Julio Iglesias: Un ángel sórdido por sordo

 

Julio Iglesias es intemporal y puja por ignorar las arrugas de su voz. Don Julio bronceado hasta el pipute ahora quiere que lo imaginemos relajado y de buen humor, excepto cuando le sacan fotos porque desnuda el lado flaco del bisturí. Entonces busca su perfil izquierdo a como dé lugar. El latino no el griego. Y es difícil bregar con él. Es doblemente diablo y viejo y ha venido cantarle a las damas del NSE ‘A’ y a ellas les importa un pito que desafine como un loco. Bello, total su garganta no las humedece.

Y desde que llegó una hora antes de empezar el espectáculo, abrió su camarín para firmar todo [todo en su idioma es libretas, guantes, calzones] y dar una que otra entrevista con monosílabos. Entonces Gabriela Rivera le pudo hacer unas preguntas exclusivas, ella que es todo un amor del pellejo para adentro y un cuero del cuero para afuera, le preguntó de la flacidez de su signo.

Y sólo a la Gaby don Julio atlético le contó, mientras lo maquillaban con un engrudo silicónico, que de pronto está agotado pero que le sale una fuerza interior sin explicación que lo obliga a estar en artista, claro hombre, en divo que es lo suyo, y dar todo de sí. Y don Julio estirado y consagrado en sus artes de amante empedernido, hace ojitos a diestra y con la siniestra lanzó piropos a la derecha e izquierda democrática y mientras se arreglaba el chaleco de comisario de asilo, apuntaba la letra de La flor de la Canela, que dice que alguna vez cantó a dúo con Chabuca, pero que valgan verdades, ya se le olvidó aquello de «Y recuerda que…», que en todo caso se le había borrado buena parte de su disco duro, que por algo no tiene 57 años, que es de fierro pero que los años duelen.

El respetable, ese universo de matronas fo, de heráldica y linaje y de hijos de la crisis aromática, colmaba el recinto desde hace buen tiempo. Entonces, aquellas ocho encueradas jóvenes Bremen, en el mejor estilo de las impulsionismo cárnico, me sacaron del asunto. Que son rubias, altas y trepan de ardores como su propia espuma. Van de blanco y atropellan el sentido común y la buena fe. Oiga, por dónde entra la prensa –le pregunto cruel a un hercúleo encasacado de la Cía. Mag Segurity, un redil de sujetos mononeuronales– y el tipo me pide sin compasión mi D.N.I. Qué cosa, no vengo a votar, le digo. Entonces pase, me dice. Y adentro no es adentro porque el recinto es prefabricado. Armado a la hora nona, aparenta ser un canchón con toldo como la residencia del Embajador de Japón; y un escenario, eso sí, tal como lo hubiera imaginado el mismo Julio Verne –un visionario como el maestro Iglesias que venció las cadenas del tiempo y en blanco y negro–, de 40 metro de largo y con sendas pantallas gigantes de televisión en pañales donde aparece Gisela Varcárcel más joven proponiendo un mundo feliz y una y mil veces la promoción de Astros, que algo tiene que ver con don Julio músculo puro, comercialmente quiero decir, no sé si me dejo entender.

Y aquella dama que responde al nombre de Ingrid Irribarren está de Rojo y funge de traductora. Tiene el talle de diosa cincelada a punta de besos y es maestra de lenguas. Está de rojo, lo repito, y traduce jadeante las últimas directivas de Steven Joseph Baird, el director de luces, también con una casaca de «Minaya: sonido y luces». Que utilicen el Rojo 33 –dice con sus dientes chiquititos—para que cuando don Julio adivino tome asiento no se le note la lipoescultura. Sí la última, aquella de Kay West. Y nunca se olviden de las manos, menos de la sortija que es el regalo de la Miranda, la esposa. Y hay que tirarle mucha luz a las zonas poco conflictivas de don Julio abrazado de dientes. Que ingresará por la izquierda –advierte Ingrid—y, qué carajo, que éste no es un concierto de rock, entonces todos los cambios de luces, los desplazamientos del chorro de luz deben ser lentos y suavecitos, como para la gente de edad. Y habla muy bien el inglés la Ingrid, pero camina mejor con el traje al tubo y sus talones desnudos como sopapo de virgen y todavía no sale don Julio atlético.

