La vida entre dos

 

Si el buen Jehová -que según el sabio Freud, sólo es “un invento del pueblo judío”- hubiera estado sujeto a la crítica de ciertos “opinólogos” de dos por medio, ya le hubieran endosado el brulote que dice: “estuvo mal asesorado al disponer que la gente naciera -por lo general- “de uno en uno”, pues es un hecho que sólo difícilmente y por cierto tiempo, quien nace como “uno”, resulta entendiéndose con “el otro” o “la otra”.

En el actual episodio de enclaustramiento, que ni el “coronavirus” podría hacernos entender plenamente, miles de parejas, comprueban lo que ahora digo y muchas no se explicarán cómo y por qué, en cierto momento de su vida, decidieron “vivir para siempre”, al lado de la “media naranja” que les asignó la vida.

Porque la verdad sea dicha, ni el más grande y poético de los amores, asegura tolerancia a 24 hora full, de una cierta persona, con la cual “alguna vez” –y por una temporada- coincidimos, en algunos puntos de vista, que suelen esfumarse  al paso del tiempo.

Algunos seres –no citaré el sexo, para no excitar pasiones- ya sea por ciertos desequilibrios de su sistema nervioso, por algunas experiencias que les otorgó la infancia, o porque se  sienten “dominantes”, o “muy bacanes”, cultivan en su relación humana, algo que suelen llamar “carácter”, que no es otra cosa, que un  bobo repertorio de caprichos, prejuicios y algunos graves complejos que serían complejo entretenimiento para cualquier psiquiatra de poca clientela. Se trata de neurosis “recurrentes” de diversas denominaciones, guárdame esa flor.

Tales personas, despliegan su “temperamento”, proclaman sus ideas, convicciones, certezas y demás, pero no sólo las anuncian cual si fueran las predicciones del “Apocalipsis”, sino que las emiten como  el Decálogo que Moisés bajó de la Montaña. Es decir, la consejería universal que “tutti li mundi” debe seguir sin pestañear ni un cinco, a fin de no perder un supuesto “Paraíso imaginado”. No hay derecho a opinar en contra.

Como es fácil entender, el prosélito más cercano de esta catastrófica prédica, es el “venturoso” cónyuge del sexo que sea, en su hoy agravada condición de escucha obligatorio, mientras dure el cuento del “coronavirus”, que algunos suponen, se irá “voluntariamente” del mundo. Y no los culpo por creerlo, ya que como casi nadie recuerda, en Lima hubo un “leprosorio” ubicado cerca a la “Portada de Guía”, existió alguna vez un “sifilicomio”, para los desengañados del “Salvarsán” y en Jauja hubo un hospital donde el torero “Manolete” se curó de la tuberculosis,  años antes que un sabio químico descubriera la estrepto-micina.

También el horrorizado mundo, asistió -no hace mucho- al triste esplendor del SIDA, de cuyo terror ya nadie se acuerda y como es de suponer, las hordas incontenibles, han vuelto masivamente a “lo de siempre” que usted sabe de lo que se trata y no se me haga, tampoco.

En mi modesto caso, estoy felizmente matrimoniado, con una  linda mujer veinte años menor que yo, con la cual, nos manejamos a ritmo de enamorados, jamás querellamos por “certezas bamba” y nos va muy bien. En cuanto a las “discusiones”, las manejamos mediante “El Código Inter-Barrios”. A saber: tres minutos de pelea, por uno de descanso, con remate final de gran abrazo deportivo, porque eso es lo que aprendí en mis tiempos de boxcampeón de pacotilla… y me va muy bien, en el asunto. Filosofía pura, mi estimado.

Recuerdo que después de haber sostenido dramáticos encuentros, “haciendo guantes”, con muchachones de barrio y palomilla, salíamos del gimnasio abrazadotes como “brothers” y -fíjese usted- somos “patas” hasta ahorita mismo y para lo que se ofrezca.

A como están las cosas y, en mi condición de vecino de un mesocrático “condominio”, debo escuchar en vivo y en gritado, las telenovelas turco-brasileras, que se despliegan en mi gracioso vecindario y comprendo que sólo la periódica ausencia de uno de los contrincantes -cuando salía a trabajar- impedía un asesinato rochoso de esos con que se vacila la prensa de cincuenta cobres…. que también se va extinguiendo.

Pero no hay dicha completa, -como dijo el cartero con juanetes-.

Parece que mi karma (creencia oriental en el premio-castigo), es recibir consejos de todo aquel, o aquella, que me tiene a tiro. Ya sea en caliente, o  a través  del celu, mis parientes y los poquísimos amigos que me quedan,( he recortado la planilla, por razones de  inteligencia), mucha gente me da consejos. Si pues. Me dicen lo que tengo que hacer con mi vida, mi trabajo y mi salud, sin darme chance a variar la conversa, por lo cual, he decidido reducirla también y la razón se la expliqué a una de mis “consejeras”, hace unas cuantas horas.

Mira -le dije- según tú, hace tiempo me aconsejaste que no hiciera tal cosa (lo que sea) y sin embargo, yo lo hice y ahora, naturalmente,  pago las consecuencias. En  conclusión: me estás diciendo que soy algo así como un imbécil que desoyendo la sabiduría, comete gruesos errores y por tal conducta, tiene bien merecido lo que le pasa, aunque le pese.

Moraleja del cuento: Nunca hay que quejarse. Sobre todo, si antes de su horrible drama, “alguien” le dio un consejo, que usted, terco, no siguió. Yo no aconsejo a nadie, pero si usted tiene sus facultades más o menos en función, le sugiero no pedir, ni aceptar consejos. En mi viejo barrio, existía un “Callejón de los Tísicos”, a cuyas puertas, semanalmente se quemaba los colchones de los ajusticiados por “El Mal de Koch”. Bueno, el callejón está ahí mismito, donde siempre… pero tísicos, ya no hay… como algún día, ya no habrá este virus que tanto nos asusta y les está destruyendo – a algunos- hasta el amor de parejas. ¿Increíble, no?

 

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