La nueva mujer de la ONU

 

La comisión de la ONU sobre el estatus de la Mujer ha emanado un importante documento, “Empoderamiento económico de la Mujer en un cambiante mundo del trabajo” (24-III-2017), el cual condensa el consenso alcanzado en el seno de las Naciones Unidas sobre la mujer, su desarrollo integral y los retos que le plantea el mundo de hoy. Se ha notado en su redacción un auténtico golpe de mano.
La ONU, hasta hace nada, con el impulso plenipotenciario de la administración Obama, promovía a mansalva el supuesto derecho al aborto y toda la agenda LGTBIQ, particularmente a través de la enseñanza. En el borrador del texto a discutir estaba incluir el aborto como condición del empoderamiento económico femenino, tipificando su penalización como causa de pobreza en la mujer.

Sin embargo, en el documento emanado no ha quedado ninguna huella de esa herencia. La administración estadounidense cambió radicalmente de giro y de promotora del aborto pasó a ser protectora de la vida. El resultado: se neutralizó el empeño de la ONU por promover ese tipo de políticas.
Muchas reflexiones podrían hacerse al respecto. Uno queda, por ejemplo, con la inquietud de que la ONU termina danzando siempre al son del que paga, es decir, Estados Unidos, o en su caso, las naciones económicamente más poderosas. Dicho mal y pronto, viene a representar una máscara, que detrás de su supuesta universalidad, esconde en realidad los intereses de los más poderosos. Habrá distintas “ONUs” según sean las administraciones norteamericanas. Cabría preguntarse si queremos eso, si no sería mejor que cada país defienda sus propios intereses claramente sin utilizar a los otros como pantalla, pero en fin, eso es lo mejor que hemos podido idear por el momento.

Obviando esta notoria limitación de origen, podemos en cambio alegrarnos quienes defendemos el valor intangible de la vida humana, es decir, la dignidad de la persona, por el paso dado en sentido inverso. En efecto, pareciera imposible revertir las líneas permisivas de fondo, sea en la ONU que en los países concretos. El consenso recién alcanzado en la ONU nos muestra de forma patente que no es así. Puede echarse marcha atrás al permisivismo y a la disolución social y humana. Supone una bocanada de oxígeno, una inyección de esperanza, una invitación a seguir dando la batalla por las causas que realmente merecen la pena, entre las que destacan, por supuesto, la promoción de la mujer real, la mujer auténtica, no la idea abstracta de mujer que venían estado promoviendo, cuando no imponiendo, desde la Conferencia de Beijín.

Con un ejemplo se puede entender. En el documento de la conferencia de Beijín sobre la mujer, no se habla de la mujer madre; la maternidad solo aparece como algo negativo: embarazos de adolescentes que se deben evitar, por ejemplo. En el presente texto se menciona cinco veces la a la madre y a la maternidad. Además se habla de la colaboración entre el hombre y la mujer en la construcción de un hogar, se menciona once ocasiones a la familia, entendiéndose por ella lo que siempre se ha entendido: mujer, hombre y niños, es decir, lo más políticamente incorrecto posible, sólo que ahora en vez de decirlo un documento del Vaticano, lo dice la misa ONU.

Quizá lo más revolucionario, y al mismo tiempo real, concreto, evidente, es lo que menciona el n. 20 del documento. Supone poner entre paréntesis los 68 años de discurso ideológico que van de “El Segundo Sexo” de Simone de Beauvoir a la fecha, para mirar de nuevo a la inmensa mayoría de las mujeres: “La mujer y el hombre realizan una gran contribución al bienestar de sus familias, especialmente la contribución de la mujer al hogar, incluido el cuidado y el trabajo doméstico no remunerado, el cual todavía no es adecuadamente reconocido, generando un capital social y humano esencial para el desarrollo social y económico”. Ello supone reconocer, quizá por primera vez, el valor insustituible del trabajo femenino en el seno del hogar, la callada pero esencial aportación de la madre a la familia y, a través de ella, a la sociedad.

 

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