fue el mensaje visual tipo semáforo, con emisor y receptor ubicados encima de torreones a mayor distancia cada vez, provistos de largavistas o telescopios. Brazos moviblesle daban un aspecto extraño como de monstruos alienígenas.

Era tan llamativo su aspecto que lo describió y perennizó Alejandro Dumas, haciendo enviar información falsa por telégrafo a su héroe Conde de Montecristo, con el fin de hacer caer la bolsa de París y arruinar al pérfido Morcef. Antes sobornó al inspector de las señales, y para quienes no leyeron la historia, el engaño cumplió su objetivo.

El telégrafo óptico entró en uso en Francia dos años después del primer mensaje enviado por Chappe a su ayudante, el que hablaba del éxito y la gloria. Y cuando Napoleón se hizo con el poder descubrió que el invento le sería útil para sus planes de expansión por Europa.

Además de ser invento francés, reforzaba sus planes militares conectando a sus ejércitos y por eso construyó estaciones dentro y fuera de Francia. Fue la primera vez que el mundo se achicó al acercarse las fronteras nacionales mediante la comunicación casi instantánea.

Medio siglo más tarde se habían inventado mecanismos de transmisión de mensajes a distancia sustentados en la electricidad, con la gran ventaja sobre el método óptico de que no hacía falta el contacto visual entre emisor y receptor. Lo que faltaba era cómo volverlo operativo.

Se puede hablar de un antes y un después del sistema Morse. La simple combinación de puntos y líneas para formar cualquier letra y número, que se emitían en forma de pulsos cortos y largos revolucionó el telégrafo. Una idea genial que acercó al mundo, se hablaba de una nueva era.

Con esto nació la profesión de telegrafista y se fueron abriendo oficinas sin parar, una vez que estuvo operativo el equipo idóneo para emitir y recibir, también ideado y patentado por Morse.

Se llegó a transmitir hasta 60 millones de telegramas al día, no sin antes superar el desafío del cableado submarino. Varios inversionistas perdieron fortunas y vidas en el intento.

El telegrama sobrevivió con buena salud por todo el siglo XX; muchos de nosotros hemos recibido esos mensajes con economía de palabras y muchos “stop”. Recién en el año 2006 la compañía Western Union anunció su defunción oficial. Ya no era rentable, pero había seguido siendo obstinadamente útil hasta entonces. Se deja extrañar.

 

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