Mi mejor premio

 

En primer lugar -y por encima de todo- quiero agradecer a Dios, por conservarme la vida, en salud, en pleno uso de mis facultades físicas y mentales. Con el alma limpia, viendo a mis hijos y nietos, gozar de la existencia y brindándome su cariñoso respeto, sumado al amor que me brinda mi bella esposa, teniendo el afecto y comprensión de mis colegas, amigos y naturalmente al Colegio de Periodistas de Lima, por haberme otorgado -en honrosa compañía de otros profesionales de la comunicación- la Orden José Carlos Mariátegui, máximo galardón al que puede aspirar un periodista, que como yo, ha pasado largamente el medio siglo de ejercicio profesional, con los habituales accidentes vivenciales que impone esta incomprendida profesión.

Tal vez suene a “lugar común”, pero hay dos cosas que quiero precisar. La primera: yo nací periodista y escritor. Ya, a los ocho años, escribí dos historias breves y diversas narraciones de mis tempranas aventuras. Y más tarde, -ya en cuarto de primaria-, me convertí en Director del Periódico Mural de mi colegio, experimentando las inolvidables confrontaciones que habrían de signar mi vida. No a todos complace lo que escribimos, ni las campañas que alguna vez emprendemos. ¡Qué se le va a hacer!
Según me profetizó alguna vez mi recordado maestro Guillermo Cortez Nuñez “Cuatacho”, al comprobar que seis meses después de ingresar a “Última Hora”, ya había recorrido eficientemente, todas las secciones del periódico. Entonces, con su inigualable y sabio humor arequipeño, el maestro me dijo: “¡Oiga jovencito! ¡Parece que usted, ya se las sabe todas! ¿No? Pero yo le voy a adelantar una que no sabe todavía. Y lo más grave, es que nunca la va a aprender por culpa de su buen corazón”.

-¿Y cuál es esa, Maestro?-pregunté curioso.- “La intriga”-me dijo, para luego aconsejarme, tener cuidado con dicha víbora.

Y la premonición fue cierta. Nunca he practicado la envidia, la calumnia, ni la maledicencia. Contra un colega, mucho menos.

Jamás he podido vencer el asco, que me producen aquellos que me han hecho víctima de sus intrigas y ni les he respondido, siquiera.

Por eso, he mantenido siempre vibrante, la alegría de vivir que me caracteriza.

Otra cosa que me enseñó mi apreciado amigo Ricardo Belmont, de quien tantas cosas se dice y se escribe: ¡Tú y yo, hermanón, debemos agradecer a Dios, por habernos regalado una vida llena de problemas!… ¡Eso, nos ha enseñado a vivir!

Así pues, he llegado al tramo “más importante” de mi carrera, sin temor a la meta final, pues estoy en condiciones de repetir, haciendo coro a un gran pensador: “No temo a la muerte, pues más allá, sólo me espera la nada…o la compasión”.

-No recuerdo haber hecho mal a nadie-por lo menos, conscientemente- y si algún poder me ha dado el periodismo, siempre lo ejercí a nombre de lo justo y en favor de los más pobres del Perú.

Y eso, lo sumo ahora, al reconocimiento que me otorga mi ”Colegio Profesional” y al afecto de quienes –de verdad- me conocen de cerca.

No quiero cerrar el capítulo sin recordar el lema que me impuso mi padre, en mis lejanos tiempos de escolar y “mataperro”.- Y dice así:

“Tú siempre serás, honesto, trabajador y valiente”.- Y así sigue siendo, mi recordado viejo. Gracias por tu inolvidable ejemplo.

 

Leave a Reply