La terrible tragedia en el Estadio Nacional

 

Fue la peor tragedia ocurrida en un estadio de fútbol en el mundo, pues aquella tarde del domingo 24 de mayo, como ayer, pero de 1964, hace 52 años, en el Estadio Nacional de Lima, perdieron la vida 312 personas, la mayoría hinchas, que habían acudido a espectar el encuentro entre Perú y Argentina, valedero para clasificar a los Juegos Olímpicos de ese año en Tokio.

Todos los medios de comunicación, escritos, radiales y televisivos, brindaron amplísima información al respecto, pues ya se conocía la dantesca tragedia.

Pero yo ya tenía tres años como redactor deportivo en el diario “Expreso” y me tocó presenciar tan terrible evento. Ese mismo domingo ocurrieron dos eventos deportivos de importancia. En la mañana se casaba el boxeador Mauro Mina, nuestro mayor exponente en ese deporte, y lo hacía en la Iglesia San José de Jesús María; y también por la mañana se corrían “Las Seis Horas Peruanas”, evento automovilístico a desarrollarse en el Campo de Marte, también a las 10 de la mañana. Debía, primero, presenciar la prueba automovilística y luego ir al Estadio Nacional, para cubrir camarín peruano.

Había tanta expectativa por aquel partido, que las tribunas se mostraban colmadas, con más de 50 mil espectadores.

El primer tiempo había finalizado 0-0, pero al poco rato de reiniciado el encuentro, Rubén Manfredi puso el 1-0 a favor de Argentina. Pero a los 35 minutos, el puntero zurdo, Víctor “Kilo” Lobatón, planchó un rechazo del defensa Bertolotti y la pelota se le escurrió al golero Cejas, logrando el 1-1. La ovación por el gol fue intensa.

Pero sorpresivamente, el árbitro, el uruguayo Ángel Eduardo Pazos, desde el lugar de la jugada del gol, indicó saque hacia afuera, invalidando la acción de Lobatón.

Fue el detonante de lo que ocurrió después, ya que un moreno, identificado como Víctor Melasio Vásquez “Bomba”, se metió a la cancha por un boquete abierto en la malla olímpica de tribuna Sur, y pretendió agredir al árbitro. La policía lo contuvo a la mala.

El público se indignó y las rechiflas fueron en aumento, hasta que otro hincha, identificado luego como Edilberto Cuenca, también se lanzó a la cancha en busca del árbitro, siendo contenido peor que a “Bomba”, pues le dieron varazos en el gramado.

(Curiosamente ambos hinchas eran de Breña. “Bomba” vivió cerca de mi primera casa en Castrovirreyna, cuarta cuadra, pues su familia cuidaba un campo deportivo de las fuerzas Aéreas en el jirón Colombia, a dos cuadras de mi finca. Y Cuenca residía en Chacra Colorada, donde pasé a vivir desde los años sesenta).

Los hinchas prendieron fogatas en las tribunas y la policía, al mando del comandante GC Jorge Azambuja, lanzó bombas lacrimógenas, iniciando la desesperación de los aficionados que hasta derrumbaron la valla de Tribuna Occidente, para tratar de caer en la grama y buscar salvarse.

Otros trataron de salir por las puertas metálicas, pero estaban cerradas con candado, como estilaban los cuidadores de esas puertas, para evitar la “segundilla”, o sea que se metan aficionados, en el entretiempo, pues el estadio estaba repleto.

Rumas de cadáveres se encontraron en estas puertas, la mayoría con las uñas con muestras de la pintura de la puerta. Muchos hinchas pretendieron salvarse lanzándose a la zona inmediata baja, pero sufrieron lesiones de gravedad, como se comprobó en la Asistencia Pública de Grau, y los hospitales Dos de Mayo y Obrero, que fueron los más visitados. Los médicos comprobaron que hubo muertos por asfixia y por severas contusiones.

Por teléfono pedí instrucciones al jefe de deportes, Rodolfo Espinar, quien me contestó que fuese con el fotógrafo a la Asistencia Publica de la avenida Grau, donde habían llevado a bastantes heridos. Pero se había formado tanta multitud, que la policía no me permitió el ingreso, aún mostrándole mi carné de periodista.

Llamé nuevamente al diario y me respondieron que fuese al Hospital Dos de Mayo, con una guapeada de “entrar como sea”. No fue necesario, pues la policía brindó facilidades y hasta pude entrevistar a algunos médicos, que no se daban abasto para atender a tanto accidentado, la mayoría por asfixia. Había solo dos balones de oxígeno por Emergencia y los familiares se los disputaban hasta los golpes. Algo increíble.

Y luego, con el fotógrafo, pasamos a ver la ruma de cadáveres, que los médicos habían alineado en un breve patio trasero. Ir contando de derecha a izquierda fue terrible. Conté hasta 42. Y aún había muchos heridos que atender. Volví a llamar al diario y cuando manifesté lo que había visto y las fotos tomadas, recién me dijeron que volviese. Fue la más trágica comisión periodística que debí cumplir. En casa tuve que tomar un tranquilizante para poder dormir.

¡Terrible!

El gobierno decretó siete días de duelo y suspendió por 30 días las garantías constitucionales.

Es que luego de la terrible tragedia, en el exterior del estadio, la enfervorecida hinchada quemó vehículos y destruyó edificios, con las piedras que habían quedado al pie de los rieles, por donde hacía poco transcurrían los acoplados tranvías Lima-Chorrillos. Fue algo realmente pavoroso, pues hubo saqueos y hasta se mataron perros policías y policías con esas piedras.

Un salvajismo sin precedentes en el mundo del fútbol.

Pero en los siguientes días, la Confederación Sudamericana de Fútbol decidió que a los Juegos Olímpicos de Tokio asistiesen Argentina y Brasil, los que punteaban la tabla. No hubo sanción contra el árbitro Pazos, ni contra el comandante Azambuja.

Y las autoridades gubernamentales determinaron achicar la capacidad del Estadio Nacional, pues se le consideró inseguro.

La formación peruana fue con Barrantes; Guerrero, J. Castillo, H. Chumpitaz y A. Lara; Sánchez y L. Zavala; E. Rodríguez, E. Casaretto, I. La Rosa y V. Lobatón. Una terrible experiencia… Hasta la próxima.

 

One Response

  1. Ricardo Machuca dice:

    wow

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