Los felones, que no tienen bandera ni patria

 

Quienes, en estos momentos de dolor y angustia derivados de los embates que ocasiona el Covid-19, han encontrado la oportunidad de saciar su voraz apetito por el dinero, acaban de recibir su merecido. Han sido calificados de traidores a la causa nacional contra la pandemia del desconocido e inesperado virus. Le ha correspondido hacer tal señalamiento a Pilar Mazzetti Soler, quien como titular del Comando de Operaciones de Emergencia que día a día, sin fatiga, sin descanso, comparte el trance dramático de quienes tratan de salvar la vida y que con frecuencia, no lo logran, debido a los exagerados precios de venta de las medicinas y de los balones de oxígeno.
Pilar Mazzetti ha sido, en esta oportunidad, la intérprete del sentir ciudadano, sobre todo de quienes carecen de ingresos económicos suficientes, ya sea porque trabajan como informales o bien porque las remuneraciones no alcanzan a satisfacer las necesidades diarias del sustento familiar. Y lo ha hecho con acierto, en contrario de quienes con criterios absurdos consideran que hay que cobrar por las medicinas y otros productos indispensables para la subsistencia, lo que se pueda ante la necesidad ajena. Vale decir lo que la angurria por los soles aconseje, porque la ocasión es única y, además, porque los precios “tienen que ver con la escasez y la utilidad, que es subjetiva, no objetiva”. ¡Vaya razonamiento, de aquel que, seguramente, no sabe lo que significa vivir en la pobreza económica!
Estos voceros del neoliberalismo extremo consideran que denunciar el malestar ciudadano por los elevados precios de las medicinas y, también, por las consultas en las clínicas particulares, argumentan que eso significa destruir el capital, “que en todo mercado del mundo y de la historia, los precios suben y bajan. Esa es la función de los precios. Trasladar información sobre la demanda y su relación con la oferta”. Ocultan, sin embargo, que, en casos como la magnitud de esta pandemia, deben prevalecer otros valores, otros principios, completamente distintos a los que enarbolan estos felones, que no tienen bandera ni patria. Ellos, se puede afirmar, no conciben la vigencia del respeto al prójimo, la tolerancia, menos aún, el significado de la solidaridad y la ética.
A propósito de lo que viene aconteciendo, no en vano, muchas personas han expresado que lo que está sufriendo la humanidad, con casi medio millón de muertes a la fecha en todos los continentes, tiene parecido a otros desastres terribles, comparándolo con aquellas guerras mundiales, solo que ahora la pandemia no toma en consideración ni el color de la piel, ni los credos, ni las ideologías. En aquellos ingratos años, no faltó gente pérfida, que vendió su alma al dinero, a la acumulación de mayor riqueza económica. Algo similar sucedió en el Perú, durante la Guerra del Pacífico. Episodios como lo ocurrido aquel fatídico 7 de junio de 1880, en el Morro de Arica, son evocados por el heroísmo de Francisco Bolognesi y de Alfonso Ugarte y del millar de soldados muertos en ese combate, ante un enemigo mejor armado y con el doble de contingente militar. Se inmolaron en defensa de la vida de los peruanos y de la integridad del territorio nacional. Pero no faltaron los traidores, que prefirieron sacar ventajas dinerarias y políticas, antes que sumarse a la causa nacional.
Concluyo y les digo a los traidores y a quienes se consideran que no lo son, repitiendo, en estos momentos cruciales para la Nación peruana, una frase del historiador John Elliot: “El pasado influye en el presente y con ello en el futuro; pero el presente también influye como se ve y se comprende el pasado”.

 

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