Mariátegui y Vallejo: Dos ángeles en el infierno

 

Luego de ese aserto, casi una sentencia de uno de mis alumnos: “la poesía es lectura de tontos”, esa noche y después, casi no pude dormir. No diré su nombre, pero él es de esos jóvenes universitarios que trabaja en una empresa de publicidad y que, desde la tarde lleva cursos de comunicación para terminar pronto la carrera. No era la primera vez que escuchaba tamaña barbaridad. Escribir poesía, para un joven emprendedor, acaso un yuppie de traje negro y corbata fucsia, era una pérdida de tiempo y no se ajustaba al violento rigor narrativo de “Lost”, “Dr. House”, “Los Soprano” o “CSI”. Igual sucedía cuando explicaba de la textura y lozanía de la crónica, y hablaba de Ricardo Palma, Atanasio Fuentes, Abraham Valdelomar, a quienes se los clasifica como escribidores tundateclas. Viejos, rancios y acocayados.

No puede existir buen periodismo sin el poder de la poesía. La comunicación simbólicamente sensualizada de una verdad. El maridaje es obligado a partir de las exigencias inéditas de las gramáticas de las nuevas tecnologías de la información y comunicación. La sintaxis es pertinente por la necesidad de una poética polifónica que engarce los discursos nacientes del hipertexto, la interactividad y lo multiplatafórmico. Por esto y aquello, creer que la poesía es la escritura de los “tontos” es un despropósito. Los modernistas José Martí en Cuba y Rubén Darío en Nicaragua fueron, antes que cualquier cosa, poetas-periodistas. Y en el Perú, César Vallejo y José Carlos Mariátegui, son las cumbres de un periodismo lúcido, honesto y ciudadano. Y si en la literatura, militaron prostáticos en esa ráfaga estética llamada vanguardismo, en periodismo articularon un ensamblaje entre lo real y lo simbólico para una lectura que activa la conciencia.

Debo citar la respuesta que el poeta Washington Delgado le hiciese al escritor Jorge Eslava [i]. “Todo poeta debe estar inconforme con lo que ha escrito si quiere hacer algo nuevo. Y la verdad es algo que se va descubriendo, se va haciendo y rehaciendo en el tiempo; pero es sobre todo una actitud. Porque todo acto está relacionado con la verdad, pero la poesía tiene una vinculación más estrecha todavía porque ella se nutre de palabras. Es el discurso más coherente, más compacto, más bello y entonces, su vinculación con determinado pensamiento es íntima. […] La poesía es una actividad seria que produce placer, pero cuyo fin último es el descubrimiento de la verdad, hacerla palpable”: Sí señor. El periodista solo tiene un argumento: la verdad. Y la poesía permite descubrir lo esencial de esa realidad. Su inmersión le permite conocer “lo real”, ese plano diferente, que es esencial y determinante cuya profunda contradicción mueve la historia. Igual que el periodismo, digo yo.

La poesía de Vallejo es rotunda y huesuda, déjenme redundar, parafraseando a Alejandro Romualdo, quien advertía que Neruda, al contrario, era cuasi fofo y carnudo. Pero hay un Vallejo periodista que a decir de Manuel Jesús Orbegozo, “practicó un periodismo veraz, honesto, fecundo, no agorero sino profético. Vallejo fue técnico admirable, innovador estilístico, pero sobre todo, ético y humano De nada le habría valido escribir genialmente si hubiera descuidado estos dos valores, casi proscritos en la sociedad actual: ética y humanísticamente ausentes en todos los niveles de la vida social contemporánea”.

Este Vallejo frutal y orgánico de primicias, no ha sido estudiado como periodista porque fue digerido por el descomunal bolo alimenticio de sus poemas en verso y prosa. Pero hay un Vallejo cronista [ii], ciclópeo aunque vidente espacioso. Y Ese Vallejo no está en los textos escolares y no pertenece al cano de los grandes periodistas de la época.

Vallejo demuestra que hay una poética periodística. Cuando Tulio Mora afirma de la poesía de Hora Zero que tiene un “sentido de calle en toda la extensión de su sonoridad: desde la geometría hasta los interiores silentes de cada sufriente; desde las indiferentes (no diferentes) tribus NNs hasta las desemejanzas de los insignificantes (no significantes) para el poder, los aduaneros de todo tipo de jerarquías y los canónicos de todo pelaje” [iii]. No solo habla de esa “mirada” sustancial del poeta sino también de un comunicador integral. Ese Vallejo la tenía y pocos lo ven hoy. Esa crónica vallejiana no es celestial. Más terrena, es infernal porque es un discurso poético donde aparece en primer plano la relación entre la denominación y el contexto enmarcante, entre la curiosidad y todos los asombros.

En mi Texto “La Tinta de la Memoria” respecto al José Carlos Mariátegui cronista [iv], advierto que en tiempo de las brasas del autoritarismo corrupto del presidente Augusto B. Leguía, se cerraban periódicos y revistas, se quemaban las imprentas, se encarcelaban y desterraban a periodistas y enemigos del régimen. ¿Y qué significaba ser periodista en esa época? Ser severos y críticos con los fastos del gobierno represivo. Y el periodismo era en ese entonces la mejor fuente para acercarse a la realidad peruana, tan poco conocida y estudiada.

El maestro Juan Gargurevich ha señalado con propiedad que Mariátegui regresó al Perú en 1923 convencido de que la vía socialista era la única salida para los peruanos. Pero aclara que sus ideas revolucionarias fueron fruto de una experiencia que nació a los 14 años, cuando ingresó a trabajar a La Prensa y que evolucionó rápidamente hasta convertirlo en uno de los periodistas más lúcidos del país y luego precoz director, junto con César Falcón, del diario más radical de su tiempo: La Razón.

Cuando en setiembre de 1926, aparece “Amauta”, revista de doctrina, arte, literatura y polémica, consolida que ese actitud de Mariátegui –un Dante bajando a los infiernos– busca con su publicación, esclarecer y conocer los problemas peruanos desde puntos de vista doctrinarios y científicos: “Nada más agregaré. Habrá que ser muy poco perspicaz para no darse cuenta de que al Perú le nace en este momento una revista histórica”.

Efectivamente, Mariátegui, en esencia, demuestra en su monumental obra periodística, que la oposición literatura-periodismo no existía. el periodismo integral mariateguiano, especialmente aquel que se expuso con brillo y genio durante los 32 números que tuvo “Amauta”, tejió de manera dialéctica el pensamiento de este joven marxista –que apenas alcanzó a vivir un poco más de la treintena de años– con la realidad de un Perú que todavía está por descubrirse. Y que tiene en sus textos el concepto obra abierta, que necesita de un redescubrimiento y otras necesarias relecturas.

[i] Delgado Washington, Obras completas. El Corazón es fuego. Universidad de Lima Fondo Editorial. Setiembre 2008. 824pp.
[ii] Vallejo César, Crónicas. México, UNAM. 2 volúmenes, 1984, 456 y 664 pp.
[iii] Mora Tulio, Hora Zero, Los broches mayores del sonido, Fondo Editorial Cultura Peruana. Lima. 2009, 776 pp.
[iv]. Jáuregui Eloy, Usted es la culpable, Editorial Norma, Lima 2004. 389 pp.

 

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