La mediación de la Iglesia

 

En los documentos del Concilio Vaticano II la Iglesia se define a sí misma como “signo e instrumento de la unión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí”. Con el paso de los años, al sopesar las luces aportadas por el concilio, la reflexión teológica ha resaltado el hecho de que la Iglesia es un “misterio de comunión”. Ello es realidad, obviamente, en el nivel teológico, sacramental; pero también en un nivel práctico, concreto; como un rebosar de la gracia que empapa el caminar histórico de la sociedad. Una manifestación de esto último, que se ha tornado frecuente en la historia reciente, es el papel de mediadora que está desempeñando la Iglesia. Ella crea unidad al generar diálogo entre las diferentes voces en conflicto dentro de la sociedad.

Al redactar estas líneas, hace apenas unas horas que ha concluido, en la casa del Cardenal Cipriani, el esperado diálogo entre el presidente del Perú, Pedro Pablo Kuczynski y Keiko Fujimori, líder de la oposición que detenta la mayoría en el Congreso. El cardenal tenía entrada natural para convocar dicho encuentro, no sólo por el prominente papel que juega en la Iglesia peruana, y por tanto en el escenario político y social del país, sino por un hecho más sencillo y coloquial: es amigo de ambos.

Ciertamente, la función primordial de la Iglesia es de otra índole, de carácter sobrenatural: la salvación de las almas; pero desarrolla ese papel en el seno de una sociedad y le interesa fomentar, en la medida de sus posibilidades, todo aquello que facilite un mejor entendimiento en orden a conseguir el bien común.

En efecto, esa salvación se incoa ya en la vida presente y debe manifestarse también en la vida singular de las personas, y por eso mismo, en la esfera pública, que es donde esas personas desarrollan su existencia.

El cardenal presta así un servicio de inestimable valor a la sociedad peruana, pues el mejor entendimiento entre las diferentes facciones que tensionan la vida política del país redunda necesariamente en beneficio de todos: en lugar de anularse las fuerzas, se crea sinergia. Este hecho pone en evidencia dos realidades, que siendo diversas se relacionan entre sí. Primera: no tiene ningún sentido, en aras de la laicidad, excluir a la Iglesia como actor político y social, pues puede y de hecho realiza valiosas funciones sociales. Eso significaría prescindir de un beneficio real, concreto, por cuestionables principios teóricos de carácter dogmático. Segunda: el cardenal sigue siendo un referente dentro de la sociedad, al conseguir concretar diálogos de esta magnitud. No es la primera vez que lo hace, ya durante la toma de rehenes en la embajada de Japón tuvo su “bautismo de fuego”. Ahora el contexto es menos tenso, más cordial, pero indudablemente, muy importante para el desarrollo del país.

Aunque a muchos les moleste, la Iglesia en primer lugar, y derivadamente el cardenal, siguen teniendo autoridad, que no poder. Autoridad moral reconocida por diversos integrantes de la vida social y civil del país. Se escucha su voz, se reconoce su papel, se acude a su llamado. La invitación hecha por el Cardenal es una buena muestra, pero no la única. Lo valioso de la autoridad es que no es impuesta, sino reconocida. A muchos les fastidia este hecho, pero, sin embargo, es una realidad de la que todos –también a los que les molesta- podemos beneficiarnos. La Iglesia, por medio del cardenal, genera sinergias y diálogos constructivos para el país.

En ámbito más universal, también Francisco ha propiciado diversos diálogos, con mayor o menor éxito, pero indudablemente importantes. Pasos necesarios para llegar a un entendimiento, ya sea presente o futuro, que permita resolver diversos conflictos internacionales. Dichos diálogos, nuevamente, son una muestra de la autoridad moral de que goza la Iglesia actualmente, y en consecuencia Francisco, como su representante. El reciente encuentro en el Vaticano entre Francisco, Santos y Uribe es una buena muestra. Más notorio fue el acuerdo alcanzado entre Estados Unidos y Cuba gracias a su mediación. Más pintoresco, simbólico y esperanzador fue el encuentro entre los presidentes de Israel y Palestina para rezar por la paz dentro del Vaticano. La autoridad reconocida a la Iglesia posibilita estos diálogos y ayuda a eliminar las fuerzas discordantes en el seno de la sociedad; negarlo o buscar impedirlo a nadie beneficia y responde solo a rancios prejuicios decimonónicos, a trasnochadas ideas dogmáticas.

 

Leave a Reply