La reforma política es un paso simple, pero necesario

 

En una carrera contra el tiempo la Comisión de Constitución del Congreso de la República tiene el encargo de aprobar, en su propia esencia, las reformas presentadas por el Poder Ejecutivo. Todas ellas encaminadas a cambiar la vida política del país. Los debates se realizan con ardor, sin duda, pero con frecuencia alejándose de los verdaderos valores de la democracia, aquella que tanta prédica tiene desde tiempos añejos y que, sin embargo, sigue siendo una utopía.

Nuestra lectura nos lleva a recordar  a Emmanuel Mounier, aquel pensador que nos dijo: “llamamos democracia con todos los calificativos y superlativos que se quiera, para no confundirla con sus minúsculas falsificaciones, al régimen que reposa sobre la responsabilidad y la organización funcional de todas las personas que constituyen la comunidad social. Entonces sí estamos al lado de la democracia. Agregamos que, desviada de sus orígenes por sus primeros ideólogos, después estrangulada en su propia cuna por el mundo del dinero, esta democracia jamás ha sido realizada en los hechos, sino apenas en los espíritus”.

Lo expresado por Mounier, aunque hayan transcurrido 85 años, no se ha alterado. Existe en el seno de la Comisión de Constitución, la creencia de que se está trabajando en favor de una democracia tal cual debería de estar vigente en un país como el nuestro, con tantas desigualdades políticas, económicas y sociales. Creencia engañosa, podríamos decir hasta mentirosa, porque si bien es cierto que hay que reformar lo que está mal concebido, también es verdad que en el fondo solamente se toca la epidermis de un gran problema.

Este tiene sus magnitudes. Los sistemas de pensamiento, de acción y de esperanza sólida, coherente, segura de sí mismos, han quedado obsoletos. Tenemos el caso presente  de organizaciones que se llamaron políticas y que hoy no significan nada. Existe también la presencia de colectivos  de la misma índole que se creen fuertes, y que en la práctica, no pasan de ser cascarones con la presencia de alquilones que ganan algunos subsidios que provienen del aparato del Estado. En ellas no existe democracia. Se mantienen costumbres antiguas, en donde los poderosos a cargo de la maquinaria hacen de las suyas, cumpliendo a la manera de sicarios políticos, las órdenes que dan los que mantienen económicamente con dadivas o sobornos la presencia tramposa de ellas.

No se puede negar que la reforma política es indispensable. Es un pequeño paso, que alienta a una ciudadanía que no desfallece de la fe y la esperanza. Hay un contenido positivo, es cierto, de la idea y la práctica de una acción política. Pero de ahí a pensar que es el gran cambio democrático del país, hay un abismo. Decimos esto porque no se trata de colocar unos principios o unos valores abstractamente considerados, que quizás sirvan para calmar el dolor de la enfermedad, pero de ninguna manera para curar el mal.

Sin embargo, debemos de pensar que podría ser el comienzo de una obra política abierta y viva, que sea más una antropología  que una metafísica, en el sentido tradicional y peyorativo del término. No hay que olvidar que la verdadera acción política democrática es una lucha del hombre por el hombre y para que esa lucha se valida y eficaz  es menester saber lo que es el hombre y cuál es la humanidad que la acción política debe promover.

 

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