Los hombres solos

 

Nadie sabe con exactitud, cuando se va a convertir en “Hombre Solo”. Es lo mismo cuando lee, o escucha datos acerca  de algunas de esas impiadosas enfermedades que no se conforman con matar de un solo viaje, sino que se entretienen diabólicamente en convertirte en una suerte de zombi, que tus “queridos parientes”, mirarán como un diario estorbo complaciente, que -en “sabio” acuerdo común-, derivarán a una de esas “casas”, donde alguien termina de morir a cualquier hora, o muere de espanto en algún amanecer, cuando entiende que hace rato dejó de vivir y por lo tanto, ha sido destinado al olvido en  la ciénaga de este museo de tristezas.

Bueno. Eso le pasa a casi todo el mundo. En especial, si tiene hijos a los cuales crió, cuidó, y alimentó, prodigándoles educación hasta niveles universitarios, para luego, empleando a fondo la generosidad de amigos que alguna vez tuvo, conseguirles las mejores “chambas” que él (el viejo) hubiera soñado para sí mismo, cuando todavía figuraba en el rubro de los empleables.

En fin, en el Cuzco circula un añejo chiste cruel, según el cual, el viejo-generalmente suegro del jefe de la fámily-, es sacado en silla y poncho “a tomar el Sol”, más o menos al medio día, para luego, a las primeras señas del atardecer, escuchar a su “gentil” yerno, gritarle a su también “amable hija”, ya madura y resignada: “Oe, Hermelinda. Ya se fue el Sol, guarda al viejo”.

-A cuya voz, el “auquish” (anciano), es transportado a la prepo,-silla y poncho included- a un oscuro rincón de la choza, hasta que –piadosa- llegue la noche…o la última noche y lo pongan a dormir, bajo tierra en el último caso.

Estoy hablando de cierto tipo de viejos. No de los “hombres  solos”, esa estirpe de añejos rebeldes que un día ponen al frente lo que les quede de guapos y se van a vivir a un “llonja”, como los que yo conocí en mi lejana infancia.

Recuerdo, por ejemplo, que en mi añorado “Mapiri”, había un callejón largo y escueto –como noviazgo sin plata-  que anunciaba pomposamente en su tambaleante portón:  ”Se alquila cuartos a hombres solos”, lo cual viene a demostrar que la aludida clase social –de la cual se olvidaron Marx y otros politiqueros que el fracaso se llevó- existía ya, desde lejanos almanaques.

Hoy, el precisamente llamado: ”Callejón de los Hombres Solos”, agoniza tapiado por sus desconocidos dueños y sólo alberga recuerdos y fantasmas de quienes atisbando el final de sus cuentos, eligieron por compañera a “La Negra Soledad”, que no es un bolero rumbón, sino algo que suele pasarnos  a quienes no tenemos el tino de morir jóvenes.

En el así llamado: “Pasaje San Antonio” (cuadra 10 del hoy vituperado Azángaro de los “bamberos”), conocí, a mi muy temprana infancia a connotados “hombres solos”, que habían anclado ahí, quién sabrá nunca por qué hartazgos, o por el convencimiento final de que “no hay amor que aguante a un viejo” y que soportar indiferencias, o diarias reprimendas a una edad en la cual uno cree, supone, alucina, que ya lo ha visto todo, y un día de esos, escucha una terca vocecilla interior, como de un ronco “Pepe Grillo”, que se pregunta y le pregunta: “¿Y yo, por qué tengo que aguantar todo esto?”.- Y ahicito nomás, si las piernas aún aguantan un trote y alguna habilidad les queda, se matriculan “ipso pucho”, de cuidacarros, cuasipintores, mandaderos, anticucheros de esquina, o lo que sea, a cambio del diario yantar, un cobijo dormidero, elementos que “in extremis”, pueden equivaler a la maravillosa libertad de vivir como a uno le dé la gana y hasta que el cuerpo aguante, mi estimado.

En el citado “San Antonio”, moraban,-por ejemplo-“Don Enrique”, antiguo soldador de latas carameleras de la “Arturo Field” que se incendió una noche, un moreno que volvió a “lechucear” en su viejo “Ford.T”, cuando advirtió a la franca, que lo estaban cocinando como “muerto en vida”. Y también conocí al tanguero Don Camilo, que debutó -a los 70- cantando el repertorio gardeliano en las tómbolas de la avenida “Grau”, donde le iba muy chévere en el “pasagorra” de reglamento.

Ninguno de ellos, hablaba con el vecindario, ni hacía ninguna de esas cosas que predican los “motivadores sociales”, como panacea contra las angustias del abandono.

De vez en cuando, recurseras cuarentonas, visitaban a estos valerosos solitarios, a fin de brindarles un piadoso cuarto de hora de intentos y escaramuzas de esos que nos reserva el amor, para cuando se agote el recurso de la blue pastilla.

Yo los miraba y asimilaba en silencio, una de las inolvidables lecciones que habría de brindarme la vida, docencia por la cual debo agradecer infinitamente a quien sea responsable por mi aventurero sincro-destino.

Pero el realmente inolvidable “Hombre Solo” que aún vive en mi recuerdo, es mi hermano ausente Arturo “Apa” Morales, dueño y señor de un transitado “depa” del Jirón Ica, al cual, este invalorable amigo llamaba jocosamente: “El Tálamo de la Ciudad”, a causa de los numerosos usuarios de dicho mentidero de falsos amores. En fin.

El propio Arturo, era visitadísimo por guapas mujeres que a veces debían subir los nueve pisos consecuentes a la habitual descompostura del ascensor oficial. Recuerdo que cierta vez, un célebre reportero entrevistó a este querido colega, preguntándole, a la volástica:¿Diría usted que ha sido feliz en el amor),-a lo cual el facundo “Apa”, respondió; “He sido soltero, que es más importante”.

-Pero los periodistas firmes – no los que hoy tranquean las lamentables páginas policiales de cincuenta cobres- somos curiosos infatigables y jamás miramos…más bien, sospechamos y entonces pues, una noche de esas, pequé en preguntarle a este humor-filósofo de solitarismo: ¿Pero, esas bellezas que te frecuentan, lo harán, por un interés especial, no?

-A lo cual, mi hermano del alma, me respondió para la Historia: “Amigo. En los tiempos que corren, el único que lo hace por amor, es un viejo marica de los Barrios Altos, a quien sus íntimos llaman: “El Último Romántico”.-¿Qué les parece?

 

Leave a Reply