La corrupción no se combate con simples aspirinas

 

El país sufre de una grave enfermedad: La corrupción, la misma que se encuentra generalizada por todo el territorio nacional. Podríamos decir que es una pandemia. Lo censurable está en que quienes la deben combatir, hacen todo lo contrario. Lo más visible se está observando en el Congreso de la República, donde la mayoría de sus integrantes hacen hasta lo imposible, por apañar toda suerte de corrupción. No hay necesidad de mencionar protectores y protegidos que forman parte de ese cártel, que avasalla la salud moral de la nación. Son muchos. Pero también es cierto que, todavía, existen aquellos que cual Quijotes modernos, hacen esfuerzos por librarnos de esta lacra. Son pocos.

La corrupción tiene una ingrata compañía. Se trata de la hipocresía,  que como bien, desde hace muchos años, se le define como el arte de amordazar la dignidad. Sí, porque ella logra demoler los escrúpulos en aquellas personas que resultan frágiles para resistir la tentación del mal. No tienen el valor de  afrontar su responsabilidad. Son aquellos que han perdido todo sentido moral y que aun cuando saben que sus actos son indignos, arrufianados, vergonzosos, no tienen empacho para apoyar el blindaje de la corrupción.

Esos son los que no saben o se hacen que no saben, que la justicia es el principio por el cual el acto humano, individual o social se acerca a su fin. Es decir el principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde. Por ahí he leído que la corrupción siempre existió. Claro, desde los inicios de la historia de la humanidad. Pero no hay nada que la justifique, más aún cuando estamos viviendo una nueva etapa de esa historia, en la que el conocimiento y la utopía de una democracia real, exige el combate frontal a esa pandemia.

Las explicaciones sobre el particular se repiten en plazas y calles. Es un tema que acalora y hasta, entre los cínicos, motivo para matar el tiempo. Coincidimos en que proliferan los más diversos puntos de vista sobre la corrupción. Inclusive hay quienes se atreven a decir que es un deporte nacional, y otros más serios que alertan de lo que bien se podría tildar de enfermedad endémica.

Aclarando. Hay que entender que endémico es el término en medicina que se usa de manera  repetida, como ahora sucede con  el síndrome Guillain-Barré, que solo se puede combatir adoptando medidas preventivas, al igual que ayer se hiciera respecto a la tuberculosis, las enfermedades virales y las bacterianas. El gran problema está en que todo esfuerzo para combatir la corrupción ha sido nulo. La ciudadanía está observando como hay quienes no quieren saber nada con la reforma política y la reforma judicial. Tienen rabo de paja y  pretenden distorsionar cualquier cambio que acabe con lo que ellos apañan: la corrupción.

En esta exposición, no podemos dejar de mencionar a la gente de buena fe que cree que la corrupción no pasa de ser un síntoma, aunque entienden que la corrupción política desemboca en una enfermedad causada por una deficiente representación política, que ha hecho posible la concentración de poder y la ausencia de controles. A estas alturas, ojalá que la firmeza de quienes luchan contra la corrupción no se doblegue, porque la corrupción es uno de los más grandes problemas que preocupa a los peruanos. La prensa independiente, la Fiscalía de la Nación y las voces ciudadanas, en su mayoría provenientes de la juventud, siguen en buena lid, exigiendo que este cáncer no se combata dando aspirinas.

 

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