Lo que puede el amor

 

Recuerdo muy a lo lejos, cierta clase magistral prodigada por el famoso Dr. Honorio Delgado, (corresponsal de Sigmund Freud, no se la pierdan) en mis días sanmarquinos, en el curso de la cual, nos dijo entre inusuales sonrisas: “El médico clínico, algo sabe y… algo puede. El cirujano, no sabe nada, pero… puede mucho. El psiquiatra, -y él era psiquiatra- sabe como Dios… pero…no puede nada”.

Esta gran verdad, unida a la fuga de mi paciencia que huyó de mí, tras una visita a los “soñadores” instalados en el “Larco Herrera Hotel”, con lo cual, terminé por aficionarme al periodismo, que es otro género -digo- de la literatura, ustedes me entienden.

Para entonces, yo cultivaba una fraterna amistad, iniciada en la infancia, con mi extrañado compadre -brillante psiquiatra- que llegó a ser el más joven director del Hospital “Almenara”, Dr. Mario Chiappe Costa, que debe estar en el cielo de los hombres buenos, hasta la exageración generosa con sus pacientes sin dinero.

Él y yo, habíamos “palomillado” en Mapiri, cantábamos a dúo en las fiestas del barrio, y en suma, fuimos “hermanos espirituales” y padrinos de nuestros respectivos hijos mayores, cumpliendo una temprana y cariñosa promesa que siempre supimos honrar y nos hizo compadres para siempre.

Hasta que la maldita muerte, se lo llevó en aras de una traicionera enfermedad que no merecía, de ninguna manera. Y me rebelo ante cualquier idea contraria.

Bueno, cuando mi compadre –justamente famoso para ese tiempo- se desempeñaba como “dire” del citado Hospital de la Avenida Grau, tanto yo como otros muchachos del barrio, solíamos visitarlo, para intercambiar recuerdos de jarana y  los inevitables chistes de barrio.

En una de esas fechas,-y cuando intercambiábamos opiniones-yo  debutaba ya, como periodista por ese tiempo- sobre el suicidio, tema siempre enigmático, para psiquiatras  y escritores , quienes lo tenemos como uno de los grandes misterios del razonamiento humano.

Recuerdo que así conocimos, al atlético “Giovanni”, huésped del “Almenara”, que nunca supimos por qué, había intentado ya “el gran salto al más allá” a los 22 años, despreciando su espectacular figura de rasgos itálicos y sus músculos sorprendentes.

Este joven había fallado en 16 intentos de suicidio, animados por diversos venenos, el tradicional corte de venas y uno que otro salto desde elevados pisos de distintos edificios (dos de ellos, de propiedad familiar y cantada oportuna herencia, para este fallido aprendiz de suicida).

“Con éste, si que fracasas compadre”-solía decirle yo, contemplando a quien teniendo todo lo que muchos jóvenes  hubieran envidiado, parecía odiar la vida con toda su alma”.

“Eso crees tú que eres un gracioso, pues compadre”, – me decía Mario, animado por su enorme, bondadoso corazón.

Entre tanto y cada vez que quedábamos a solas, Giovanni, se me acercaba para decirme: “El doctor cree que ya me convenció. Pero en una de éstas, me mato de cualquier modo”. Yo evitaba preguntar por su razonamiento suicida, pues temía entrometerme en el tratamiento, o quizás, entorpecer el trabajo de mi clemente compadre.

Hasta que una tarde de esas -cálida y sensual, como diría mi hijo Willy-, ancló en el mismo “Almenara” una chibola flaqui-guapa, de ascendencia itálica también,  la misma que, quién sabrá nunca porqué, también se había enamorado del suicidio y lo había intentado ya, tres veces, hasta ese entonces, sin el macabro éxito que al parecer, esperaba esta desequilibrada chica, a quien me parece seguir viendo en esas travesuras de la memoria.

“Ahora vas a ver”- me desafió mi compadre- ¿No dicen que el amor lo puede todo? Bueno pues, yo voy a hacer un experimento para comprobarlo”.

Y a los pocos días -un sábado por la tarde, cuando la “patota” del barrio, visitaba el “Almenara”, casi nos caemos de espaldas todos en grupo, al contemplar a los dos aprendices de suicida, paseando por el jardín abrazaditos. “Giovanni”, leía poemas que había escrito para su flaca, en tanto, ella, parecía no caminar, sino volar cual mariposa, al lado de su imprevisto galán”.

¿Y qué pasó, con el doble suicidio, compadre? Tuve la lisura de preguntar.

-“Ni hablar del peluquín, compadre. Estos muchachos se han enamorado a primera vista. Prueba de que lo que necesitaban, era amor, pues… ¿Quién podría negarlo, ahora?- me dijo el Dr. Chiappe, lanzando al aire su tremenda sonrisa de hombre bueno. ¡Cómo te extraño, compadre!

Pasó el tiempo y un día me llamaron,-no importa quién-para informarme de la enfermedad de mi compadre, que hacía una semana no iba al Hospital.

Lo busqué hasta encontrarlo y juntos fuimos a comer un dulce que se llamaba “volador” y él había re-descubierto en una panadería de la Avenida Arica.

– “Es cáncer, compadre”-me dijo como quien oye llover.-“Pero no voy a rendirme”, añadió, porque además, era valiente a toda prueba- “Me han dicho que en Venezuela, están haciendo una operación que puede salvarme”.

Pero, la maldita Muerte, fue más rápida.

Y una mañana que llevo grabada en el alma, hube de asistir al velorio. Un bloque de sus tres hermanos, me impidió el acercamiento al féretro. –“No lo veas, César. Te puede pasar algo”-me dijo Rolando, su hermano mayor. Y ahí me quedé llorando, sin entender porqué pasa lo que pasa con alguien que más bueno, no pudo ser, por ejemplo, como Mario, mi inolvidable hermano compadre.

Y esa crisis de pena se repite, cuando visito el “Almenara” y alcanzo a leer, la hermosa dedicatoria que ha plasmado en metal uno de nuestros comunes profesores, para pintar en un par de frases, la inmensa personalidad de este querido ser humano y lo grandioso de la misión que cumplió creyendo en esa maravilla humana que solemos llamar amor. En cualquiera de su forma.

No descanses en paz, querido hermano. Sigue inspirando amor en todos los humanos. Es algo que seguimos necesitando. Te lo juro. Yo, por mi parte, he llegado a entender que como tú decías, “el amor todo lo puede”.

Así será pues, compadre. Ya estoy llorando otra vez. La vejez, nos hace muy sensibles. Será, pues.

 

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