La hora de Beatriz

 

Ese inolvidable filósofo del folklore negro, e invalorable paladín de la amistad que será por siempre Don Porfirio Vásquez, solía rimar jocoso esta copla de su inspiración: “Cuando el buen Dios determina/recoger a sus mortales/no te valen los cordiales/ ni los caldos de gallina/”.- Y así lo confirmaban los faites de mi viejo barrio, cuando afirmaban fatalistas: ”es la ley de la Viroca/ que a quien le toca…le toca/”…lo cual parece seguir siendo, como a continuación expongo.

Hace ya, largos años, se anunció a los cuatros vientos que el entonces denominado “Hospital Obrero”, es decir, el “Almenara” de hoy, cuyos empeñosos cirujanos-que recientemente me recompusieron una doble fractura de tobillo,- habrían de incurrir en la cuasi sacrílega hazaña, de trasplantar el corazón de un joven motociclista fallecido en accidente, a cierta dama cincuentona -llamada Beatriz- cuyo motor circulatorio acusaba irreparable fatiga, manteniendo a su portadora en permanente agonía.

Y llegado el día, estos jóvenes –ninguno pasaba los cuarenta- transgresores de los mandatos de la vida, acometieron dicha aventura, que para entonces, significaba un verdadero reto al destino, siguiendo las huellas del insigne cardio-cirujano Christian Barnard, que hasta donde se sabe, fue el primer atrevido que desafió a la Muerte en tan insolentes términos.

Y bueno pues, doña Beatriz pasó más de seis horas en el quirófano, sonriendo rediviva al final de las cuales, saludó a las voraces cámaras de todos los colegas del flash y el manganeso.

Días más tarde, la ilustre sobreviviente, incluso, tuvo el gesto de visitar a los familiares de su donante, para agradecerles esa nueva vida que tan generosamente acababan de regalarle.

Desde luego, nuestros magos del bisturí, recomendaron a la cuasi resurrecta, guardar reposo absoluto, para luego,” hacerle el seguimiento”, a este nuevo capítulo de su existencial telenovela, recomendación que Doña Beatriz prometió cumplir jurando por la Beatita de Humay, para que se enteren los curiosos.

Domiciliaba la Doña, en Ciudad y Campo, distrito anexado al viejo Rímac, concretamente en un amplio corralón multifamiliar, retraída ella, a un cuarto doble de rumorosa vecindad eventual.

Cuando una de esas tardes de segundo turno, despertó acuciada por cierta sed irrefrenable, comprobando acto seguido, que la providencial garrafa, estaba malevamente seca, en tanto sus indiferentes vecinos brillaban por su ausencia y por lo tanto, no había quien pudiera auxiliarla en la emergencia.

Y entonces, “con esa insensatez que da la juventud”, – en este caso de reencauche-, la citada dama, no sólo recordó un voluminoso cilindro instalado en el habitáculo que fungía de baño multiuso, unos cincuenta pasos más allá de su dormitorio, sino que razonó, es un decir, que dueña ya de un corazón “cero kilómetros”, la tal distancia era casi nada.

Y descendió pues, trabajosamente de su lecho, se acomodó el batín floreado de la convalecencia y tomando piso, cual matador herido que abandona la enfermería, hizo rumbo a la fuente de sus anhelos, llegada a la cual, empujó el portacho de rigor, para atisbar en principio, que el férreo cilindro, sólo estaba abastecido hasta su media capacidad y además, a modo de estribo, lucía al lado, un par de poderosos ladrillos que no vaciló en trepar, a fin de asomarse- más de medio cuerpo- a fin de alcanzar e vital líquido de sus desvelos.

En conclusión: se precipitó de una, en mortal “clavado” hasta el fondo del férreo barril, donde sus débiles manoteos, acompañaron su marcha final rumbo a la Muerte que no gusta, que se diga, de los finales felices.

Por ese entonces, yo era Jefe de Redacción de un diario cuyo nombre no recuerdo y hube de cumplir el encargo de titular: “ERA TU HORA, BEATRIZ”, esta historia que pudiendo ser fantástica, “escribió la vida misma”, como decían los antiguos locutores para anunciar “El Derecho de Nacer”, por cortesía del detergente de moda.

-“Si pues, recordado “Don Porfirio”, parece que nada ni nadie puede eludir la cita con la hora señalada. Ni siquiera nosotros, los escribidores de cuentos, que a veces, plagiamos impunes, a esa creativa Michelle Alexander, que es la vida misma.

 

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