La ciudadanía debe marcar el rumbo democrático del nuevo año

 

El advenimiento de un nuevo año está marcado por el signo de la esperanza. Esto pese a que la humanidad se enfrenta a una crisis global en razón de las desigualdades sociales y económicas. Tal realidad se ha convertido, en consecuencia, en el combustible para las grandes movilizaciones ciudadanas, tal como se aprecia en países vecinos al nuestro. Esto no significa, sin embargo, que el país donde vivimos se encuentre exento de problemas de tal naturaleza. Tarde o temprano podría ocurrir lo mismo y  en razón, a ello se debe tomar, en consideración, no solo en el ámbito de quienes tienen la representación política o la tendrán en un futuro próximo, sino también en el escenario ciudadano.  El diálogo sincero, transparente, libre de enjuagues o de pactos contra natura debe primar. Ahí está el código oculto que nos trae el signo de la esperanza.

En el Perú existen grandes grupos humanos que coinciden en lo señalado, sin que haya de por medio el propósito subalterno de dejar sin efecto las tropelías, las inconductas, el apoderamiento delincuencial del bien común, que tiene un solo nombre: corrupción.

Es evidente que el año que se ha ido y los anteriores nos han dejado lecciones que aprender. Una de ellas tiene valor docente en el más alto nivel. La ciudadanía debe hacer esfuerzo nunca antes realizado para evitar la entrega de la representación a personas que carecen de condiciones para eso. Debe, también,  hacer un acto de reflexión, para preguntarse por qué el Perú está en medio de esa enorme mal  que se llama subdesarrollo. La respuesta significará que el gran cambio constituye romper los grilletes de la esclavitud y gritar, a todo pecho, que la libertad es política, económica y social. No más mandones, no más sicarios de quienes acumulan riqueza a expensas de las necesidades del pueblo. Teresa de Calcuta solía decir que es más fácil ofrecer un plato de arroz a quien tiene hambre, porque es necesitado, que confortar la soledad y la angustia de alguien que no se siente amado porque no sabe compartir. La diferencia es visible y eso es lo que, igualmente, debemos de aprender en este nuevo año 2020.

Para entender lo dicho habría que repetir  lo que un anónimo señaló alguna vez: “la felicidad depende de lo que pasa dentro de nosotros. La felicidad se mide por el espíritu con el cual nos enfrentamos a los problemas de la vida. La felicidad es un asunto de valor supremo, un estado de la mente. No consiste en hacer lo que nos dé la gana, pero si en querer todo lo que hagamos por los demás. La felicidad no tiene recetas. Cada quien la sazona con su propia meditación”. Podríamos redondear lo expresado precisando que la felicidad no es un hito en el camino, sino una forma de caminar por la vida.

Si miramos más allá de nuestras fronteras, vamos a encontrar que existen países en el mundo que han logrado crecer con rapidez y, a la vez, mejorar la distribución del ingreso, como también otros indicadores de equidad. Esto evidencia nos dice que es posible lograr buenos avances en los grandes objetivos que se buscan y que tiene como pendiente la tarea de descubrir cómo lograrlo. El camino para esta búsqueda está claro. Hay que examinar cómo lo hicieron aquellos otros que tuvieron éxito, determinar sus estrategias y sus políticas y de aprender de ellas reconociendo las especificidades de nuestro país.

Podríamos concluir que en esta tarea que no es fácil y que requiere de talentos al servicio sano del país, existe una mezcla de políticas apropiadas y de aprovechamientos de factores socio-culturales favorables en estas historias de éxitos. Eso llevará al incremento del empleo y de los salarios, a una elevación persistente de los niveles educacionales y de capacitación. El estímulo a la innovación debe estar siempre presente, bajo la égida de un Estado concertador, preocupado en la apertura de los mercados externos, en la orientación y el estímulo de los esfuerzos tecnológicos, en la provisión de la infraestructura necesaria para el mejor desenvolvimiento del emprendimiento y en el apoyo a los sectores menos favorecidos. Esto último significa el pago de la deuda social interna que está pendiente.

Lo anterior es una oración del cada día, que  ya hemos dicho tiene el signo de la esperanza. De nosotros, los ciudadanos, depende que el 2020 sea  el inicio de un tiempo mejor para todos los peruanos, en forma especial  de los olvidados, los marginados, los discriminados, los no contactados.

 

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