Madre Mía, la maldición

 

– Por amor de Dios, ¿dónde están mi hermana y mi cuñado?
– ¡A mí no me hables de Dios!- respondió el capitán Carlos.

Carmen Ávila le preguntaba por la suerte de Natividad, su hermana, y de su cuñado Benigno.

Como todos lo sabían, ambos habían sido conducidos por la fuerza al puesto militar de Madre Mía. Se pensaba que los iban a interrogar, torturar y, a lo máximo, que les iban a arrancar algún dinero a cambio de su libertad, pero no fue así.

-Si estimas su vida, no vuelvas a preguntar por ellos.- ordenó Carlos.

-¡Maldito!-¡Que algún día sufras el doble de lo que nos has hecho sufrir!

Fue todo lo que Carmen dijo, pero en la voz de una mujer desdichada, ese tipo de maldiciones algún día se cumplen.

Ahora, encarcelado en la DIROES, el capitán Carlos, o como se llama ahora, no cree en maldiciones, pero tendrá años para recordar Madre Mía.

La historia comienza en 1992 cuando el capitán Ollanta Humala estaba destacado en Huánuco como jefe de la unidad contrasubversiva de Madre Mía.

Con el seudónimo de Carlos, había establecido el terror sobre hombres mujeres y niños, jóvenes y ancianos, que ni siquiera sabían lo que era Sendero.

Pero eso no importaba, bastaba con torturar y despedazar a algunos de ellos para que todos escarmentaran y para que a nadie tuviera la tentación de unirse a los subversivos.

Una de las veces en que se le “pasó la mano” fue cuando ordenó el secuestro de Natividad y de su esposo Benigno quienes no pudieron sobrevivir a las torturas.

Al capitán Carlos se le abrió proceso en 2006 por homicidio calificado, desaparición forzada y lesiones graves. Sin embargo, por diversas razones, la cadena procesal se interrumpió, pero los delitos contra la humanidad no prescriben, y ahora el capitán Carlos está siendo investigado tanto por el poder judicial como por una comisión del Congreso.

Cada día aparecen más evidencias. Muchos soldados se cansaron de haber vivido tantos años con el recuerdo atroz de haber matado inocentes bajo órdenes del capitán Carlos. Por su parte, los periodistas Beto Ortiz y Cecilia Valenzuela exploraron el caso, consiguieron el testimonio de soldados que habían servido entre 1991 y 1993 en esa base militar y mostraron al Perú, entre otros, a un soldado a quien su jefe le ordenó rellenar un cadáver con piedras para que se quedara en lo más profundo del río. Y, por fin, se están desenterrando decenas de cadáveres que se mantenían ocultos.

Aparentemente, la justificación que Carlos ofreció por la muerte de los esposos fue haberlos confundido con “terroristas”. Pero, ¿son los llamados “terroristas” una clase especial de seres humanos a los cuales, es lícito destrozarlos?

Cuando Carlos fue presidente de la República, ese fue el criterio que imperó y, por desgracia, ha continuado siendo raciocinio del Estado. Cumplidas largas penas carcelarias, quienes se alzaron contra el orden establecido podían haber sido incorporados a la sociedad y al sistema político democrático. Sin embargo, se ha pregonado muerte civil contra ellos y se les ha prohibido ejercer sus profesiones.

Veinte años después, en momentos en que el país y el mundo civilizado esperaban la reconciliación, Ollanta Humala pudo haber impulsado una amnistía que beneficiara a las dos partes incluidas en el conflicto, pero su mezquindad lo cegó. A diferencia de la hombría del presidente colombiano Juan Manuel Santos, solamente exhibió perversidad y ensañamiento contra quienes ya no podían resistirle.

No. Carlos no cree en fantasmas. No cree en maldiciones ni en espíritus, pero todo el tiempo y esta noche también estará escuchando el rumor de los cadáveres y el canto de los enterrados… Y verá a los esposos ajusticiados y recordará a la hermana de aquellos que le dice maldito, seas mil veces maldito.

 

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