La Norteamérica desobediente

 

Acababa de iniciar mi clase sobre Pedro Páramo cuando dos extraños tocaron la puerta para buscar al estudiante Ramón Santos (apellido ficticio). En vista de que yo estaba en el otro extremo del salón, me dijeron casi a gritos que eran policías y que mi alumno no tenía residencia legal en los Estados Unidos. Por eso lo buscaban.

En el mismo tono de voz, les respondí que no permitía la salida de un alumno mientras estaba en clase y que, por otro lado, tampoco autorizaba el ingreso policial. Añadí que si deseaban llevárselo tendrían que esperar en la puerta durante todo mi dictado.

La clase debía durar 50 minutos. Sin embargo, cuando estaba terminando, uno de los jóvenes me hizo una pregunta, y yo la respondí en 15 minutos. De inmediato, otro de los muchachos indagó por el personaje de Juan Rulfo, y yo me tomé otro cuarto de hora en responderle. Así continuamos hasta que los intrusos se fueron, al parecer furiosos, sin despedirse.

Nos habíamos pasado dos horas y media hablando del mágico Páramo. Por su parte, mis alumnos me habían soportado todo ese tiempo, y lo habían hecho para salvar la libertad de uno sus compañeros.

Lo recuerdo ahora porque Salem, la capital de Oregón, donde se encuentra mi universidad, acaba de hacer una sesión pública y, por unanimidad, se ha declarado “ciudad inclusiva”.Por esta resolución, ningún fondo de la ciudad podrá ser empleado para reforzar las leyes federales de inmigración. De acuerdo con el ordenamiento constitutivo, una ciudad o un estado son capaces de oponerse a las leyes federales.

Con ello, Salem pasa a formar parte de las llamadas ciudades-santuario de los Estados Unidos en el territorio de las cuales no se puede detener a un inmigrante.

Como se sabe, el presidente Trump ha anunciado que cortará los fondos federales a esas comunidades si se niegan cooperar con el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas. Hay en juego 650 mil millones de dólares. Sin embargo, los oregonianos aprueban a rajatabla los fines de la ciudad inclusiva y dicen que, si el gobierno federal llega a cortarles los fondos, ellos mismos los pagarán con sus impuestos.

Cualquier sacrificio-señalan-es válido cuando se trata de salvar la libertad de un ser humano y su derecho a la búsqueda de la felicidad.

Nueva York, Los Ángeles y Chicago, las tres mayores metrópolis de este país-incluida la ciudad de Washington-son también por su propia voluntad ciudades santuario, y junto a ellas hay unas 300 más.

Como lo señala la información aparecida en “El Universal” de México, “Nueva York es la ciudad de los inmigrantes. El lugar construido por generación tras generación de inmigrantes. No vamos a sacrificar a medio millón de personas que viven entre nosotros y que son parte de nuestras comunidades”, dijo el alcalde demócrata de Nueva York, Bill de Blasio, a los medios al reunirse con Trump. “Le reiteré que esta ciudad y otras ciudades a través del país harán todo lo posible para proteger a nuestros residentes y para asegurarnos que las familias no sean destrozadas”.

“Que despierte el leñador” es un largo texto de Pablo Neruda en el que-en plena guerra fría-el poeta comunista declara su amor al pueblo de los Estados Unidos. Aparte de la descripción física del país, Neruda alaba el “pequeño hogar del farmer”, la América extendida como la piel del búfalo, la patria de Melville, Whitman y Edgar Allan Poe, los millones de muchachos que cayeron en Francia, en Alemania, en Okinawa, para salvar al mundo de la perversidad de Hitler.

Como en el poema, aparte de las brutales declaraciones cotidianas, se escucha también aquí la palabra de los que disienten y de quienes señalan que el odio y el desprecio por la educación así como la misoginia y el racismo están reñidos con la herencia de los fundadores de este país. Las manifestaciones públicas de rechazo a esa política son tan grandes o a veces mayores que las de la guerra en Vietnam. Hay otra Norte América, la más noble y más desobediente, y está haciendo escuchar su voz.

 

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