La reina y los cuatro coroneles

 

Cada vez que debo enfrentar  uno de los tropezones que me ofrece la  contradictoria y sin embargo, altamente previsible condición humana, no puedo menos que evocar las inolvidables charlas nocturnas que solía prodigarnos mi extrañadísimo Don Andrés Archimbaud Meave, a quien los bohemios de aquellas noches, llamábamos cariñosamente: “El Tío Pichón”.

Este sabio e irrepetible personaje, matizaba su amena conversación, con el recitado de inhallables poemas, referidos al amor, la ingratitud, el abandono y –cómo no- la invencible esperanza que todos albergamos en el corazón, como esas banderas heroicas que suelen flamear, agonizando orgullosas entre los ominosos humos de todas las derrotas.

Uno de estos poemas, cuya musicalidad rimada, lamento no recordar, empezaba más o menos, así:  “La Reina, tenía cuatro coroneles/ el coronel blanco, el coronel rojo, el coronel negro y… el coronel verde. El coronel blanco, nunca fue a la guerra/era acompañante, era diplomacia, era ornamento y era figurante/. El coronel rojo, siempre fue a la guerra/pasar se le veía cual visión de sangre/ galopando enhiesto y empuñando el sable/… El coronel negro… para las tristezas, presidiendo mustio, cortejos finales de infantas y reyes/bajando a las criptas/consolando lutos, pronunciando adioses… -En fin, el poema anclaba en el ocaso del supuesto reino, hasta su eclipse final, describiendo el cual, “El Tío” relataba: Y desde entonces, entre sus recuerdos/ desde que el sol nace… hasta que se pierde, sigue tras La Reina, sin una sonrisa, su leal e infalible… coronel verde. -El Coronel Verde, era La esperanza… esa flor extraña que nunca se muere”.

Esta mañana, al hacer un rápido inventario de ingratitudes y desengaños, quizás por “sincrodestino”, resulté leyendo en el ameno diario que dirige mi admirada Cecilia Valenzuela, una columna de cierta dama llamada Katya Adaui, a quien no tengo el placer de conocer, pero “adivino” buena escritora.- El tema lleva el título de “TODOS CAVAN SU PROPIA TUMBA” y – al parecer, anuncia la película “El Irlandés”, cuyo texto me ha recomendado mi hijo Luis Guillermo, siempre atento a la “Montaña Rusa” que es  mi vida.

Y todo esto, en una mañana, que  sucede  a otra larga noche de conflictos, sin la esperanzada poesía de ese “Mariscal de la Bohemia”, que será por siempre mi extrañadísimo “Tío Pichón”, cuyo recuerdo,  me acompaña a toda hora, cual inconmovible “Coronel Verde”.

 

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