A las 9 y 30 de la noche en punto ordenan que ingrese el público. Y sobre cada asiento numerado hay una banderita con el nombre del hombre ¿quién va a ser? don Julio esbelto pues. Y mientras se acomodan, una dama le grita a la otra, que caracho, que no la vio en el concierto de María Martha y la otra le responde que no, que no la vio porque estaba en Nueva York. Más allá, el hermano Pablo, luce nervioso como un seminarista y declara con su sonrisa de evangelio para Global, que supone que todo saldrá bien por que este, don Julio, músculo puro, es buen católico, eso al menos dicen sus biógrafos.

En el vestuario del divo, ha culminado el maquillaje de mano andrógina, Julio sonoro ahora inicia a calentar su do de pecho. Mientras habla de la guerra en Serbia, que es injusto, que los poderosos siempre tienen la razón. Que el terror es lo más abominable de este tiempo. Que el secuestro de su papá y el drama familiar. Don Julio atlético entra en la fase de gimnasia metalera. Un sonido de taladro rítmico lo impulsa a mover el cuello y con los ojos cerrados parece que ora. Alguien dirá que está contando los 15 dólares que le pagan por esta noche. Cierto pero de ese cuero saldrán las correas para los músicos y los técnicos, que el cuida su espectáculo porque sabe lo que vende. Y eso hace felices a todos, a las tías con abrigos de visón nacional, al choclonaje nativo, al pamperismo de cabotaje.

Las localidades de junto al escenario suman las 1,500 y están dispuestas para la gente VIP. Después, una barrera separa al blanquerismo y la choledad que se han hecho de 3 mil sillas también forradas en yute de Chongos Chico. Una Chica Bremen me alcanza una lata de cerveza helada. No tomo, le digo, ya tomé bastante en mi vida. Llévatela para tu casa me insiste. Mejor me llevo tu recuerdo, le digo. Y entonces aparece un congresista y más atrás un cirujano plástico y de más allá luce su calva un gran abogado antes de la reforma del Poder Judicial. Medio Lima en trajes dudosos viene llegando. Los mozos pasan con bocaditos y los chicos de 911 están atentísimos. Todos se parece a Tom Cruise pero con barritos. Hay paramédicos y unos tipejos de amarillo que se mueven como seres de corral antes de una pollada. En un carrito de ‘Café Expresso’ pido un doble cargado. Es lo mío, por ahora. Y Julio se hace esperar.

Y a las 10 y 32 de la noche, sin presentación ni aviso, se apaga todas las luces y truenan los keyboards, repunta la batería y ¡Plof! Ahí está, Julio. Igualito –piel que teje la luz del sol en sus divino dorso—y solo abrazado por un chorro de luz celestial, que ahora tiene el pelo corto y los cachetes al viento. Del bronceado anda bien. Y luce un perfecto traje azul ataúd, entallado, de chaleco y corbata del mismo color. Y ahí está, delgado a clonado perfecto, perfilando el flanco izquierdo, con el micro en la siniestra y la ideología a la derecha. Ahora ya está cantando en gallego. Y la gente, medio fría, aunque la noche esté fresquita. Aplausos y ahora sí agarra pechos y muslos y las piernas juntan sus carnes del segmento A, rosadas al vapor cremoso de las trusas azabaches.

Porque el Julio se arranca con «Agua Dulce, Agua salada» y las señoras, todas le siguen con las palmas, y esa manitas quieren tocarle sus partes y que se jodan los gordos de sus maridos. Las tres despampanantes del coro: Pamela, Aka y Kimberly, se mueven y susurran como las sirenas. Y buenas noches Perú, saluda Julio. ¿Como estáis? Y todos estamos bien. Entonces junto a él hay un banco, se sienta a medio cachete y entona «Natalie», y sollozan a mi costado, las damas que me tocaron en suerte.

