Los partidos políticos: cascarones vacíos

 

Sin ánimo de contradecir a quienes  en estos tiempos tan fríos  se dedican a intercambiar  agravios verbales, me corresponde señalar que sin hacer mucho esfuerzo, a primera vista vemos un país con un paisaje políticamente árido. Existe en un gran sector de la población el convencimiento que la “clase política” no pasa de ser un simple membrete. Es una “clase” que no existe, que es fantasmal.

En ese escenario la vida social de la población se muestra como un ejemplo del grave deterioro que sufre la convivencia ciudadana. A tono con las circunstancias la nación padece profunda anemia. La llamada “clase política” no se da por enterada. Unos apuntan a dejar la tarima donde a diario hacen todo menos política. Otros no quiere dejar la oportunidad de seguir recibiendo el dinero proveniente de las arcas de Estado, arcas que por lo demás se nutre del pago de impuestos directos e indirectos del pueblo.

Pero ahí no queda la cosa. Los partidos políticos no pasan de ser cascarones vacíos. Los “dirigentes” se han empoderado y felices y contentos usufructúan de los cargos que alguna vez ejercieron con visos de legalidad, pero que ahora carecen de ello.  Habría que sumar a esta situación el hecho mismo de la ausencia de dirigentes y asambleístas, que eran los que animaban  otrora las actividades partidarias.

El problema del vacío de la vida social ciudadana va más allá. Las organizaciones sociales y los gremios han perdido la unidad de vocación, el sentido de pueblo y la conciencia de país. Esto porque ya han dejado de sentirse como partes y se niegan a compartir el repertorio de valores y principios que alguna vez los unía y los solidarizaba con los demás.

Estamos viviendo problemas que van más allá de una crisis del momento. Algunos y algunas de las individualidades a las que el ciudadano común y corriente eligió para hacerse representar en el cuerpo político, hacen lo que más convienen a sus intereses personales que a los intereses del pueblo. Usan la representación irrespetuosamente para atender y beneficiar fines privados. Tal el caso del llamado keikismo, que no pasa de ser el antifaz del decrépito fujimorismo, como también del neoaprismo, que resulta siendo un insulto a las ideas primigenias que Haya de La Torre enarboló en la década de los 30 del siglo pasado. Ni que hablar de los grupúsculos que se autotitulan de centro y de derecha. Posiblemente no saben  ni remotamente lo que pensaban José de la Riva Agüero y Osma, Rafael Belaúnde Diez-Canseco. ¿Y la izquierda? Hace años que desaparecieron José Carlos Mariátegui, Alfonso Barrantes, Jorge del Prado, Javier Diez Canseco. ¿Cómo y los de ahora? No hablemos malas palabras.

 

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