Parafraseando a Tito Hurtado, quien decía que antes de oír a Julio Iglesias, él creía que la sordera era una desgracia. Hoy, su hijito existe [los paquetes vienen en paquetes]. E insiste que no sólo el arte, mas sí la biología, habrá de agradecer a esa estirpe destemplada: Julio Iglesias y su hijo, que prueban que el talento no se hereda, pero la falta de talento sí: genética e inexorable contra una dinastía-falsete y, que hasta en la música hay que ser republicanos.

Y la cuarta canción es una balada bien torreja y el Julio está cantando con los ojos cerrados y suena un pito por el acoplamiento de micros y el divo manda a parar. Disculpen, dice. Y ahí no más sale con «!Abrázame!» Y hay un ¡ayyy! profundo de las damas y uno que otro iconoclasta de maneras del factor andrógino. Que está bueno, insisten las señoras de adelante que se aferran el celular apagado. Y ahora el Julio está contando que ha Perú has venido sólo 3 veces. La primera a cantar mal, la segunda regular y la tercera, como el mejor cantante del mundo. Soy lo máximo dice y ahí mismo cuenta que está agradecido, por que lo soportaron y lo dejaron aprender. Y que le ha cantado a los abuelitos, a los padres y los hijos y los nietos y los tataranietos. Y el Julio, es lo que se dice, un showman, porque conversa, agarra un pedazo de canción vieja, para, sigue contando, y coge otra y dice que recuerda cuando cantó en Arequipa hace 20 años y sale su voz en italiano, ahora una de Andrea Bocelli. Cierto es un canto ciego de brillos. Aunque el juego de luces es alucinante por atiborrado y el sonido, ahora sí, insuperable por monocorde.

Las Chicas Bremen corren para aquí corren para allá. Las señoras les gritan que se sienten, que no dejan oír. Entonces Julio que ya lleva una hora se suelta con «Baila Morena». Luego está explicando que el ya no cobra por cantar pero hay que pagarle a los músicos y a los técnicos. Cierto, son 7 maestros de la mano del guitarrista Antonio de Corral y una veintena de auxiliares que viven en Miami, aparte del coro de piernas trabajadas en el gym del deseo y que habitan en mi corazón . Y llega la hora del tango. Habla el Julio del tango bravo y suena «A media luz» y una pareja de bailarines de la danza argentina ingresa desde un bulín de la memoria, son buenazos este Roberto y María Guillermina sobre todo ella, que luce un traje rajado hasta el alma.

Y ocurre lo temido, el homenaje a Chabuca y ese, La flor de la Canela, le sale a medias. Y el Julio que dice que no puede ser fiel en el amor. Y luego atropella con «El día me quieras», y se cruza con el folclore latino y ahora esta hablando en inglés y viene «Caminito». Es que el Julio controla luces, y la temperatura del público, ahora se queda en una, para, avanza, cuenta un chiste, y después, le tocan tres boleros en uno y luego agarra prestado a Santana y «Oye como va» de Tito Puente y termina con «Guajira» ¡Papi no sigas! Exclama la de portaligas a hiena que se enrosca a mi costado. Y esa es su metodología. Y ya pasaron dos horas 10 minutos y no lo quieren dejar ir y hace frío, pero todo está controlado, el hombre sabe lo suyo. Y las señoras también.

Pero ¿Qué come Julio? ¿Cómo lo hace? Parado, responde. Y ahora sí se va entre ríos de liviandad y ellas han quedado usurpando el almidón del deseo y ellos con la mierda revuelta. Y por la Av. Javier Prado, me vengo de donde vine, y él se va, se va, se va, en maestro, en torero, viejo y ducho y aventajado y sin final. Qué extraña virtud para un artista popular, que lo quieran por aquello que le falta. Ah, Julio, el cielo es sordo y tus ángeles, felizmente sórdidos.

 

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